«EL EVANGELIO DE LA FRATERNIDAD
Y LA JUSTICIA»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el 2° domingo de Cuaresma
[25 de febrero de 2018]
En este tiempo cuaresmal es bueno que vayamos captando que el
discipulado cristiano no puede reducirse exclusivamente a la relación personal
con Dios, sino que, están presentes también nuestros hermanos. La experiencia
misma de oración, la creciente experiencia maravillosa de adoración
eucarística, no serían auténticamente cristianas si no se acompañan de un
estilo de vida que involucre criterios y opciones coherentes con la fe que
profesamos, si no nos llevan a asumir la misión de transformar las realidades
temporales a la luz del Evangelio.
«Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la
intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y
nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad
civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos.
¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco
de Asís y de (santa) Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una
auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un profundo
deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de
nuestro paso por la tierra». (EG 183)
Todos los bautizados tenemos que evaluarnos en cómo vivimos nuestro
compromiso cristiano. De modo particular, los laicos -que constituyen la gran
mayoría del Pueblo de Dios- tendrán que examinarse respecto de la dimensión
social de su fe y sobre la responsabilidad evangelizadora y humanística vivida
especialmente en sus propios ambientes, tanto familiares como laborales. Allí
es donde se generan los valores que forman una cultura más justa, honesta y
solidaria.
Sorprende que, en nuestra Patria, donde gran parte de la población se
denomina cristiana, haya tantos y tan graves escándalos de corrupción. Este
lamentable fenómeno está presente en la dirigencia social, en el mundo de la
política, en las empresas y sindicatos, en los medios de comunicación social,
en el poder judicial, en la educación y hasta en las mismas estructuras
eclesiales. Sorprende que el Evangelio del que tanto hablamos sea olvidado tan
rápidamente cuando se tiene un cargo o un lugar de privilegio. En lugar de
aprovechar las oportunidades para servir mejor al pueblo fácilmente dejan ganar
su corazón por la soberbia, el poder mal ejercido y la avaricia.
Al evaluar esto debemos preguntarnos por qué nos pasa esto de una
extendida corrupción que se transforma en un flagelo para nuestra sociedad. Sin
lugar a dudas que nos ocurre aquello que ya los Padres de la Iglesia
denunciaban. Hacia el siglo V San Juan Crisóstomo, llamado «boca de oro» o el
«abogado de los pobres», hablaba frecuentemente sobre la riqueza y la pobreza:
«todos somos administradores de los bienes de Dios, nadie puede decir que esto
es mío; la riqueza tiene que ser compartida para que sea bendecida por Dios»
Es iluminador recordar a san Ambrosio, obispo de Milán (s. IV)
denunciando la avaricia y la corrupción de su tiempo y que tiene tanta
actualidad: «la tierra es de todos, no solo de los ricos. Pero son muchos más
los que no gozan de ella que los que la disfrutan. Lo que das al necesitado, te
aprovecha bien a ti (porque) es el propietario el que debe ser dueño de la
propiedad y no la propiedad señora del propietario. Los misterios de la fe no
requieren oro» (S. Ambrosio, Libro de Nabot el Yizreelita). También san Basilio dice al respecto: «El que
roba la ropa de otro se llama ladrón. ¿Merece otro nombre el que no viste al
desnudo si lo puede hacer? El pan que te sobra pertenece al hambriento. La ropa
que guardas en tu ropero pertenece al desnudo. Los zapatos que se pudren en tu
casa son del descalzo. El dinero que tienes enterrado pertenece al necesitado».
(S. Basilio, Homilía 6, 6-7. Sobre el texto de Lc
12,18)
Lamentablemente seguimos viviendo la inequidad que hace concentrar las
riquezas en algunos pocos, y grandes mayorías que sobreviven y están excluidos
incluso de los bienes básicos como la alimentación, la salud o la educación. No
podemos vivir cristianamente este tiempo cuaresmal sin cuestionarnos el
compromiso que tenemos con nuestros hermanos más pobres y excluidos.
Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo.
Juan Rubén Martínez,
obispo de Posadas