DOMINGO II DE CUARESMA (B) (Marcos, 9, 2-10)
(La Transfiguración)
Estamos llamados a
la glorificación; pero, ¡no hay glorificación sin cruz! |
- Nosotros creemos, y confesamos en el Credo, quizás
de forma rutinaria, “que Jesús es
Dios y hombre verdadero”. Pero, ser
hombre verdadero, supone:
1º) Que
compartió nuestra existencia humana con todas las consecuencias y limitaciones
propias de la naturaleza humana. Lo que confirma
2º) Y era
también necesario que su Divinidad,
(porque Jesús no dejó de ser Dios verdadero), no alterara, ni influyera
en sus comportamientos humanos, porque en ese caso, el privilegio de su Divinidad le habría
impedido ser un hombre “normal” e imitable porque, - dicho coloquialmente – ¡“Jesús habría jugado con ventaja”
respecto al común de los humanos! Pero,
afortunadamente, no fue así y el propio Evangelio lo confirma:
-
Jesús jamás usa de su Omnipotencia de Dios, para hacerse las cosas más fáciles.
Lo comprobamos en las Tentaciones del pasado Domingo o, cuando lo retaron en el
Calvario a bajar de
- Ni tampoco Jesús hace milagros para
satisfacer necesidades personales.
- Incluso,
procura que su Divinidad pase desapercibida hasta el punto de gustarle
llamarse a sí mismo “el hijo del hombre”.
- Tan sólo, hay
unos momentos puntuales de su vida, (y
aquí conectamos con el Evangelio de hoy), en los que, de forma ocasional y fugaz, Jesús deja entrever su Divinidad, como sucede
en su Transfiguración es.
- San León
Magno nos ofrece dos motivos, o dos “por qué”, de esta excepción:
1º) El primero, que estaría mayormente dirigido a los
tres discípulos que presencian su Transfiguración: Pedro, Santiago y Juan y lo
explica así.
“Se
acercaba el escándalo de
2º) Y hay un segundo motivo que sería válido, para
los hombres de todos los tiempos, y cuyo mensaje está en las propias
palabras que deja oír el Padre:
(Sigue en 2ª pag)
"Este es mi
hijo amado: ESCUCHADLE".
¿Y qué es lo
que tenemos que escuchar y aprender del Hijo de Dios?
a) En primer lugar que, nuestra vocación cristiana
tiene como culmen la transfiguración, la glorificación de nuestro cuerpo. Con otras palabras: que tú y yo,
estamos también llamados a una “transfiguración”, semejante a
“Cuando
aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también nosotros apareceremos
juntamente con El en su Gloria” (Colosenses 3,
4)
b) Y lo que tenemos también que aprender es que…, ¡aquí no hay
gangas!:
¡Que el camino que conduce a esa
glorificación, ha de pasar, ineludiblemente,
por la cruz!
Por eso, ante
aquella ocurrencia de Pedro: ¡Que bien se está aquí, hagamos tres
chozas....! , Jesús le responde a Pedro:
es necesario antes bajar a Jerusalén, donde el Hijo del hombre habrá de
padecer. Y el Evangelista San Lucas puntualiza: ‘Pedro, ¡ no sabía lo que decía !
- Nosotros, lamentablemente, nos identificamos con los
discípulos! A nosotros nos gustaría también, como a
ellos, una felicidad sin necesidad de cruz. Instalarnos en las “chozas” de
nuestra comodidad, de nuestro egoísmo y evitar esa “ineludible bajada a
Jerusalén” que conlleva el proceso de nuestra conversión.
¡Este es el mensaje de la Transfiguración del Señor!:
cada uno de nosotros estamos llamados a ser glorificados pero, para lograrlo,
hemos de estar dispuestos a bajar a esa "particular Jerusalén" de
la vida diaria, de la lucha contra nuestros defectos, del empeño por adquirir
las virtudes cristianas, como camino indispensable para merecer esa prometida glorificación de
nuestra vida.
Guillermo Soto