SOLEMNIDAD. ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

(25 de marzo)

 

Nuestra fe afirma el contenido del Evangelio que hoy se proclama: “Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen”.

Ya el profeta Isaías había hecho este anuncio: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel” (7, 14). Esta promesa tendría cumplimiento en la Encarnación del Hijo de Dios en las entrañas virginales de María. Ante el anuncio de que iba a ser madre, María preguntó: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Ella, sin dudar de la posibilidad de su cumplimiento, quiere solamente conocer la forma de su realización. "Buscó el modo; no dudó de la omnipotencia de Dios" (San Agustín).

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Evangelio). María la Virgen concibió en su seno por obra del Espíritu Santo, es decir, por obra del mismo Dios. El ser humano, que comienza a vivir junto a su corazón, toma la carne de María, pero su existencia es obra de Dios. Es plenamente hombre pero viene del cielo. El hecho de que María concibiera permaneciendo virgen atestigua que fue Dios quien tomó la iniciativa y revela la divinidad de Jesús: “Por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios” (Evangelio).

Ante las dudas de José (“Antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo”), el ángel del Señor le dio la misma respuesta: “la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1, 18-20). En las ceremonias de boda en tiempos de María y José había dos momentos: en casa de la novia se hacía un contrato de esponsales, los esposos bebían de la misma copa de vino y se pronunciaba una bendición; María era ya la “mujer” de José, aunque ella seguía viviendo en casa de sus padres. Después de un tiempo (hasta varios meses), la novia con su acompañamiento era conducida a la casa de la nueva familia y, en medio de una gran fiesta, entraba en la habitación nupcial. El de José y María fue un verdadero matrimonio, no una apariencia. Pero fue un matrimonio virginal: por especial gracia de Dios, José y María recibieron el don de la virginidad y la gracia del matrimonio.

“Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Fue la respuesta sencilla y audaz de María. Este sí “implica a la vez la maternidad y la virginidad” (Benedicto XVI). Y el Papa Juan Pablo II decía: “El "sí" de María y de José es pleno y compromete toda su persona: espíritu, alma y cuerpo”.

San Agustín, comentando el evangelio de la Anunciación, afirma: "El ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe". Y añade: "Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la fecundidad maternal". Y el

Concilio Vaticano II dice: "Con razón, pues, creen los santos Padres que Dios no utilizó a María como un instrumento puramente pasivo, sino que ella colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres”.

La respuesta de María manifiesta una actitud muy propia de la piedad del Antiguo Testamento: libre sumisión a Dios, abandono a su voluntad y plena disponibilidad en favor de su pueblo. María "se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la redención" (Concilio Vaticano II). La actitud de la Virgen María encarna el modelo perfecto de cómo hay que recibir al Señor: con fe, generosidad y con plena disponibilidad, abriendo nuestra existencia al amor de Dios.

Desde el momento en que el Verbo se hizo carne en las purísimas entrañas de María, “estaba todo al servicio de la resurrección” (San Agustín). En la oración conclusiva del Angelus le pedimos a Dios que derrame su gracia en nuestros corazones, para que, habiendo conocido por el anuncio del ángel la encarnación de Jesucristo, “lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección”. Haciéndonos así “semejantes a él en su naturaleza divina” (oración colecta de hoy).

MARIANO ESTEBAN CARO