LA ENTRADA EN JERUSALÉN
Domingo de Ramos. B
“El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto”.
Ese es el mensaje que Jesús ha confiado a los dos discípulos que ha enviado por
delante de él a la aldea de Betfagé. Esas son las
palabras que han de decir a quien les pregunte por qué están desatando al
borrico y a dónde piensan llevárselo (Mc 11,1-10).
El relato subraya el
conocimiento divino de Jesús. Es un profeta. Sabe que sus discípulos van a
encontrar un pollino apenas entren en la aldea. Y así es. Lo encuentran en la
calle, atado a la puerta de una casa.
Además, el relato sugiere
dos cualidades humanas de Jesús. Por una parte, su autoridad. Su mandato no
encuentra resistencia. Y por otra parte, su capacidad de mantener relaciones de
amistad. Todo nos hace pensar que Jesús conoce a los dueños del pollino.
De todas formas, esta
introducción prepara la entrada de Jesús en la ciudad de Jerusalén. Una entrada
que recuerda las de los reyes antiguos que regresaban victoriosos de un
combate.
LOS MANTOS Y EL FOLLAJE
La segunda parte del
relato describe minuciosamente los gestos de los discípulos: traen el pollino
hasta Jesús y lo cubren con sus propios mantos. El texto no ha dicho que los
discípulos conozcan ya lo que pretende hacer su Maestro. Pero se puede percibir
que están dispuestos a prestarle sus servicios.
Por otra parte, el texto
anota sencillamente que Jesús se sentó sobre el pollino. Seguramente, aquella
acción, fácilmente imaginable, ya dejaba entender que se trataba de un gesto significativo
de la misión misma de Jesús.
Además, el texto nos
sitúa intencionadamente en el “camino”. Había llegado la hora de que Jesús culminara
su peregrinación. A lo largo de los caminos se había encontrado con los
enfermos y los pobres, con los pecadores y los marginados de la sociedad.
Ahora, los peregrinos que lo acompañaban, le rendían honores al extender por el
suelo sus mantos y el follaje que cortaban en los campos.
LAS ACLAMACIONES
La tercera parte del
relato, recoge los gritos de los que precedían y seguían a Jesús en el camino:
• “¡Hosanna!” Esa antigua
aclamación al rey (2Sam 14,4), se encontraba ya en los salmos como una súplica
de ayuda (Sal 118,25). En este caso era un grito de saludo y de alegría.
• “Bendito el que viene
en el nombre del Señor”. También estas palabras se atribuían al rey que volvía
victorioso. En esta ocasión decían mucho más. Porque efectivamente Jesús había venido
en el nombre de Dios.
• “Bendito el reino, que
viene de nuestro padre David”. De pronto, la nostalgia del reinado de David
afloraba en los labios de los pobres y desheredados. En esta oportunidad, el grito manifestaba su
anhelo de un mundo de paz y de justicia.
• “Hosanna en las
alturas”. Con motivo de la entrada de Jesús en Jerusalén, había llegado la hora
de dar gracias al Altísimo, cuyo nombre no se podía pronunciar.
- Señor Jesús, queremos
acogerte en nuestra intimidad y también en esta sociedad en la que nos ha
tocado vivir. Danos la sencillez de los humildes para que podamos dar
testimonio público de tu reino y de tu mensaje. Amén.
José-Román Flecha Andrés