Día 22 de
Diciembre: Lc 1, 46-56
En estos días cercanos a la Navidad nos trae el
evangelio lo que dice antes de nacer Jesús. Hoy nos toca meditar en el “Magnificat”. María había recibido el anuncio por medio del
ángel de que iba a ser la madre de Jesús. Y como un signo de que Dios puede
hacer maravillas le dice el ángel que su prima Isabel, ya anciana, va a tener
un niño y que ya está en el sexto mes. María, después de su aceptación para ser
la madre de Dios, corre hacia la montaña para ayudar a su prima en aquellos
últimos meses.
Se saludan llenas de
alegría. Isabel, inspirada por Dios, desvela el secreto de María y ésta
comienza a alabar a Dios. Sería muy difícil decir que la oración del “Magnificat” fuese exactamente las palabras pronunciadas por
María. Seguramente la primitiva cristiandad, donde vivía san Lucas, comenzaría
a cantarlas, proclamando palabras del Ant. Testamento, de los salmos y
especialmente del cántico que el autor sagrado pone en boca de Ana, la madre de
Samuel, el hijo que obtuvo después de muchos años de súplicas y oraciones. Pero
sí indican las actitudes esenciales de María en su oración, actitudes que hoy
son de gran utilidad para nosotros.
Desde el primer momento
aparece la actitud de alegría y agradecimiento ante las maravillas que Dios ha
realizado primero en ella, que se siente pobre y humilde, y después en todo el
pueblo de Israel a través de su historia. Si María se alegra en Dios, es porque
dentro de su corazón brota una fuente hermosa de inmensa alegría. Nos acercamos
a la Navidad
y en el ambiente se pretende que haya clima de alegría. Para algunos será una
alegría muy pasadera, para otros superficial, para otros llegará a ser amarga.
Cuando se pone el acento sólo en lo material, nunca podrá ser la alegría plena.
Pero sí lo es, si se pone el acento en la salvación de Dios. El título
principal que da María a Dios aquí es: “Dios mi Salvador”. La salvación es el
tema principal de María y es el tema principal de la Navidad. Dios viene
a salvarnos. Esto es lo que nos debe dar la plena alegría. Pero María en el “Magnificat” nos indica que Dios no quiere salvarnos a la
fuerza, sino que debemos nosotros cooperar con el mismo Dios.
¿Y cómo podemos cooperar?
Pues dejando que Dios actúe. Por eso debemos ser sencillos y humildes, como lo
era la Virgen
María. El que se siente satisfecho por su egoísmo, por su
poderío, por sus fuerzas materiales, ése no es apto para poder recibir la
salvación. Pero sí lo es quien se tiene por pobre y humilde. La humildad significa
que reconozcamos el hecho de que los talentos, que tenemos, los hemos recibido
de Dios y que los debemos disfrutar y desarrollar bajo esa condición. ante nosotros mismos y ante los demás. Esto no es achicar el
corazón sino engrandecerlo. De esta manera Dios podrá actuar con su gracia,
porque se lo permitimos y se lo agradecemos. Si queremos recibir los dones de
Dios, debemos estar vacíos de tantas cosas expresadas por el egoísmo. La
humildad es sobre todo una disposición interior del alma.
La gran enseñanza de María en la Navidad es que sepamos
alabar a Dios y agradecerle este gran don de su salvación. Hay personas que,
cuando hablan con Dios, solamente saben pedir. Es bueno, pero más importante es
alabar a Dios y saberle agradecer tantas cosas buenas que hace con nosotros. Y
entre lo más bueno es la oportunidad que nos da de acercamiento a El porque en
Navidad comprendemos que, siendo nosotros tan poca cosa, El se ha hecho hombre
para salvarnos. Y lo ha hecho siendo niño pobre y humilde. En esto manifiesta
que ama a los pobres y que se hace defensor de los débiles. En la Navidad seamos sencillos
como El.
Esto es lo que nos debe
llenar de alegría en las vísperas de Navidad. Es bueno el gozo exterior de
cantos y regalos, pero si va acompañado del gozo interno. El “magnificat” es el canto de los humildes de todos los
tiempos. La Iglesia
lo recita todos los días en las “vísperas”. Que nosotros lo recitemos despacio,
alabando con alegría agradecida a Dios que nos hace maravillas desde el portal
de Belén.