Cuando el templo se pervierte

 

Todas las culturas tienen un núcleo fundante que expresa relación con el trascendente, vida en el espíritu, interioridad, sabiduría. Generalmente buscan espacios de culto y rituales que, en muchas de ellas, se confunden con la montaña e implican ascenso, contemplación, éxtasis. En muchos casos terminan por identificar como ‘lo sagrado’, lo ‘religioso’. Se establece así una separación entre el templo y lo laical, secular. Podríamos decir un divorcio entre vida y religión.

El encuentro de Jesús en el templo con los cambistas y vendedores nos orienta con  un planteamiento absolutamente nuevo. “El lugar del encuentro con Dios ya no es el templo, sino el Ser humano”. Juan que nos plantea este principio novedoso lo había expresado en la plática con la Samaritana cuando nos apalabraba sobre el “verdadero culto en espíritu y en verdad”. Es una relación de profundidad, de sanación que nos ayuda a encontrar a Dios en el Ser humano.

Las diez ‘Palabras’ que pronuncia el Señor en el monte Sinaí y manda a Moisés esculpir en el corazón del Pueblo, son Palabras de liberación. No habrá culto a dioses o ídolos que destruyan esa libertad. Libertad que no puede condicionarse  a paredes, altares o supeditarse a rituales enajenantes. Menos, mucho menos, convertir los templos en “cueva de ladrones”. La usurpación de los derechos es también un culto idolátrico.

Para Jesús el templo es el Ser humano. También pensaban así las primeras comunidades cristianas. Pablo lo va repitiendo varias veces: “Somos templos de Dios”. Esto implica un cambio de mentalidad: A Dios no lo encontramos en la “sacralidad de los templos” sino en las relaciones de nueva humanidad, o para decirlo abiertamente en “la laicidad de las relaciones humanas”. El misterio de la Encarnación del Verbo de Dios transforma completamente la relación fe y religión.

Cochabamba 04.03.18

jesús e. osorno g. mxy

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