MIERCOLES DE CENIZAS

                                             (Ciclo B)

 

Comienza el tiempo de Cuaresma, tiempo fuerte de reflexión para preparar la Pascua del Señor. El Concilio Vaticano II, lo presenta así: “Puesto que el tiempo cuaresmal prepara los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del Bautismo y mediante la Penitencia, dése particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo” (SC n. 109). Es el tiempo de preparación a la Pascua del Señor Jesús, lo que significa, revivir en la propia vida su misterio de muerte y resurrección, este tiempo privilegiado, es una nueva oportunidad que nos regala Dios para una mayor configuración con su Hijo (cfr. Rm.8,29). La configuración con Cristo, a su Pasión y Resurrección, clave de conversión, está en vivir nuestro Bautismo, trabajar en superar lo que nos aleja de nuestra condición de hijos de Dios, miembros vivos de la Iglesia y herederos de la vida eterna. Los medios, la oración y la ascesis personal, nos proporcionan la disposición interior para avanzar en el itinerario cuaresmal hacia la pascua de luz. La liturgia de la Palabra, será una gran catequesis bautismal, penitencial y eucarística, sacramentos eminentemente pascuales. La dimensión social de este tiempo, se refiere a compartir con los más pobres los bienes, de ahí la colecta propia de este tiempo. Acompañemos a Jesús en su Pasión, que es nuestra salvación, camino en subida a la Cruz, para conocer a la luz de la resurrección. Es el alba de la nueva creación, levantémonos con ÉL hacia la luz de eternidad.

 

MIERCOLES DE CENIZAS

Día de ayuno, privación de alimentos, lo que incluye la cantidad y abstinencia de carne.

Lecturas bíblicas

a.- Jl. 2,12-18: Volved a mí de todo corazón.

El profeta Joel, con motivo de una plaga de langosta y su paso desolador, ve un preludio escatológico del día de Yahvé. Con toque de trompeta se anuncia día de ayuno a toda la comunidad. Lo que hay que rasgar es el corazón, y luego las vestiduras. La conversión es un volver a Dios, ya que el pecado nos aleja de Yahvé, pero nos dice, de “todo corazón” (v.12), es decir, que el regreso no sea algo esporádico, ocasional, ficticio o interesado. Una conversión de todo corazón, es un llamado sincero, firme con el propósito de la enmienda. ¿Cuáles son los motivos que Joel ofrece para comenzar este camino de conversión? De parte de Dios nos dice: “Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved a Yahvé vuestro Dios, porque él es clemente y compasivo, tardo a la cólera, rico en amor, y se ablanda ante la desgracia. ¡Quién sabe si volverá y se ablandará, y dejará tras sí una bendición, oblación y libación a Yahvé vuestro Dios!” (vv. 13-14). He ahí el fundamento de su oración y esperanza, y también de la nuestra, lo que viene a significar, que no todo está definitivamente perdido, si el hombre no se resiste, sino que de verdad convierte su corazón a Yahvé y cambia (cfr. Mt. 7, 7). De parte del hombre, el temor a que una vez que pase la plaga de langosta, si llega, se pueda volver a tener algo de agricultura para restablecer el culto y la ofrenda, se espera la bendición (v.14). Todos participaron de este movimiento de regreso al Señor: ancianos y niños, sacerdotes y casados, porque todo comprometidos con su Alianza. La invitación a la penitencia, que hace el profeta, es para pedir el perdón divino, pero lo que le interesa de verdad destacar, no es el castigo sobre el pueblo pecador, sino que salvar el honor de Yahvé, delante de los otros pueblos. Verán que su Dios no pudo salvarlos y éstos se preguntarán: “¿Dónde está su Dios?” (v. 17). La respuesta de Yahvé, ante la conversión y penitencia de su pueblo fue: “Y Yahvé se llenó de celo por su tierra, y tuvo piedad de su pueblo. Respondió Yahvé y dijo a su pueblo: “He aquí que yo os envío grano, mosto y aceite virgen: os hartaréis de ello, y no os entregaré más al oprobio de las naciones.” (vv.18-19). Hoy la Iglesia nos invita a volver a nuestro Dios, su actitud no ilumina.

b.- 2 Cor. 5, 20-6,2: No recibáis en vano la gracia de Dios.

