1ª semana del tiempo
ordinario. Miércoles: Mc 1, 29-39
Jesús estaba en Cafarnaún. Había explicado su doctrina en la sinagoga y
había curado a un poseído por un espíritu malo. La gente estaba admirada; pero
era día de reposo y por eso, después de estar en la sinagoga, se va con los 4
primeros apóstoles, que entonces tenía, a casa de Pedro. La suegra de éste
estaba acostada enferma de fiebre. El evangelista Lucas, que era médico, dirá
que tenía calentura alta. Alguien intercede por ella. Más que interceder, se
trata de exponer la necesidad o la realidad ante Jesús. Ésta es una hermosa
oración. Y Jesús, que siempre que se encuentra con el mal busca superarlo,
muestra ahora su misericordia y ternura, tomándola de la mano y levantándola. Un
rabino judío no se hubiera acercado a tocar a un enfermo, menos siendo mujer y
menos siendo día de sábado. Pero para Jesús lo que importa es la manifestación
de la bondad, manifestando también su poder.
Una reflexión que podemos
hacer es que en el mundo hay muchas clases de fiebres espirituales y quizá
nosotros mismos estamos con calentura de avaricia, de soberbia, ira, orgullo,
egoísmo, odio, ambición, etc. Jesús pasa junto a nosotros y nos quiere curar.
Lo primero esencial que se necesita es que el enfermo quiera curarse. Si esto
es necesario en una enfermedad corporal ¡Cuánto más en una espiritual! Una
señal de que la curación de la suegra de Pedro fue un milagro, es que
inmediatamente se puso a servirles. Esto es lo que ella deseaba por estar en su
casa. Y es lo que Jesús quiere de nosotros. Si nos sentimos curados en el
espíritu, debemos dedicarnos a servir a otros. Una manera de servir es procurar
que quien está con una de estas fiebres espirituales logre tener un encuentro
vital con Cristo.
Jesús nos ha dejado grandes
poderes de sanación espiritual, que muchas veces se manifiesta en lo corporal,
por medio de los sacramentos. Para ello está el sacramento de
Dice el evangelio que al
atardecer muchos le llevaban a Jesús los enfermos en el cuerpo o endemoniados
(enfermos mentales). De todos se compadecía y los curaba. Es curiosa la
anotación de “al atardecer”. Es muy posible que la gente tuviera cierto temor a
los fariseos por lo del descanso sabático que terminaba al atardecer. Con ello
nos quiere enseñar a los cristianos que ante el mal no debemos quedarnos
cruzados de brazos. De hecho en la historia de
A todos los curaba y echaba
muchos demonios. Dice el evangelio que no les dejaba hablar a los demonios.
Vemos aquí dos clases de demonios. Algunos eran varias enfermedades raras, pues
al no entenderlas, las llamaban demonios. Otros parece que eran gentes
fanáticas, que se empeñaban en que Jesús debía ser el jefe material, hasta con
armas. A éstos les debía hacer callar, pues esa idea era muy perjudicial para
los intereses de la predicación de Jesús sobre el amor y el servicio a todos.
Evangelizar no es sólo
hablar, ni hacer positivamente el bien, sino que todo ello debe ir acompañado con la oración. Por eso muy de
mañana Jesús se retiró a solas a orar. Él, como hombre, necesitaba orar. Y esta
es una gran enseñanza que nos da a todos. La oración es necesaria para
encontrar la paz del espíritu, saber que estamos unidos cada vez más con Dios y
encontrar el verdadero sentido de la misión, como Jesús encontraba el sentido
de su misión como Mesías. De la oración profunda y larga volvía a los suyos
renovado, luminoso y sereno. Pedro y los compañeros, que pensaban un poco en el
triunfo externo, van a buscarle pues la gente le reclama; pero Jesús les dice
que deben predicar en otras aldeas, y siguen su camino.