Domingo, 8 de Febrero de
2009; 5º ord. B: Mc 1, 29-39
Jesús estaba en Cafarnaún. Había explicado su doctrina en la sinagoga y
había curado a un poseído por un espíritu malo. La gente estaba admirada. En
ese día se va a manifestar Jesús como sanador de enfermedades. Saliendo de la
sinagoga, se va con los 4 primeros apóstoles a casa de Pedro. La suegra de éste
está acostada, pues estaba enferma de fiebre, con calentura alta, según
certifica el evangelista Lucas. Jesús, que siempre que se encuentra con el mal
busca superarlo, muestra ahora su misericordia y ternura, tomándola de la mano
y levantándola. Un rabino judío no se hubiera acercado a tocar a un enfermo,
menos siendo mujer y menos siendo día de sábado. Pero para Jesús lo que importa
es la manifestación de la bondad.
Una reflexión que podemos
hacer es que en el mundo hay muchas clases de fiebres espirituales y quizá
nosotros mismos estamos con calentura de avaricia, de soberbia, ira, orgullo,
egoísmo, odio ambición, etc. Jesús pasa junto a nosotros y nos quiere curar. Lo
primero esencial que se necesita es que el enfermo quiera curarse. Si esto es
necesario en una enfermedad corporal ¡Cuánto más en una espiritual! Una señal
de que la curación de la suegra de Pedro fue un milagro, es que inmediatamente
se puso a servirles. Esto es lo que ella deseaba por estar en su casa. Y es lo
que Jesús quiere de nosotros: si nos sentimos curados, debemos dedicarnos a
servir a otros.
Jesús nos ha dejado grandes
poderes de sanación espiritual, que muchas veces se manifiesta en lo corporal,
por medio de los sacramentos. Para ello está el sacramento de
Dice el evangelio que al
atardecer muchos le llevaban a Jesús los enfermos en el cuerpo o endemoniados
(enfermos mentales). De todos se compadecía y los curaba. Es curiosa la
anotación de “al atardecer”. Es muy posible que la gente tuviera cierto temor a
los fariseos por lo del descanso sabático que terminaba al atardecer. Con ello
nos quiere enseñar a los cristianos que ante el mal no debemos quedarnos
cruzados de brazos. De hecho en la historia de
Evangelizar no es sólo
hablar, sino hacer positivamente el bien. Lo difícil a veces es saber
equilibrar lo que debemos hacer y acompañarlo con la oración. Por eso muy de
mañanita se retiró a solas a orar. Jesús, como hombre, necesitaba orar. Y esta
es una gran enseñanza que nos da a todos. La oración es necesaria para
encontrar la paz del espíritu, saber que estamos unidos cada vez más con Dios y
encontrar el verdadero sentido de la misión, como Jesús encontraba el sentido
de su misión como Mesías. De la oración profunda y larga volvía a los suyos
renovado, luminoso y sereno. No parece ser que orase con muchas palabras o
palabrería, como El nos dice alguna vez. Más bien serían afectos interiores.
Así nuestra oración nos marca la manera de ser.
Otra reflexión que podemos
hacer al ver a Jesús sanando enfermedades y otras clases de males es el porqué
de tantos males que hay en el mundo. Muchas personas no ven el sentido de un
Dios misericordioso, cuando en verdad hay tantos males. Hay cosas esenciales
que debemos saber: Dios no quiere el sufrimiento. Ciertamente es un misterio el
porqué es así el mundo; pero sabemos que este mundo es un paso para el
definitivo y totalmente feliz. La libertad es un bien. El mal proviene de haber
usado mal la libertad. Dios mismo ha venido a sufrir con nosotros; pero nos
enseña a trabajar para desterrar todo el mal que podamos con nuestras fuerzas.
El mal no es un castigo y Dios mismo nos da fuerzas suficientes para superarlo
y poder sacar bienes de todo mal. Pidamos gracia para comprenderlo y para
trabajar con alegría por el bien.