El apóstol, al referirse a su ministerio, exhorta a los corintios a considerar que, si Cristo murió por todos, es para que todos vivan no para su egoísmo, sino para Aquel que los amó. De ahí que Dios nos reconcilió en Cristo, los apóstoles recibieron el ministerio de la reconciliación, por la palabra que iluminó sus corazones y que quieren esparcir en sus vidas.  Evoca el apóstol todas las acciones que Dios ha realizado en Cristo por nosotros. Siendo el Cordero Inocente que quita el pecado del mundo, le hizo pecado por nosotros para alcanzar justicia con ÉL.  La gracia de Jesucristo, nos hace puros y limpios a sus ojos, porque bañados de la luz de su resurrección podemos caminar como en pleno día, de cara a Jesucristo, nuestro Dios y Señor. Hoy es el en día que Dios nos escucha, según lo profetizado, nos ayuda el Siervo de Yahvé, nos alcanza salvación. La predicación de la penitencia es esencial a la Iglesia que busca la reconciliación de los hombres entre sí y con Dios, fuente de perdón y misericordia.   

c.- Mt.6,1-6.16-18: Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará.

El evangelio nos presenta tres momentos fundamentales de la piedad hebrea: la limosna (vv.1-4), la oración (vv.5-6), y el ayuno (vv.16-18). El Maestro enseña, en su Sermón de la Montaña, un principio básico de su evangelio: la nueva justicia o santidad. La nueva Ley, las Bienaventuranzas, debe ser vivida por sus discípulos, con mayor perfección que escribas y fariseos (cfr. Mt.  5,20). Es necesario obrar, aplicar el principio a algunas de estas prácticas de piedad: la limosna, la oración y el ayuno. Es necesario que esas obras correspondan a la voluntad de Dios, pero hechas no de cara a la tribuna, los demás, buscando su alabanza, sino de cara a Dios que ve en lo secreto y o recompensará. Jesús, no critica estas prácticas en sí mismas, sino la forma y finalidad, con que se viven, en especial por los fariseos, que gustaban ser vistos al practicarlas (v.1). La retribución divina, no se ha de entender como el pago del esfuerzo personal, modo fariseo, sino como entiende Jesús, reconocer que todo lo que el Padre da a sus hijos es pura misericordia. La limosna, hecha sólo por Dios, la ve el Padre, queda oculta a los ojos de los hombres, y quien la hace recibe su recompensa. La denuncia que hace Jesús, es por los hipócritas que buscan la fama de ser generosos y la propia satisfacción. Hay que hacer limosna, como obra de justicia, en un clima de colaborar con el hermano lo bienes recibidos (cfr. Os. 6,6; Mt. 5,7; 9,12; 12,7). La oración del discípulo de Jesús, será hecha en su cuarto, con la puerta cerrada, en lo interior del espíritu, y en esa calma orar a su Padre Celestial. Jesús manda orar en forma sencilla, en secreto al Padre, como obra de justicia, agradecidos del don recibido como la filiación. Si Dios es nuestro Padre, quiere relaciones filiales con él, libremente, un cara a cara, dialogo por amor. Todo esto forma parte de la fe, lo que constituye a la fe, como fundamento de la oración cristiana. La oración será desde entonces, ejercicio de vida teologal. Su denuncia es por los hipócritas, fariseos y paganos, cuando oran. La oración farisea, busca la aprobación y alabanza de los hombres, rutinaria y legalista, que cree recibir la paga de quien compra a Dios. Se deja fuera la oración de los paganos, hecha de muchas palabras, con tonalidades mágicas, que pretenden obligar a Dios a escuchar y hacer lo pedido (cfr.1 Re.18,26s). Dios sabe de nuestras necesidades, antes que se las presentemos en la oración (Mt.6,8). Al ayuno público, se agregó el ayuno voluntario e individual para el perdón de los pecados personales y del pueblo. Consistía en no comer desde el alba hasta la puesta del sol, algunos agregaban no lavarse ni perfumarse. Todo para dar a conocer que ayunaban. El verdadero ayuno será de quien, limpio el rostro y perfumado, quiere que lo observe sólo Dios. Su ayuno será expresión de su dolor por los pecados, como obra de justicia, ante quien se es deudor, exteriorización de su profunda conversión, motivo de alegría y gozo (cfr. Is. 58, 5-6). La llamada de atención, es  a la honradez y sinceridad, al realismo,  vivir para hacer lo que agrada al Padre.

Nuestra Santa Madre Teresa, cuando andaba su vida espiritual decaída, había dejado la oración y estaba dividida entre Dios y el locutorio, es decir, el mundo exterior a su vida de monja contemplativa, descubre en la Pasión de Cristo, la fuente de su verdadera conversión al Señor Jesús. “Pues ya andaba mi alma cansada y aunque quería no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.” (Vida 9,1).

  

JUEVES DESPUES DE CENIZA

Lecturas bíblicas

a.- Dt. 30,15-20: Los dos caminos.

