CICLO  A

TIEMPO DE CUARESMA

DOMINGO I

 

El miércoles, con la imposición de la ceniza, comenzábamos la cuaresma. También Jesús, durante cuarenta días en la soledad del desierto, dio respuesta al tentador astuto, que desde el principio incita a todo hombre  a desobedecer a Dios. Las oraciones y el prefacio de hoy nos hablan de avanzar en el conocimiento y en la plena vivencia del misterio cristiano. Es la segunda lectura la que nos adentra en la riqueza de este misterio: por la obediencia de Cristo, el amor infinito de Dios se desbordó  (se desborda en un eterno “hoy”)  sobre el ser humano, pobre pecador hecho de barro, que se va desmoronando hasta volver al polvo.

 

 El hombre, todo hombre, quiere ser como Dios: decidiendo por sí mismo el bien y el mal, viviendo sólo  para la materialidad del pan, tentando a Dios como si  no existiera, adorando y entregándose a cosas y personas  como si fueran dioses. Por la desobediencia de un solo hombre (Adán) todos hemos sido constituidos pecadores.

 

En la pascua de este año celebraremos y recordaremos aquella pascua de Cristo, que “a pesar de ser Hijo, aprendió sufriendo a obedecer”.  Como un hombre cualquiera, Cristo aceptó la radical fragilidad humana de la muerte, puesto en las manos de Dios en un supremo acto de libertad y obediencia filial. Por eso, Dios lo levantó hasta la consumación de la gloria y “se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna” (Carta a los Hebreos 5, 8-9).

 

Por esta obediencia de Cristo, todos los que le obedecen a Él reciben a raudales, ya desde ahora,  el don gratuito de Dios, que indulta y  da su vida eterna al ser humano, frágil como la arcilla misma. Así, “celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua”, viviendo y muriendo con Cristo y como Cristo, el Crucificado-Resucitado, podremos “pasar un día a la Pascua que no acaba”.

 

MARIANO ESTEBAN CARO