Fiesta.
Bautismo del Señor
El
cielo revela que Jesús es el Hijo
El
cielo revela que Jesús es el Hijo de Dios. Pero los hombres lo
descubriremos cuando centremos la atención en Jesús crucificado y en los
crucificados del tiempo presente. Éste es el gran mensaje del Evangelio de
Marcos que leemos los domingos de este año.
Hoy
celebramos la fiesta del bautismo de Jesús, el Siervo de Dios y
servidor de los hombres, que nos resitúa con los pies en la tierra y
con la mirada y el oído en el cielo, para poner en marcha los procesos
personales y estructurales que permitan el comienzo de una vida nueva según la
justicia de Dios. Con el bautismo de Jesús termina la fiesta cristiana de la
Navidad. Cuando Jesús sale de las aguas del Jordán, habiendo sido
bautizado por Juan, se produce un desgarrón del cielo y resuena la voz que
revela que Él es el Hijo de Dios. Jesús se ha puesto en la fila de
los pecadores y de este modo el que no tiene pecado alguno podrá destruir el
pecado en los seres humanos.
Los
evangelios destacan en la narración bautismal el carácter divino de la persona
de Jesús, pero en la versión de Marcos (Mc 1,7-11) se relata brevemente el
bautismo de Jesús destacando sobre todo su sentido de manifestación
divina. El cielo se desgarra para que la voz divina
revele que Jesús es el Hijo de Dios que se hace Siervo, pero el
reconocimiento humano de tal manifestación se reserva en Marcos otro momento,
capital en su evangelio, cuando otro desgarrón, esta vez el del
velo del templo (Mc 15,38), muestre de manera inequívoca, tras la muerte de
Jesús en la cruz, la epifanía de Dios en su Hijo, el Siervo sufriente.
Esta presencia verdaderamente sorprendente y paradójica de Dios en el Siervo
crucificado está preconizada en aquel desgarrón del cielo en el bautismo. El
Evangelio de Marcos que leeremos este año desarrollará progresivamente esta
revelación y a la comprensión de ese Evangelio debemos ir abriendo nuestro
corazón y nuestra mente.
El
desgarrón del cielo evoca al profeta Ezequiel (cf. Ez 1,1) y la bajada del
Espíritu Santo en forma física de paloma contribuye a desvelar la identidad del
bautizado en cuanto Siervo de Dios. El bautismo de Jesús tiene como
objetivo presentar su profunda solidaridad con los seres
humanos apareciendo entre los pecadores y mostrándose como uno de tantos en el
misterio de la cruz. Asumir la condición pecadora de los humanos y amar a los
hermanos con una solidaridad sin igual implica el extremo abajamiento de
Jesús que no sólo se puso entre los pecadores, sino que, por
amor a nosotros, experimentó la consecuencia última del pecado de la
humanidad en el asesinato violento de la cruz. Jesús no sólo se
presentó entre los criminales, sino que pasó por ser uno de tantos hasta la
cruz. Jesús murió entre los criminales, pero él convirtió ese
crimen en un sacrificio redentor. Se puede decir que su muerte fue la peor de
las muertes humanas, pero con la fuerza del Espíritu Santo,
presente siempre en él y destacado en el Bautismo, él la convirtió
en algo sagrado en virtud de su amor, un amor que irradia perdón, fortaleza y
vida.
Los
textos del Antiguo y Nuevo Testamento ayudan a comprender el sentido de esta
manifestación divina en el bautismo. El primer poema del Siervo en
Isaías (Is 42,1-7) habla de un personaje
enigmático, aplicado, según la interpretación cristiana, a Jesús, cuya
prefiguración se completa con los otros poemas del Siervo sufriente (Is 49, 1-7; 50, 4-9; 52, 13-53, 12). En ese primer cántico
se revela la figura del Siervo elegido por Dios para llevar
adelante una misión profética singular, la de promover el derecho en
la tierra e implantar la justicia en la historia, encabezando
el proceso de liberación de los oprimidos de este mundo, en el
máximo amor y respeto a lo más débil e indigente de la
humanidad y sin ningún tipo de alarde ni de espectacularidad. Es el Mesías
servidor, que impulsado por el Espíritu consumó su entrega por la justicia en
la injusticia de la cruz. El bautismo de Jesús es la manifestación
abierta y profética de su misión y de su destino.
En
los Hechos de los Apóstoles se pone de relieve también el altísimo valor
teológico de la justicia, pues todo aquel que practique la
justicia del Siervo, sea de la nación que sea, es aceptado por Dios (Hch 10,34-38) más allá de su condición religiosa, étnica e
ideológica. Así se pueden describir también las señas de identidad de
todo bautizado ungido con el Espíritu Santo, como Jesús, para
practicar el bien y enfrentarse a todo lo malo y diabólico del mundo presente,
abriendo camino a la paz. Promover el derecho y la
justicia, liberar a los oprimidos de la tierra y hacer
siempre el bien son las marcas del Siervo de Dios que configuran la
identidad profunda y profética de los cristianos. Bautizarse es
empaparse de este Espíritu profético y mesiánico, que hay que renovar
continuamente en la vida de la Iglesia.
Como
cristianos, bautizados en el Espíritu de Jesús y sintiéndonos
muy amados por Dios como hijos suyos, auguramos, siempre guiados con la
Palabra de Dios, un tiempo nuevo para promover todo lo que hay de bueno
y de justo en cada uno de nosotros y podemos comprometernos con todo
tipo de acciones solidarias y justas que estén a nuestro alcance, dispuestos a
hacer todavía un sacrificio de justicia mayor para orientar
los esfuerzos de las personas, de los Estados y de los que ostentan el poder
económico mundial hacia los intereses de la justicia internacional, de la
promoción del derecho y de todos los derechos individuales, sociales,
políticos y económicos en todos los pueblos y naciones de la
tierra.
Ojalá
que el desgarrón del cielo en el bautismo, el del velo del
templo en la muerte de Jesús, así como el desgarrón del corazón humano ante
la violencia, el terrorismo y la barbarie de las guerras y pobrezas de nuestro
mundo permitan escuchar la voz del Diosdel amor, que no hace acepción de
personas y ama al que practica la justicia sea de la nación que sea. Sólo así
seremos capaces de construir un mundo de diálogo, de respeto,
de valoración del otro en el reconocimiento de
su diferencia, de solidaridad con los que sufren y una tierra
que se oriente hacia la paz.
Para
ello los creyentes en Cristo estamos convocados en este domingo a la
comprensión de la identidad de Jesús como Mesías y Siervo, al encuentro
con su persona y al reconocimiento de su misión, de modo que se
efectúe en cada uno la apertura del corazón al anuncio del
Reino de Dios, la conversión al evangelio y la solidaridad radical
con los pobres y con los que sufren mediante la promoción del derecho y
la justicia de Dios. Éstas han de ser las señales de una vida
auténticamente cristiana y configurada con la figura del Siervo por la acción
del Espíritu de Dios.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura