TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO VI B
(11-febrero-2018)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Reconozcamos
nuestros prejuicios y prevenciones
ü Lecturas:
o Levítico
13, 1-2. 44-46
o I
Carta san Pablo a los Corintios 10, 31—11,1
o Marcos
1, 40-45
ü Las
lecturas de este domingo nos invitan a profundizar en un tema que tiene gran
importancia para la convivencia. Se trata de los prejuicios sociales, que nos llevan a hacer afirmaciones
injustas sobre las personas y los grupos. Estos juicios sin fundamento son
causa de terribles atropellos. Tomemos un ejemplo muy cercano, que ha sido
noticia durante los últimos meses: las afirmaciones hechas por el Presidente
Trump contra los mejicanos, salvadoreños, hondureños, haitianos, etc. Sus
afirmaciones son escandalosas y manifiestan un repugnante racismo. En el texto
del libro del Levítico que acabamos de escuchar, se establecen unas crueles
normas de exclusión social y religiosa para los portadores de una enfermedad,
la lepra. Los invito a no quedarnos atascados emocionalmente en el impacto que
nos genera este texto. Miremos a nuestro interior.
ü Sería
ingenuo, por no decir que temerario, proclamarnos libres de prejuicios. Cada
uno carga sobre sus espaldas un morral de valores y antivalores provenientes
del entorno cultural. Y los prejuicios pertenecen a los antivalores que nos
condicionan en la manera de juzgar y comportarnos. Pensemos, por ejemplo, en los
regionalismos y en los nacionalismos. Son caldo de cultivo para la formulación
de frases que manifiestan prevención y sospecha frente a los demás que no son
como nosotros. Abundan los ejemplos de prejuicios sociales que fueron causa de
persecución y muerte: los cristianos durante los tres primeros siglos de nuestra
era; los judíos; los gitanos; los indígenas; los negros; los latinos. La lista
sería interminable.
ü Las
causas de los prejuicios sociales son múltiples. Aquí enunciaremos unas
cuantas. Lo importante es personalizar esta reflexión: ¿Cuáles son mis perjuicios
más acentuados? ¿Por qué juzgo de esta manera a las personas?
o Una
razón es la ignorancia. El desconocimiento científico del desarrollo de las enfermedades
ha llevado a estigmatizar a quienes las sufren. Hay dos ejemplos muy evidentes:
En la Biblia, la lepra; y en nuestros tiempos, el HIV. La ignorancia ha llevado
a interpretaciones equivocadas sobre sus orígenes, transmisión y tratamiento.
La ignorancia ha traído, como consecuencia, el aislamiento social. Otro ejemplo,
en culturas remotas, era el asesinato de los niños albinos, cuya piel carecía
de pigmentación; eran eliminados porque se los consideraba portadores de una
maldición.
o Otras
veces, los prejuicios se nutren de una ideología que proclama la superioridad
de una raza, de una religión o de una cultura. Sentirse superiores implica mirar
con desprecio a los que son diferentes.
o Otra
causa es la educación. Los niños repiten lo que escuchan de sus padres. Así los
prejuicios se van transmitiendo de generación en generación en forma de
refranes o chistes de mal gusto.
o En
tiempos de crisis (económica, política, desastres naturales, etc.), es
frecuente señalar a un grupo como el causante de los males que se padecen. Es
lo que en el lenguaje bíblico se conoce como chivo expiatorio. Durante la Edad Media, con mucha frecuencia los
judíos fueron señalados como culpables de las diversas calamidades que asolaban
las regiones de Europa; los líderes religiosos y sociales pronunciaban
encendidos discursos que desataban la violencia contra los judíos (eran los
llamados pogroms): destrucción de sus negocios, incendio de casas y sinagogas,
linchamiento de los miembros de la comunidad judía. En nuestro tiempo, Maduro
ha convertido a Colombia en el chivo expiatorio
de los males que agobian a la nación hermana.
ü Leamos,
pues, este desapacible texto del libro del Levítico como una invitación a tomar
conciencia de nuestros prejuicios y los factores que los alimentan.
ü Pasemos
ahora al relato del evangelista Marcos, que narra el encuentro de Jesús con
este enfermo. El diálogo es muy breve. El enfermo le dice: “Si tú quieres, puedes
curarme”. ¿Cómo reacciona Jesús? “Jesús se compadeció de él, y extendiendo la
mano, lo tocó y le dijo: ¡Sí quiero; sana!”. Estas breves palabras del Señor
fueron una bomba que hizo saltar en mil pedazos los prejuicios del pueblo de
Israel: habló a quien estaba prohibido hablar; tocó al que estaba prohibido tocar.
ü A
lo largo de su ministerio apostólico, Jesús fue un transgresor de las normas
sociales que excluían a segmentos de la población. Se acercó a todos los que
estaban discriminados: los cobradores de impuestos, los samaritanos, los
pecadores, los enfermos. Jesús invirtió la pirámide social: los que estaban
abajo y eran menospreciados por los escribas y fariseos, eran los consentidos
de Dios y herederos del Reino
ü Leamos
este inquietante texto del Levítico, que nos subleva interiormente, con espíritu
auto-crítico. Atrevámonos a reconocer los prejuicios que nos han acompañado a
lo largo de la vida. Y no seamos como los fariseos que señalaban con el dedo a
los otros, y se sentían muy satisfechos porque se creían mejores que los demás.
ü Jesús
nos da una lección de libertad de espíritu. No estaba atado a los prejuicios
sociales. Sus brazos estaban abiertos para acoger y bendecir a quienes lo
buscaban con sinceridad. Coherente con este ejemplo del Señor, el papa Francisco
nos invita, como Iglesia, a abrir las puertas para acoger a todos, sin
discriminaciones. Y esto escandaliza a los fariseos de nuestro tiempo.