La montaña es así
En grupos muy
cerrados con tendencia al contagio, se usa la droga para experimentar el éxtasis,
la visión con resultados que llevan más bien, a la paranoia. Son experiencias
momentáneas. Luego viene el vacío, la angustia, el abismo en soledad total. Son
remedios que agravan más la enfermedad. No logran aquietar el espíritu, no dan
peso a la personalidad. A todo esto hay una alternativa maravillosa: El
encuentro con la naturaleza, el andinismo, el alpinismo, la contemplación desde
la montaña.
Y la montaña es así: Majestuosa, altiva, fresca, colorida,
fragante. Sólo revela sus secretos a quienes saben culminar la altura. Llegar
hasta la cima es asunto de esfuerzo, disciplina, arte y compañerismo. Aunque
invita a la soledad y al silencio, pide la comunión, el espíritu solidario, el
disfrute compartido. Guarda en sus intimidades el misterio, lo indescifrable,
la comunicación con la trascendencia. Y mientras más se asciende, más honda es
la comunicación.
El Dios de la Biblia es el Dios de la montaña. Siempre
nos está invitando a subir. Va muy de acuerdo con la dimensión humana de la
altura que tiene la misma dimensión de
la profundidad. Se sube para adentrarse, para encontrarse. Sólo desde allá
podemos aprender a contemplar y a contemplarnos. O adentrarnos que es lo mismo
para poder ver con claridad descifrando todos los horizontes de nuestra
existencia. ¡Oh, la montaña tan soñada, tan deseada, tan echada de menos!
Y Jesús llevó a la montaña a sus amigos, a sus íntimos
para experimentar los efectos de la luz, de la escucha, del encuentro. Sólo en
la altura, o lo que es lo mismo, en la profundidad de nuestro ser, podemos saborear
los secretos de nuestra existencia, de los valores que le dan sentido y
aprender del Amigo la proyección, el descubrimiento último de lo que nos
trasciende pasando por la cruz de cada día hasta la plenitud de una nueva
humanidad conquistada y realizada.
Cochabamba 25.02.18
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com