Viernes de ceniza: Mt 9, 14-15
El miércoles de ceniza nos
proponía
Hoy nos fijamos en el
ayuno. Un verdadero ayuno debe ser para mejor poder cumplir las otras dos: para
poder hacer más limosna y para que con mayor sinceridad nos pongamos en
comunicación con Dios. Jesús no dice que no haya que ayunar o sacrificarse a
veces. Hoy nos enseña a sublimar todo lo del ayuno.
San Mateo ya nos había
enseñado palabras de Jesús diciendo que no se debía ayunar como los fariseos.
Lo veíamos el miércoles. Hoy en la 1ª lectura el profeta Isaías denuncia la
forma de ayunar de muchos israelitas: Ayunan para conseguir cosas materiales de
parte de Dios, pero al mismo tiempo no cumplen lo que Dios quiere de ellos.
Ayunan, pero al mismo tiempo maltratan a sus criados y se entregan a pleitos y
querellas. Esto no lo quiere Dios.
Luego el profeta dirá que
el ayuno que Dios quiere es la justicia, liberar a los oprimidos, compartir el
pan con el hambriento. Es decir, que el ayuno debe estar unido con la limosna y
con la sincera oración. Lo que Dios quiere es el cumplimiento del deber junto
con el amor a Dios y al prójimo.
El evangelio de hoy trata
de la diferencia de opinión sobre el ayuno. Jesús no piensa como los discípulos
de Juan Bautista. Estamos en el ambiente del banquete que organiza san Mateo
cuando es llamado para seguir a Jesús. Los discípulos de Juan ven que ellos
tienen varios días de ayuno, mientras que Jesús y sus discípulos dan la
impresión de llevar una vida muy alegre.
Jesús les quiere hacer
entender que todo ayuno voluntario debe tener una motivación. Los discípulos de
Juan la tenían: era pedir a Dios que llegase el Mesías y con esas prácticas
penitenciales se estaban preparando para esa venida, ya que Juan había predicado una pronta venida.
Jesús les dice que ya no
hay caso de hacer esa preparación, porque lo que esperan ya ha sucedido. Y ha
sucedido de una manera grandiosa: el amor de Dios se ha hecho presente como de
forma conyugal, uniéndose a la humanidad. Y el “esposo” ha llegado. Por eso es
motivo para celebrarlo, para alegrarnos.
Llegará un día en que los discípulos de Jesús
sufrirán la ausencia del “esposo”. Esta vida no es el final. En este caminar
habrá momentos difíciles en que tendremos que luchar contra nuestras pasiones.
Eso quiere representar
Tendremos que ayunar,
sacrificarnos, porque la solidaridad cristiana nos lo pedirá. Pero en medio de
tantas preocupaciones Jesús quiere dar esperanza a los corazones atribulados.
Eso quería dar a sus propios discípulos en sus comienzos de vida comunitaria.
Estaban celebrando la respuesta alegre de Mateo para el apostolado. Toda
respuesta cristiana merece una celebración, porque Jesús está presente
realizando una liberación.
Espero que en esta Cuaresma
que comenzamos hagamos ayunos o penitencias. Necesitamos demostrar, al menos
ante Dios, que estamos arrepentidos de tantas cosas malas que hemos hecho. No
todas las penitencias son agradables a Dios. Hay una señal cierta para saber si
son rectas: si nos ayudan a crecer en el amor a Dios y en el amor al prójimo.