SOLEMNIDAD
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
“¡El
corazón de Dios se estremece de compasión! En esta solemnidad del Sagrado
Corazón de Jesús la Iglesia presenta a nuestra contemplación este misterio, el
misterio del corazón de un Dios que se conmueve y derrama todo su amor sobre la
humanidad” (Benedicto XVI). La liturgia de este día nos ayuda a mirar dentro
del corazón de Cristo, que nos abre así también el corazón mismo de Dios.
La solemnidad
del Sagrado Corazón de Jesús, es la tercera y última de las fiestas que siguen
al tiempo pascual, después de la Santísima Trinidad y el Corpus Christi. Es importante esta sucesión de
celebraciones: nuestro Dios -tres personas distintas y un solo Dios
verdadero- es amor esencial, común a las tres personas divinas. Asimismo
nuestra salvación es fruto de este amor. Dios se hace hombre, para salvar al
hombre. Tomó un cuerpo y un corazón, de modo que pudiéramos contemplar y
encontrar el amor infinito de Dios en el Corazón humano de Jesús.
Cristo
subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Con sus heridas vivas,
pascualmente transfiguradas, en su corazón y en sus manos y pies. “La
contemporaneidad de Jesús se revela de modo especial en la Eucaristía, en la
que él está presente con su pasión, muerte y resurrección” (Benedicto XVI). El
envío del Espíritu Santo sobre los apóstoles es la primera señal del amor del
Salvador después de su ascensión. Y en una perenne efusión del Espíritu el amor
de Dios es “derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos
ha dado” (Rm 5, 5). Este amor es, por tanto, don del
Corazón de Jesús y de su Espíritu.
El
Corazón traspasado es señal y símbolo
vivo del amor del Divino Redentor. “A través de la herida visible vemos
la herida del amor invisible” (San Buenaventura). Es la fuente donde
experimentamos su infinito amor. San Agustín interpreta así la apertura del
Corazón de Jesús: “Con ello se abrió allí la puerta de la vida de la cual
fluyen los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se puede alcanzar la
vida, la vida verdadera”. De este simbolismo, conocido ya por los Padres
de la Iglesia, dice Santo Tomás de Aquino: “Del costado de Cristo brotó agua
para lavar y sangre para redimir. Por eso la sangre es propia del sacramento de
la Eucaristía; el agua, del sacramento del Bautismo, el cual, sin embargo,
tiene su fuerza para lavar en virtud de la sangre de Cristo”.
El
Corazón de Jesús es el corazón de la persona divina del Verbo Encarnado. “Su
Corazón, por ser la parte más noble de su naturaleza humana, está unido
hipostáticamente a la Persona del Verbo de Dios…El adorable Corazón de
Jesucristo late con amor divino al mismo tiempo que humano” (Pío XII). Así en
el amor de Cristo hasta la muerte podemos reconocer el amor infinito que Dios
nos tiene. "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para
que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
“Dios no puede padecer, pero puede compadecer” (San
Bernardo de Claraval). Jesús de Nazaret es la
revelación de la misericordia divina. Refiriéndose al sufrimiento de Dios por amor,
dice Orígenes: “Primero sufrió y luego descendió a nosotros. ¿Qué clase de sufrimiento
es el que él padeció por nosotros? El sufrimiento de la caridad”. En su
Encíclica Spe Salvi (39),
Benedicto XVI afirma que “el hombre tiene un valor tan grande para Dios que se
hizo hombre para poder com-padecer Él mismo con el
hombre, de modo muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de
la Pasión de Jesús”. El sufrimiento del Corazón de Cristo por nosotros y por
nuestra salvación es sufrimiento del propio Hijo eterno de Dios.
Como consecuencia de la unión hipostática de la
divinidad con la humanidad, el amor y los sufrimientos de la naturaleza humana
de Jesús también los son de la persona divina. El sufrimiento de Jesús como
hombre es al mismo tiempo sufrimiento de Dios. El culto al Corazón de Jesús se
identifica sustancialmente con el culto al amor divino y humano del Verbo
Encarnado. “El corazón habla al corazón”. Así comprendía el Beato Cardenal
Newman la vida cristiana “como una llamada a la santidad, experimentada como el
deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón
de Dios” (Benedicto XVI).
El culto a este amor del
Corazón de Cristo nos compromete: "Aprended de Mí, que Soy manso y humilde
de corazón" (Mt 11, 29). Benedicto XVI pedía en su
Mensaje para la JMJ 2013. “Sed vosotros el corazón y los brazos de Jesús. Id a
dar testimonio de su amor, sed los nuevos misioneros animados por el amor y la
acogida”,
MARIANO ESTEBAN CARO