El tema de los dos caminos, es la conclusión lógica, de la proclamación de la ley deuteronómica y la renovación de la Alianza en Moab, del tercer discurso de Moisés. Se presentan las dos opciones que ha tenido Israel, caminos que conducen a fines entre sí contrarios: vida o muerte. Las bendiciones de Yahvé serán fruto de su fidelidad a la Alianza, lo contrario es romper la Alianza, con un fin trágico para quien cometa esa infidelidad. Como testigos de todo esto, Yahvé pone al cielo y a la tierra, de la propuesta que le ha hecho a su pueblo de salvación o ruina (v.19). La propuesta fue aceptada por el pueblo libremente, haciendo responsable de ello (cfr. Ex. 24, 3. 7; Jos. 24, 16-24; Jr.11,1-14). En el fondo, se trata de dos propuestas que significan dos modos de vidas, definidas por las bendiciones y maldiciones (cfr. Dt. 11, 26-28). Avanzada la historia de la salvación Jesús nos exhortará a caminar por la senda estrecha que conduce a la vida, y evitar la que lleva a la perdición (cfr. Mt. 7,13s; 10, 32-39). Muerte o vida ese es el horizonte, la libertad y el amor a Dios nos deben guiar en nuestra opción.

b.- Lc.  9, 22-25: El que pierda su vida por mí la ganará.

El evangelio nos presenta el primer anuncio que hace Jesús de su Pasión (v. 22), y las condiciones para seguirle.  Jesús declara, que el Hijo del Hombre, tendrá que sufrir mucho, ser reprobado y llevado a la muerte, y al tercer día resucitar (v.22). ¿Quiénes le matarán? Los adversarios de Jesús son: los ancianos, sumos sacerdotes y escribas. Jesús, es el Mesías, Siervo de Yahvé que expía los pecados de los hombres (cfr. Is. 52,13; 53,12). Como Hijo de Dios, es Salvador y Siervo sufriente. Dios Padre tendrá la palabra y acción definitiva, resucitando al Hijo. A quienes quieran seguirle, Jesús les da un programa de vida: negarse a sí mismo, tomar la cruz cada día y con ello salvar la vida al entregarla cada día, para recuperarla, como Jesús resucitado. Lo primero. Negarse a sí mismo, es decir, renunciar a ser el centro de la propia vida. Se trata de negarse a una vida poco autentica, poco real, para que emerja la vida verdadera guiada por el Espíritu de Jesús, su palabra, el evangelio. Tomar la cruz cada día, viene a significar la sumisión a Dios, por amor a Jesucristo, buscando la salvación eterna. Cargar la cruz de Jesús, no es otra cosa, que escuchar a Jesús, asumir sus criterios de vida y sus actitudes y seguirlo hasta el final. Mantenerse en comunión con su misterio de vida y amor, de perdón y misericordia que brota de la Cruz, para aprender a perdonar al prójimo. Salvar la vida, viene a significar, dar la vida, morir al propio en todas sus manifestaciones, es vivir para el discípulo de Cristo. ¿Qué supone ganar la vida? Entregarla al servicio de Dios hasta la posibilidad del martirio, el mundo no tiene la última palabra, es por eso que la palabra de Jesús contrasta con él, y ofrece mayores garantías. Como Cristo Jesús, entregó su vida por los hermanos hasta la muerte en Cruz, para recuperarla en su resurrección así también el creyente, en cuanto da su vida por los hermanos, va sembrando eternidad para la resurrección final. Ganar el mundo, es perderlo para discípulo, si ama al prójimo, conoce la muerte y el amor la lleva más allá de la muerte y como Cristo vence la muerte en sí y entra en la vida eterna. La invitación, es entonces en esta Cuaresma, a dar la vida por quienes nos han sido confiados desde nuestra perspectiva cristiana: familia, hermanos de comunidad eclesial, ancianos, enfermos, jóvenes, niños, etc.

Santa Teresa de Jesús, luego de una crisis de oración, recupera la vida verdadera, desde el misterio de ese Cristo llagado, que ha encontrado para vivir en su alma por gracia y presencia. Teresa convertida nos confidencia este soliloquio: “¡Qué es esto, Señor mío!, ¿en tan peligrosa vida hemos de vivir?; que escribiendo esto estoy, y me parece que con vuestro favor y por vuestra misericordia podría decir lo que San Pablo, aunque no con esa perfección (Gál 2,20): Que no vivo yo ya, sino que Vos, Criador mío, vivís en mí, según ha algunos años que  a lo que puedo entender  me tenéis de vuestra mano y me veo con deseos y determinaciones, y en alguna manera probado por experiencia en estos años en muchas cosas, de no hacer cosa contra vuestra voluntad, por pequeña que sea, aunque debo hacer hartas ofensas a Vuestra Majestad, sin entenderlo.” (Vida 6, 9).

