COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires)
Fiesta de la Sagrada Familia: Jesús, María y José
Evangelio según San Lucas 2,22-40 (ciclo B)
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés
para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de
paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre
llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El
Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al
Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los
padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la
Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor,
puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis
ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz
para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Su
padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después
de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y
de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma
una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los
pensamientos íntimos de muchos". Estaba también allí una profetisa llamada
Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud,
había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda,
y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios
noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso
a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la
redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del
Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.
El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de
sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
LA FE Y LA SAGRADA FAMILIA
La Sagrada Familia. Las virtudes que se tienen
que vivir y se viven en cada una de ellas y cómo la fe no desprecia la familia;
la fe, al contrario, potencia la familia. La familia tiene que acunarse, estar
presente, amasar las cosas; esas virtudes que son humanas y no que vivan por
compromiso o por accidente, o porque “bueno, así están dadas las cosas”
Que los padres atiendan a los hijos, que los
escuchen, que les hablen, que los comprendan, ¡que se interesen por ellos! Que
los hijos respeten a sus padres, porque los padres no solo tienen obligación de
dar sino que también tienen que ser reconocidos, respetados, y por qué no,
amados.
Que cada uno de los miembros de la familia no
sean “ausentes”, que no hagan “rancho aparte” en otro lado, que no “coman” en
otro lugar, que coman en su casa el afecto, las virtudes, el respeto, las
relaciones humanas entre ellos; que no se busque afuera porque no se tiene
dentro.
La fe, la familia, las virtudes domésticas, son
importantes a cultivar, a desarrollar, a acrecentar, a vivir, a encarnar y a
transmitir. ¡Hay familias rotas, quebradas, disfuncionales, ausentes,
perversas! Todo eso tiene que ser modificado. La institución matrimonial no
está acabada, lo que está debilitado es la participación y los agentes de familia.
Llamemos las cosas por su nombre: hay publicidades donde, de alguna manera, el
matrimonio y las familias deben durar muy poco, ¿por qué?, por el fracaso y
no porque tiene que durar poco.
Que cada uno de nosotros, siguiendo el ejemplo de
la Sagrada Familia, cuidemos, protejamos, recemos y nos alimentemos en la fe.
Que Dios y la Virgen nos bendigan y también a nuestra querida nación. ¡FELIZ
AÑO NUEVO!
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Amén