Jueves de ceniza: Lc
9, 22-25
Estamos comenzando la
cuaresma.
Hoy en el evangelio se nos
propone el camino para seguir a Jesús y participar más íntimamente en
En primer lugar Jesús les
habla a los apóstoles de su fin terreno. Él había predicado siempre el amor.
Nos lo enseña con las palabras y con el ejemplo: perdonando y amando sin
límites. Pero el amor en medio de un mundo en pecado origina la oposición y la
muerte. Lo que les dice Jesús es que esa muerte por amor lleva a la
resurrección, que es la verdadera vida. Así también va a ser la vida del
discípulo de Cristo. Es una vida de amor a Dios y entrega por los demás, que
tendrá mucho de renuncia de los propios intereses mundanos, pero que lleva a la
verdadera vida resucitada.
Jesús propone este camino
hoy no sólo a los apóstoles sino a todos. Lo hace en forma de diferentes
sentencias que seguro repetiría varias veces, ya que es signo de la vida de
quien quiere ser discípulo del Señor. Se trata de seguir a Jesús, que es
aceptar las mismas formas de su vida. Y para seguirle hoy nos habla de negarse
a sí mismo, perder la vida y cargar con la cruz de cada día por su amor.
“Negarse a sí mismo” no es
tanto una mortificación de las energías vitales cuanto no considerarse a sí
mismo como centro y valor supremo. Es renunciar a la seguridad personal,
poniendo el acento en la confianza en Dios y en el seguimiento de los mensajes
que nos da el Evangelio. Jesús es el que más renunció hasta “anonadarse” para
ser de nuestra condición y estar dispuesto a llegar hasta la cruz.
Jesús hablaba a veces por
paradojas para hacer resaltar más la originalidad y la fuerza de su mensaje.
Hoy nos habla del contraste entre perder y salvar la vida. Salvar la vida en
sentido terrenal es apartarse del grupo o la mentalidad de Jesús para tener un
seguro material. Quien así actúa, la está perdiendo. Perder la vida en el
sentido cristiano es arriesgarla estando en el grupo de los discípulos, que es
estar unido a Jesús por su causa. Ese la salva porque la recobrará con Él en la
gloria. Con esto nos dice que todo lo que se pierde, cuando se ofrece a los
demás y se sacrifica por ellos con amor, en realidad no se pierde, sino que se
gana; y todo lo que uno cree ganar, porque lo retiene para sí de manera egoísta,
en realidad lo está perdiendo.
Cargar con la cruz de cada
día es una condición para seguir a Jesús. En realidad todos tenemos cruces, los
buenos y los malos. Hay algunas terribles que nos parecen imposibles de cargar;
pero están las de cada día: dificultades en el trabajo o en la convivencia,
imprevistos con los que no contábamos, planes cambiados, molestias del tiempo y
de los diferentes caracteres de otras personas. Hay cruces que provienen de
nuestros propios egoísmos, envidias o perezas. Hay cruces que echamos a los
demás. Hay cruces de oro que se llevan en el cuello y no en el corazón. Cuando
estas cruces diarias se llevan con paz y amor nos santifican y es la mejor
penitencia cuaresmal.
La última frase de este día
ha hecho muchos santos: “¿De qué te aprovecha ganar todo si pierdes tu alma?”
En realidad todos quieren triunfar, ser más y mejores que los demás sólo por el
gusto de estar arriba. Y esto se inculca a los niños y se da una formación que
es sobre todo de fachada, pero vacíos por dentro. Jesús no pretende coartar la
formación y deseos de mejoramiento en los ideales materiales. Mientras
predomine la entrega por el bien de los demás, si aceptamos que las cosas no
nos vayan bien o no hablen bien de nosotros, vamos caminando hacia