 

VIERNES DESPUES DE CENIZA

Lecturas bíblicas

a.- Is. 58, 1-9: El ayuno agradable a Dios.

El profeta hace una enérgica denuncia del formulismo litúrgico: el pueblo invoca a Yahvé, guarda el ayuno, pero estas prácticas no tocan la vida espiritual, el corazón de los creyentes. Más bien esos actos religiosos manifiestan su incoherencia entre fe y vida. El pueblo piensa que la observancia de la Ley y del ayuno, al parecer no sirve de nada ante Yahvé, porque no oye ni entiende nada (v.3), se contrapone la voz del profeta, que denuncia la hipocresía de las clases dirigentes, que mientras ayunan, explotan a sus obreros, dan puñetazos a los malvados, etc. ¿Cuál es el ayuno que Dios quiere? Él quiere que se respeten los derechos humanos con el prójimo, la justicia, desde lo más básico: liberar a los hombres de todo tipo de opresión, del hambre, del frío, de la desnudez, etc. Son las obras de misericordia, de las que hablará Jesús en su discurso escatológico, de las que dependerá la entrada en la vida eterna, el día del Juicio final (cfr. Mt. 25, 31-46).  Se trata de la verdadera religión, la que nace de lo interior, la que exigieron todos los profetas después del exilio y también Jesús en su evangelio.

b.- Mt.  9, 14-15: Ayunarán cuando se lleven al novio.

En este evangelio tenemos la cuestión del ayuno (v.15), y la respuesta de Jesús (v.15). La pregunta de los discípulos de Juan, da la ocasión a Jesús para hablar de los tiempos mesiánicos. Jesús, se identifica con la imagen de Yahvé  esposo de Israel, desposorios que están por celebrarse con toda la humanidad (cfr. Os. 2, 18-20; Is. 54, 5-6). Lo importante, es entrar en el círculo de los amigos del novio para alegrarse con ÉL, que prepara Juan Bautista. “El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud.” (Jn. 3, 28-29). Mientras Jesús “está con ellos” (v.15), los discípulos es tiempo de alegría, no de ayuno. Pero llegará el tiempo, en que el novio les será quitado abruptamente, entonces habrá motivos para ayunar, clara alusión de Jesús a su pasión y muerte (v. 15; cfr. Is.53, 8). El ayuno expresa aflicción, tristeza, pero no es parte de los tiempos del Reino de Dios inaugurado por Jesús. Las palabras de Jesús, son más bien una acusación contra los discípulos de Juan y los fariseos porque no vieron en Jesús al esposo mesiánico, su ayuno manifiesta su tristeza. El auténtico ayuno, manifiesta participación en el misterio pascual de Cristo, un espíritu nuevo, el que harán sus discípulos de hoy.

Santa Teresa de Jesús, vivió profundamente su condición de esposa de Cristo, haciendo suyos sus intereses. “Sí, llegaos a pensar y entender, en llegando, con quién vais a hablar o con quién estáis hablando. En mil vidas de las nuestras no acabaremos de entender cómo merece ser tratado este Señor, que los ángeles tiemblan delante de él. Todo lo manda, todo lo puede; su querer es obrar. Pues razón será, hijas, que procuremos deleitarnos en estas grandezas que tiene nuestro Esposo, y que entendamos con quién estamos casadas, qué vida hemos de tener” (Camino de perfección 22,7-8).

 

SABADO DESPUES DE CENIZA

Lecturas bíblicas

a.- Is. 58, 9-14: Partir el pan con el hambriento.

El profeta explica el verdadero sentido del ayuno que Dios quiere. La primera exhortación, es saber que Dios está dispuesto a escuchar a quien clame y pida socorro a ÉL (v.9). Luego señala una serie de acciones relacionadas con lo que hoy conocemos como derechos humanos y las obras de misericordia: quitar todo tipo de yugo, evitar todo tipo de violencia, dar de comer al hambriento, etc. Cuando los hombres que poseen, compartan con los que carecen de todo, será signo de que los tiempos mesiánicos han comenzado, la luz irrumpirá sobre las tinieblas de la injusticia, y Yahvé como Pastor conducirá a su pueblo a buenos pastos y aguas cristalinas. Más aún, ellos mismos llevarán en sí la fuerza de Yahvé, y su vitalidad hasta convertirse en huertos y fuentes de aguas, porque comunicarán a otros su experiencia (v.11). El templo será reconstruido y sus murallas, premio de Yahvé a la vivencia de esta verdadera religión. La santificación del sábado, era otra de las grandes instituciones de Israel, lugar como Sión y el tiempo del sábado serán santos, en la medida en que el hombre los hace santos con sus actitudes. La santificación del sábado, consistirá en dedicar el tiempo para el Señor, y para los hermanos en ese día. Observar el sábado, sin dedicarlo a Yahvé, es una profanación, además de una gran hipocresía. La herencia de Jacob, se refiere al cumplimiento de las promesas, en los que son fieles a la verdadera religión, exaltados a la derecha del Padre.

