1ª semana de
Cuaresma. Jueves: Mt 7, 7-12 b
El martes recordábamos que
entre las prácticas importantes de
Hoy el evangelio nos habla
de la oración de petición. Es un mandamiento del Señor. Así que no nos creamos
mejores porque sólo alabamos y no pedimos. También hay que pedir: para nosotros
y para los demás. Jesús nos dice hoy: “Pedid y se os dará”.
Y viene la eterna cuestión,
difícil de entender. Pues hay gente que hasta se enfadan con Dios porque no
obtienen lo que piden. Muchos dicen: Yo le pido a Dios y no me lo concede; y
eso que lo pido muchas veces. Cuando uno habla con una persona debe conocer un
poco cómo es esa persona para ver cómo y cuándo es conveniente pedirle algo, si
es necesario pedirle. Sobre Dios conocemos que es “nuestro Padre”. Pero un
padre más bueno que todos los padres y madres de la tierra. Sabemos que lo
puede todo, lo sabe todo y quiere nuestro bien. ¿Entonces, porqué no me lo
concede?
Recordamos las razones que
decía san Agustín de porqué a veces no conseguimos lo que pedimos de Dios: o
porque somos malos, o porque pedimos cosas malas, o porque pedimos mal. Claro
que, si somos malos, lo primero que quiere Dios es que seamos buenos. ¿Por qué
no le pedimos que seamos buenos? Eso sí que lo quiere Dios y nos lo concederá.
Es lo más importante para nosotros: nuestra salvación eterna, el cumplimiento
de nuestros deberes, el aumento del amor en nuestro corazón, etc.
Hay otras cosas materiales
que nos convienen. Eso al menos creemos nosotros; pero Dios es el que sabe
mejor lo que nos conviene. Debemos estar con Dios como un niño ante su padre. Y
un buen padre no da a un niño pequeño un cuchillo cortante o una pistola
cargada, aunque el niño llore y patalee. Pero hay muchas cosas que sí nos dará
si lo pedimos con fe. Jesús así lo hacía durante su vida. Lo mismo puede hacer
ahora. La oración es sobre todo una entrega en la voluntad de Dios. Hay veces
que una persona pide y pide muchas veces algo material y no lo consigue; pero
al final siente una paz en el alma, como nunca había sentido y Dios conoce que
esa persona está mucho más cerca de su amor. Esa persona ha conseguido mucho
más de lo que había pedido. Porque lo cierto es que Dios no deja sin regalo a
quien se acerca con fe.
Lo principal es abandonarse
en las manos de Dios. Hay personas que quieren hacer una especie de negocio con
Dios: “Si me das esto, yo te doy lo otro”. Y para conseguirlo ofrecen
sacrificios terribles, como caminar de rodillas o grandes ayunos. Esto puede
estar muy bien, si se hace simplemente para alabar mejor a Dios, pero no como
una especie de trueque. Dios no necesita nada nuestro para darnos cosas buenas
o escuchar nuestras oraciones. El antiguo catecismo nos decía que para orar
bien debemos tener: atención, humildad, confianza y perseverancia. Todo se
reduce a los sentimientos filiales ante Dios, que es nuestro Padre, que es
Jesús, nuestro hermano, y que es Espíritu Santo, que nos ayuda y vivifica
nuestro corazón. No es que haya que hacer aspavientos o repetir muchas
palabras. Bastaría una presentación, como la de María: “No tienen vino”. La
diferencia está en la grandeza de fe y confianza.
Jesús nos manda pedir,
porque la falta de oración puede ser un signo de orgullo. La oración es la apertura
del hombre a Dios, porque reconocemos que somos impotentes. Y la oración no
debe ser para aislarse de los demás. Termina hoy Jesús diciendo que entre
nosotros también nos necesitamos y debemos dar lo que queremos que nos den.