Solemnidad.
Epifanía del Señor. (6 de enero)
La
gran Alegría de Belén
Hoy
es el día de los Reyes Magos y, según la tradición hispana, es un día
especialmente mágico por ser el día típico de la ilusión y de la expectativa de
los niños que esperan regalos de sus tres majestades, sobre todo, si los niños
tienen buena conciencia de haberse portado bien a lo largo del año recién
concluido. Muy probablemente casi todos los niños habrán recibido sus regalos,
pues no cabe duda de que ellos, hasta los más revoltosos, traviesos y
desobedientes, tienen mucho más de buenos que de malos, debido a su inocencia e
ingenuidad, sólo a veces superada por la malicia inherente a la naturaleza y a
la debilidad del egoísmo humano. Ojalá que el regalo recibido les ayude a
superarse, a ser mejores este año 2018 y a crecer en sabiduría, en la bondad y
en la gratuidad de aquel primer niño, Jesús, que fue visitado por los tres
reyes magos.
Lamentablemente
también habrá otros niños y niñas que no hayan podido recibir ningún regalo. Y
de ellos hay que acordarse especialmente ahora, pues muchos de ellos, aquí y en
otras partes del mundo, no tienen ni lo más básico para vivir y sobrevivir. Para
ellos nosotros debemos convertirnos en los verdaderos magos que ofrezcan sus
dones entrando en la casa del niño pobre, la oikía del
evangelio de Mateo (Mt 2,11), y al reconocer su dignidad y la de todos los
niños pobres adorar a Dios con nosotros en el Niño Jesús de Belén. Éste se ha
convertido en el verdadero pastor que guía a su pueblo y a todos los pueblos de
la tierra por senderos que conducen a la paz, a la gratuidad, a la generosidad
y a la alegría extraordinariamente grande.
Pero
sugiero a los padres que expliquen a los niños el sentido de esta fiesta para
que comprendan bien su origen y su verdad más profunda. El origen de todo es un
relato maravilloso, el cuento más auténtico de la verdadera navidad, que no
tiene nada de cuento fantasioso. Pueden leerlo en el evangelio de Mateo 2,1-12,
que, en resumen, narra que Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey
Herodes y unos “sabios” llegaron desde Oriente para adorarlo. Éstos pasaron por
donde estaba Herodes, el cual, al enterarse de que allí iba a nacer el Mesías
mostró también su curiosidad por verlo y, según decía, quería adorarlo. Una
estrella iba guiando a los sabios hasta que se paró encima de donde estaba el
niño. El texto griego del evangelio se recrea en un superlativo con doble
subrayado, casi intraducible por su literalidad hebraizante al reiterarnos que
aquellos magos, al ver la estrella, “se alegraron con una alegría
extraordinariamente grande”. Y entrando en la casa vieron al niño con María, su
madre, y postrándose lo adoraron, y abriendo sus cofres le ofrecieron regalos,
oro, incienso y mirra. Pero fueron avisados en sueños de no regresar donde
Herodes y se marcharon por otro camino a su tierra.
Los
magos eran más bien lo que hoy llamaríamos “sabios” y desde el siglo II se cree
que eran tres, a juzgar por los tres regalos que le ofrecen al niño; en el S.
IV se les llamó “reyes” interpretando la narración evangélica a la luz del
Salmo 72,10.11.15 y de Isaías 60,1-6. La interpretación exegética de estos
textos permite hacer extensiva la procedencia de aquellas personas hasta Tarsis (extremo occidental), hasta Saba
y Arabia, adquiriendo así un alcance verdaderamente universal la tradición de
los que adoraron a Jesús, tradición que los considera, desde San Beda (s. VIII), como representantes de los tres continentes
conocidos entonces: África, Asia y Europa.
Pero
lo importante es que aquellos sabios representaban a los pueblos gentiles de
toda la tierra. Por eso el mensaje central del evangelio de este día de la
Epifanía del Señor es que la luz de la estrella aparecida en Navidad es el niño
Jesús, el Dios que salva a la humanidad entera, y cuya salvación se anuncia a
todas las gentes. Los sabios supieron interpretar la señal de la estrella para
llegar hasta Jerusalén, pero necesitaron iluminar también su sabiduría con la
luz de la Sagrada Escritura, para llegar hasta Dios niño y rendirle con
humildad el homenaje merecido.
El
fenómeno de la estrella en Oriente (Mt 2,2), percibido por los
sabios, más allá de las explicaciones científicas posibles, se remonta hasta la
profecía de Balaán (Num 24,17), vidente extranjero,
de Moab, que anuncia a una estrella que avanza de
Jacob e Israel, y que se identifica con un rey portador de salvación. Aquello
era una figura mesiánica antiquísima, que requería una búsqueda, un seguimiento
y una interpretación desde la Palabra de Dios, que es realmente la que conduce
hasta la morada de Dios en la tierra, hasta la casa (Oikía)
donde habita el niño estrella, pobre y humilde, cuyo reino no tendrá fin.
Textos del Antiguo Testamento (Miq 5,1.3; 2 Sam 5,2; 1 Cro
11,2), combinados según el género literario llamado “midrásico”,
permiten identificar el lugar geográfico de Belén y el tipo de Mesías que allí
nace, el verdadero Pastor guía del pueblo de Dios. Al adorar al niño, llenos de
inmensa alegría, se convirtieron en testigos ejemplares de la fe en Jesús,
Mesías e Hijo de Dios y de María. Así los sabios representan a todos los
buscadores de la historia, a todos los que desde la razón o desde la religión,
desde cualquier parte del mundo, buscan con sincero corazón al Mesías y se
encuentran con él desde la palabra de Dios en el pesebre de Belén.
Aquellos
sabios de Oriente, como los pastores de Belén, estaban atentos a las señales de
Dios en medio del mundo, por eso percibieron su presencia. Como ellos, también
hoy, podemos orientar nuestra mirada al niño. Al niño Jesús y, con él, a todos
los niños que sufren. A los niños refugiados, perseguidos, maltratados,
explotados. A los niños enfermos, abandonados y excluidos. Se cuentan por
millones los niños hambrientos y víctimas de la injusticia estructural del
mundo presente, causante de la extrema pobreza de la tercera parte de la
humanidad. La salvación de esta tierra no llega ni con la magia de los reyes
del celofán ni con los intereses de los Herodes de turno en la actualidad, sino
con el misterio de Jesús niño y la acción amorosa y servicial de los hombres y
mujeres que se ponen en marcha ante las señales del mundo o del cielo para ir a
la casa donde está el niño, donde están los niños, y ofrecer los dones del
reconocimiento de su dignidad y los necesarios para una vida digna. No importa
en qué parte del mundo se encuentren esos niños, pues toda la tierra se puede
convertir en un auténtico Belén.
Hoy
quiero destacar la humildad, la solidaridad y la gratuidad de todas las
personas que dan testimonio a favor de los últimos, especialmente las de los
misioneros y misioneras cristianos y de los miles de voluntarios que
percibiendo las señales de estos tiempos, también las señales de las crisis
actuales, se entregan a la causa de los niños pobres, marginados y hambrientos,
y quiero dar particularmente las gracias a los voluntarios de Bolivia y de
Europa que ofrecen su vida en nuestra casa de acogida a los niños en situación
de calle, Oikía, en Santa Cruz de la Sierra
actualizando con sus vidas la escena evangélica de los sabios de Oriente que
adoraron al Niño Dios ofreciéndole lo que le correspondía. Felicidades a todos
los que quieren hacer del mundo un Belén vivo porque su alegría será siempre
extraordinariamente grande.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de
Sagrada Escritura