b.- Lc. 5, 27-32: Vocación de Mateo, el publicano.

En este evangelio hay dos momentos importantes como son la vocación de Leví (vv.27-28), y el banquete que éste le ofrece Jesús (vv.27-32). Llama a un publicano o un recaudador entre sus discípulos, un hombre colaborador de Roma. El gesto de Jesús, adquiere un gran valor, al llamar a este hombre, desde su lugar de trabajo para ser su discípulo. Le regala la vocación a un pecador público, un impuro, a uno que hay que evitar, según los fariseos. Desde ahora la gracia de Dios llega a todos, Jesús la comunica a quien quiere recibirla. El pecado, ya no es barrera para la salvación, más aún, Jesús, el que trae la salvación, antes, perdona los pecados, para que ésta puede ser acogida por el hombre en su existencia. Mirada luminosa y penetrante es la que dirige Jesús, acompañada de palabras tan poderosas, que el publicano Leví, deja todo lo que posee y a lo que había servido, para seguir al joven maestro de Nazaret (v. 27). Su llamada cambia la existencia; su palabra produce un efecto inmediato: la recepción de la salvación, se traduce en banquete para Jesús y sus discípulos. Lucas, presenta a Jesús conversando, como un invitado al estilo de los banquetes griegos, donde se desarrollaban diálogos profundos (cfr. Lc. 7, 36ss; 13,38ss; 14,1ss; 19,1ss; 24,29ss). En ese clima fraterno, las murmuraciones de los fariseos y escribas producen tensión: critican a Jesús que se siente a la mesa con pecadores públicos, trasgresores de la ley mosaica. Ellos son íntegros, santos, apartados de lo que no es santo viven las rígidas leyes de pureza. Lo que fue una norma para el sacerdote en funciones, se extendió al pueblo, y los fariseos sus máximos defensores. El Señor Jesús, sigue un camino diverso, no excluye a nadie ni provoca el alejamiento, busca la curación del pecador o de lo pecaminoso. Lo que hace es obrar como un médico. Si el médico se ocupase sólo de los sanos y se apartase de los enfermos, no cumpliría con su profesión. Jesús quiere salvar a los hombres desde la salud física hasta la salud espiritual, perdonando los pecados. El tiempo de la salud, corresponde al tiempo de la misericordia con los pobres, enfermos, y hombres sin esperanza o sometidos al mal. Jesús llama a pecadores a la conversión, único camino para llegar a la salvación. La conversión y santificación de los discípulos de Cristo pasa no por apartarse de los pecadores, sino en ofrecerles la salvación a justo y pecadores, preocupados en amar y servir a todos, antes de estar demasiado preocupados por la propia salvación. Sólo la fe en Jesús y quien habla por Jesús puede superar el escándalo que provoca su forma de actuar. Los fariseos no reconocen en Jesús, el inicio de los tiempos mesiánicos, porque son ciegos para ver la obra de Dios, en cambio Leví conoció la misericordia y el amor en su propia casa. 

Santa Teresa de Jesús, buscando remediar la soledad de su alma, cómo buena lectora, encontró en San Agustín, en especial en sus Confesiones, un buen aliado para sus deseos de mejorar su vida espiritual. El santo Doctor le dio la clave: entrar en su mundo interior. “En este tiempo me dieron las Confesiones de San Agustín, que parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré, ni nunca las había visto. Yo soy muy aficionada a San Agustín…, y también por haber sido pecador; que en los santos, que después de serlo, el Señor tornó a Sí, hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos había de hallar ayuda; y que como los había el Señor perdonado, podía hacer a mí; salvo en una cosa me desconsolaba  como he dicho : que a ellos sola una vez los había el Señor llamado y no tornaban a caer, y a mí eran ya tantas, que esto me fatigaba. Mas considerando en el amor que me tenía, tornaba a animarme, que de su misericordia jamás desconfié; de mí, muchas veces.” (Vida 9,7-8).

 

                                                                                  P. Julio González C.