CICLO  A

TIEMPO PASCUAL

III DOMINGO

 

 

La Palabra de Dios y los textos litúrgicos de hoy vienen a reavivar y a afianzar nuestra fe y nuestra esperanza en Cristo Resucitado, que nos hace partícipes, ya ahora, de la gloria de su resurrección. Por Él hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza (Segunda lectura). De forma incipiente, en germen, pero real y verdaderamente, la fe nos da ahora la salvación que esperamos, la vida nueva.

 

Mediante la fe y el bautismo somos hijos de Dios. Esta trascendental realidad afianza nuestra esperanza de alcanzar la resurrección gloriosa (Oración Colecta). Somos hijos de Dios porque participamos “por gracia” de la filiación que Jesús posee “por naturaleza”: hijos de Dios en el Hijo único de Dios, que se hizo hombre para que los hombres fueran hijos de Dios. El hombre Cristo Jesús ha sido plenamente glorificado en su resurrección. Unidos a Él, injertados en Él, hijos en el Hijo, nosotros participamos ya ahora de su vida gloriosa.

 

Esta vida gloriosa llega a nosotros por medio de los sacramentos de vida eterna (Oración  después de la comunión). El sacramento es signo eficaz, que produce lo que significa: la vida eterna. En ellos se nos da la vida de Dios, el amor infinito de Dios. La vida cristiana es ya, en cierto sentido, anticipación de la vida eterna, que es la meta del proceso de glorificación iniciado ya ahora. Se trata de una única vida vivida en el tiempo y en la eternidad.

 

El Evangelio de hoy nos presenta un hermoso relato, que bien puede aplicarse a los discípulos de todos los tiempos: en nuestra andadura por este mundo Cristo en persona, que no es un recuerdo ni una ideología, se acerca a nosotros, camina con nosotros, despierta nuestra fe adormecida. Cristo vivo y cercano busca entablar con nosotros una relación de persona a persona, de corazón a corazón. Y lo hace por medio del Espíritu Santo, la Persona-Amor, que ha sido derramado en nuestros corazones (Rm 5,5). Es lo que Pedro nos recuerda en la primera lectura: Cristo ha recibido del Padre el Espíritu Santo y lo ha derramado. Al darnos su Espíritu, Cristo Resucitado entra en nuestra vida, que se transforma ya en vida pascual. En la muerte de Cristo y en su resurrección hemos resucitado todos, cantamos en el segundo Prefacio de Pascua.

 

MARIANO ESTEBAN CARO