DOMINGO IV DE CUARESMA -  CICLO B

 “SALVADOS POR LA GRACIA MEDIANTE LA FE”

 

La segunda lectura de hoy es la historia de la humanidad; la historia de todos porque todos hemos sido salvados por Dios; solo que un genio místico como Pablo nos interpretó diciendo, “Hermanos la misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y Él nos dio la vida con Cristo y en Cristo; por pura  generosidad suya hemos sido salvados. Dios muestra por medio de Jesús la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros”. Todo este vocabulario da razón de la inmensa simpatía que Dios tiene con nosotros. “Como un padre se encariña con sus hijos así de tierno es Dios con sus elegidos” (Sal 103). Es el mismo Dios quien desde el Génesis vio que todo era bueno” La simpatía y ternura de Dios con nosotros está accesible, cercana y encarnada en Jesucristo. “Con Él y en Él hemos sido creados” y ahí radica nuestra vocación de creyentes.

 

No son nuestras acciones personales, familiares o profesionales, tampoco las prácticas de cuaresma las que nos dan derecho a compartir el amor de Dios, “para que nadie pueda presumir, porque somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos”; es decir, que todo el amor y simpatía que Dios nos tiene pasa por nosotros para ir camino a los demás; de lo contrario nos hinchamos con bendiciones particulares; terminamos siendo “aduanas” de las bendiciones que pertenecen a los otros; sólo cuando lleguen a su destino final podemos hablar de prójimo (próximos), por haber cumplido la misión de “Sean misericordiosos como mi Padre es misericordioso”

 

UN EJEMPLO DE MISERICORDIA.

 

El Cronista en sus dos libros se interesó no tanto por la historia cuanto por la lección de misericordia de Dios que hay en ella; desde el reino de David hasta  el fin del exilio en Babilonia. Como va avanzando la revelación del amor de Dios se va rezagando su ira. A Jerusalén deportada al exilio por Babilonia a causa de su infidelidad a la alianza; le permitió Persia, (Irán) en cabeza del rey Ciro que Israel pudiera retornar hacia su tierra. En lo inesperado del hecho Israel descubrió el amor, la mano, providencial de Dios con su pueblo. “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha mandado que edifique una casa en Jerusalén de Judá. En  consecuencia, todo aquel que pertenezca a este pueblo, que  parta hacia allá y que Dios lo acompañe” (primera lectura). Lo providencial, salvífico, no fue sólo el retorno sino logrado por medio de un pagano, Ciro. ¡Cómo no estar atentos a recibir las semillas de misericordia que hay en los demás sin ser de los nuestros! ¿Cómo introducir la compasión, la misericordia, el perdón, la reconciliación y el servicio desinteresado de retorno  en  situaciones tan o más deterioradas como las que le tocó a Ciro?

 

EL RETO DE REEDIFICAR.

 

La vuelta de los judíos fue un reto para la reedificación de sus casas, ciudades, templo y valores que habían perdido como generación de exiliados infieles a la alianza. También para nosotros Cuaresma - Pascua es un reto de reedificación en la que cada uno de nosotros sabe lo que tiene que reedificar desde el interior al externo; es una historia comunitaria para renovar con sentimientos de compasión el perdón y la reconciliación hacia la convivencia, la tolerancia y la paz. La cuaresma es un reto de reedificación desde la compasión para acompañar a los que sufren por el mal(es). “Bendito sea el Dios-Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre compasivo y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación, para que nosotros en virtud del consuelo de Dios, podamos consolar a los que pasan cualquier tribulación” (2 Cor 1,3Ss). Los materiales de cuaresma para la reedificación desde la compasión y el consuelo son: La palabra, la oración, el ayuno y la solidaridad

 

HAY QUE SANAR PARA REECONSTRUÍR  LA VIDA.

 

¿Qué será lo que puede sanar a la gente en su interior para reconstruir su vida?

Lo que curaba a la gente en el desierto no era la serpiente de bronce enroscada en un pedestal para que sanaran quienes la iban tocando. La cruz o el amuleto que muchos portan en su cuerpo, como mágica, se asemeja a la serpiente de bronce. Lo que sanaba a la gente no era ni el estandarte, ni el bronce, porque no se trataba de un talismán. Lo que curaba era la mirada. La serpiente que Moisés le hizo al pueblo de Israel era solo para mirarla; no con una mirada de curiosidad o que creara falsas expectativas; sino la mirada de la fe en Dios que daba una confianza total en la promesa de salvación de Dios. No importa el estandarte lo que importa es la palabra escuchada y acogida por la fe. El recurso resultaba cierto porque todos se iban curando. Jesús se aplica a si mismo la imagen de la serpiente de bronce, un   estandarte del desierto para mostrarle al hombre cómo se remedian sus males, sufrimientos y la muerte: “Así como levantó Moisés la serpiente en el desierto; así tiene que ser levantado el hijo del hombre para que todo el que crea en él tenga vida eterna; porque Dios no envió su hijo al mundo para condenarlo sino para que el mundo se salvara por Él.

 

El regalo de la cruz no es para juzgar sino para que nos salvemos por ella. Así la cruz asume el veneno de todas las serpientes que agobian al hombre y se convierte en medicina y salvación. El recurso de la fe que Dios le puso de presente a Israel resultó cierto y eficaz porque todos se iban y seguirán curando.

 

¿Qué se necesita para sanar de tanto sufrimiento? Que todos los que estemos cansados y agobiados, miremos con fe el estandarte, la cruz de Jesucristo. Todos los que tengan dolores, estén enfermos o sufran fiebres de dinero, prestigio, sexo o poder, que mire al estandarte de la cruz para conocer la vida eterna y no perezca ninguno de los que creen en ella. Que  miremos la cruz que nos sanó es tener ya en el corazón compasión por los demás. Sintiéndonos acompañados por el crucificado tendremos la compasión que requiere estar cerca al sufrimiento de los demás.

 

La cruz es el centro de la manifestación del amor de Dios “Quien me ve a mí ve al Padre” En la cruz leemos la ternura de Dios no importa el pecado del hombre. “Y nosotros todos reflejando con el rostro descubierto la gloria del Señor, la cruz, nos vamos trasformando en su imagen con esplendor creciente, por la acción del Espíritu del Señor” (2 Cor 3,18).