SOLEMNIDAD

INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

 

En el contexto del Adviento celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, limpia de todo pecado y llena de gracia. Dios preparó a su Hijo una digna morada (Colecta), “para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de su Hijo” (Prefacio). Efectivamente “cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer…para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (Ga 4, 4-7). Esta mujer es María de Nazaret, que fue concebida sin pecado original.

 

Todos nacemos con el pecado original, heredado de Adán y Eva, excepto la Santísima Virgen María, que fue liberada de él y de toda mancha de pecado desde el primer instante de su concepción, por especial privilegio de Dios y en previsión de los méritos de Cristo.

 

Nuestros primeros padres fueron creados en amistad con Dios, en gracia de Dios. Pero quisieron ser como dioses y ponerse en el lugar de Dios, eliminándolo de su vida. Todos sus descendientes nacemos con este pecado. Es como un pecado de naturaleza, que se nos perdona en el bautismo.

 

El pueblo cristiano, desde el principio, creyó y celebró esta verdad. San Efrén de Siria (306-373) canta con estas palabras a la Virgen: «Ciertamente tú (Cristo) y tu Madre sois los únicos que habéis sido completamente hermosos; pues en ti, Señor, no hay defecto, ni en tu Madre mancha

alguna». San Ildefonso (607-667), Arzobispo de Toledo dice: "Erradamente se quiere sujetar a la Madre de Dios a las leyes de la naturaleza, pues consta que ha sido libre y exenta de todo pecado original y que ha levantado la maldición de Eva." Este santo Obispo mandó celebrar

solemnemente la fiesta de la Concepción de la Madre de Dios.

 

Hay constancia de que en el siglo IX ya se celebraba en el occidente cristiano el día ocho de diciembre la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Fue el beato Duns Escoto (1266-1308) quien clarificó la enseñanza teológica sobre la Inmaculada: María fue redimida no por liberación sino por

preservación del pecado. En 1477 el Papa Sixto IV aprobó la misa de la Concepción Inmaculada de María. A partir del siglo XVII se produjo una verdadera eclosión en defensa de esta verdad.

 

El Papa Pío IX, en 1854 proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción: “La santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos

de Cristo Jesús, Salvador del género humano”. Esta doctrina –prosigue la bula Ineffabilis- “está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles”. Pío IX había pedido a los obispos de la Iglesia universal su opinión sobre la oportunidad y posibilidad de esta definición, “convocando así un concilio por escrito” (Juan Pablo II). Casi la totalidad de los 604 obispos respondió positivamente a la pregunta del Pontífice.

 

Esta definición dogmática afirma que en ningún momento ni el pecado original ni el pecado personal reinó en María, que fue Inmaculada, pura y limpia desde su concepción. Más aún, María fue siempre llena de gracia y libre de la inclinación al pecado. Siempre toda santa, toda del Señor. Ninguna imperfección perturbó su perfecta armonía con Dios. “Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera el Cordero inocente, que quita el pecado del mundo” (Prefacio).

 

Este privilegio le fue concedido a María en previsión de los méritos de Cristo. Lo cual pone de manifiesto que la acción de la gracia no sólo libera del pecado, sino que también preserva de él.

 

Con hermosas palabras el Catecismo de la Iglesia Católica (492) resume el mensaje de María Inmaculada: “Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido [...] con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" ( Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha "elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor" (cf. Ef 1, 4)”.

MARIANO ESTEBAN CARO