COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones
de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas
por radios de Capital y Gran Buenos Aires)
Domingo Sexto
durante el año, Ciclo B
Evangelio
según San Marcos 1,40-45 (ciclo B)
Se acercó a
Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si
quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo
tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida la lepra
desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega
por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de
testimonio". Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el
mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar
públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares
desiertos. Y acudían a él de todas partes.
VOLVER A LA
SALUD INTERIOR
En aquella época la lepra era considerada como un pecado y una maldición; también, por sus
mismas características, los enfermos eran separados de la comunidad y vivían en
lugares alejados; no se tenía contacto con ellos. Este hombre, leproso,
reconociendo su enfermedad, se acerca a Jesús y cayendo de rodillas le pide que
“si quiere” lo purifique.
Esa lepra es una enfermedad, una debilidad, una limitación y en este
mundo que nos toca vivir, en pleno siglo XXI, hay distintas lepras, distintas enfermedades; adicciones, carencias
morales, físicas, espirituales, síquicas, sociales; tantas limitaciones que
muchas veces parecieran como que hacen imposible vivir sanamente, poder reincorporarse
a una dignidad de vida familiar, social y eclesial. ¡Cuántos marginados!
Creo que hoy más que nunca tenemos que reconocer la limitación y la
enfermedad, porque todos sabemos que el ser humano está enfermo, está con
carencias, en un estado de adolescencia, adolece, le falta; y es necesario
volver a la salud interior, integral, a la objetiva, a lo importante. ¡Cuántas
heridas tiene nuestra sociedad!
Pidamos a Jesús, por medio de la Virgen, que Él quiera curarnos, que
vivamos una vida digna para que el ser humano pueda estar bien vinculado, con
todos y -¿por qué no decirlo?- Para que sea feliz.
Que la Virgen de Lourdes nos de esa intercesión; que sane a tantos
enfermos y que seamos capaces de dar gracias.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén