V Domingo de Cuaresma, Ciclo B
La
alegría de la Nueva Alianza
También
este quinto domingo de la cuaresma es una celebración anticipada de la alegría
pascual, pues al contemplar la elevación de la pasión y de la gloria de
Cristo todos los seres humanos podemos experimentar la enorme
atracción del Espíritu de Cristo que nos une a él ofreciéndonos la Nueva
Alianza en la alegría del amor consumado.
Una
de las grandes promesas de Dios en el Antiguo Testamento era
la de una Alianza Nueva (Jr 31,31-34) con todos los
hombres para que éstos pudieran vivir a partir del perdón de los pecados una
relación nueva, propiciada por la transformación del corazón humano, que,
tocado definitivamente por el Espíritu de Dios, quedara capacitado para vivir
un amor inquebrantable e irreversible.
En
Cristo, a través de su pasión, por haber hecho de ella su ofrenda orante y
reverente a Dios, por medio del amor a prueba de un sufrimiento hasta el
sacrificio, se ha logrado esa transformación del corazón humano pues él
la ha conseguido para sí mismo y la ha compartido con todos sus hermanos en una
solidaridad sacerdotal extrema. Por eso, a partir de la hora
definitiva de Cristo en Getsemaní, la humanidad entera tiene nuevos dones y
capacidades espirituales para vivir en el amor consumado de la Nueva Alianza,
fuente de la verdadera alegría.
Las
dos grandes religiones bíblicas, el cristianismo y el judaísmo, sostienen su fe
en el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob bebiendo de una misma fuente de la
revelación, pues la Sagrada Escritura, como huella escrita de la palabra de
Dios en el Antiguo Testamento, constituye el fundamento último de la religión y
de las tradiciones del pueblo de Israel a lo largo de su historia y es el punto
de partida de la revelación de Dios en Jesús de Nazaret para la comunidad
cristiana. Uno de los textos más importantes en ambas tradiciones religiosas es
el oráculo de la nueva Alianza del profeta Jeremías (Jr 31,31-34) cuya lectura atenta ensancha el
corazón del ser humano en su búsqueda balbuceante de Dios.
El
Nuevo Testamento pone de manifiesto el alcance y la trascendencia de dicho
texto en Hb 8,8- 12 donde
la cita de Jr 31, levemente modificada, constituye la
referencia más amplia del Antiguo Testamento en el Nuevo. Así será la nueva
Alianza de Dios con su pueblo: "Oráculo del Señor-: Meteré mi ley
en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano,
diciendo: Reconoce al Señor. Porque todos me conocerán, desde el pequeño al
grande -oráculo del Señor- cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus
pecados" (Jr 31,33-34).
La
novedad religiosa anunciada es prenda del patrimonio común heredado por judíos
y cristianos y quizá ésta pueda ser la instancia crítica permanente en las dos
religiones bíblicas y en su mutua relación y acercamiento. El carácter abierto
y universalista de la Nueva Alianza supone el reconocimiento de
la presencia misteriosa del Espíritu en toda persona más allá
de su credo religioso, pues la conciencia constituye el lugar sagrado e
inviolable de todo ser humano en su cita íntima y a veces imperceptible con
Dios.
La
Alianza prometida en Jeremías y cumplida en el Nuevo Testamento es de una
novedad radical y comporta otra forma de entender y vivir la religión. No se
trata meramente de una religión más sino de otra concepción de la religión. La
Nueva Alianza implica la sustitución del régimen y de las instituciones
religiosas antiguas por una nueva relación personal establecida por Dios con
los miembros de su pueblo y con toda la humanidad. La carta a los Hebreos hace
explícita la caducidad e insuficiencia de todo santuario hecho por manos
humanas, del culto exterior y repetitivo y de los sacrificios rituales y
anuales. Todo ello es ineficaz porque no lleva al hombre hasta Dios, y esta
valoración crítica se puede aplicar a toda manifestación religiosa puramente
externa, tanto judía como cristiana. En cambio la Nueva Alianza inaugurada
irreversiblemente por Cristo consiste en la participación de todo
corazón humano en la misma transformación espiritual que Jesús llevó a
cabo con la entrega de la propia vida, abriéndose al Espíritu de Dios en
medio del sufrimiento injusto de su pasión.
Tanto
el texto de Hb 5, 7-10 como el de Jn 12, 20-33 ponen de relieve este domingo el modo
y el alcance de la promesa de la Nueva Alianza. Por medio de Jesucristo, en el
momento de su entrega definitiva por amor, en Getsemaní, entre clamores y
lágrimas, provocados por este mundo y por sus jefes, se ha transformado para
siempre el corazón del hombre y éste se ha hecho capaz de amar hasta el
fin y de perdonar siempre, de servir desinteresadamente al otro y de no pecar
ya más. Ésta es la fuente de la gran alegría.
Así
pues, el modo en que Jesús selló la Nueva Alianza fue la Pasión. Él hizo del
sufrimiento una ofrenda reverente, con oraciones y súplicas, obediente al Padre
en medio del sufrimiento, fiel hasta el final en la donación de la vida. Y de
esa manera experimentó, por la acción del Espíritu en Él, la transformación
definitiva del corazón humano que le permite una nueva comunión de Alianza
irreversible con Dios, donde el perdón es ya un hecho irrevocable. De este modo
Jesús ha ejercido la mediación sacerdotal necesaria para vincular a los
hombres con Dios en el amor. Esa transformación del corazón es la
consumación del amor, su consagración sacerdotal, la cual se verificó en la
cruz, cuando el Hijo del Hombre era levantado en alto, atrayendo a la humanidad
entera hacia sí para llevarnos hasta Dios mismo.
Y el
alcance de esta transformación en la Nueva Alianza abarca a toda la
humanidad, pues la comunicación solidaria del Espíritu es para todos los
seres humanos. En sus sufrimientos Cristo ha conseguido la transformación de la
naturaleza humana, no solamente para sí mismo, sino también para
nosotros. Que Cristo sea considerado perfecto en su transformación (Heb 5,9) se corresponde con que él ha hecho
perfectos a aquellos que reciben la santificación (Heb
10,14). En la comunicación de esta transformación de Cristo, el
autor reconoce la realización de la nueva alianza preanunciada por Jeremías,
con la inscripción de la ley de Dios en los corazones (Hb
10,15-16).
La
transformación del corazón humano, experimentada y comunicada por Cristo a todo
ser humano es el dinamismo del amor inscrito en el interior de cada
persona y mediante el cual todos, hombres y mujeres, grandes y
pequeños, judíos y cristianos, tenemos acceso a Dios gracias a Jesús, único
mediador de la Alianza Nueva.
El
evangelista Juan expresa la misma idea mediante la glorificación del
Hijo del Hombre en la Hora clave de la historia, la de la
transformación de la muerte en vida, la hora de la pasión en el amor, la hora
del grano de trigo, la de Jesús, que anuncia su muerte, dándole un sentido
totalmente positivo, pues cuando Él sea levantado de la tierra, tirará
de todos hacia Dios (cf. Jn 12,32-33). El
alcance de la Nueva Alianza es, pues, universal. En la cruz gloriosa, máxima
exaltación del amor humano y divino, Jesús arrastra consigo a toda la
humanidad.
Éste
es el misterio Pascual que los cristianos nos disponemos a celebrar
próximamente. Esto se celebra de manera extraordinaria en cada Eucaristía,
auténtico fundamento y sacramento de la Nueva alianza, pues por medio
de ella Jesús se ofreció a sí mismo y nos dio por anticipado el sentido
profundo, nuevo y teológico de su pasión y resurrección, que la Iglesia
conmemora como dinamismo permanente de la consumación por el amor con la fuerza
del Espíritu que Cristo, elevado sobre la tierra, comunica a todo el mundo y a
toda la tierra.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura