5ª semana de Cuaresma. Lunes: Jn 8, 1-11
Jesús estaba en uno de los
patios exteriores del templo enseñando a bastantes personas, cuando llega un
grupo de escribas y fariseos trayendo una mujer adúltera. Ellos, según sus
leyes, ya habían determinado matarla; pero les parece que es buena ocasión para
poner una trampa a Jesús. Le dicen que la ley de Moisés ordena apedrearla; pero
él qué dice. El evangelista acentúa que se trataba de una trampa.
Esa trampa se parece al
momento en que le dijeron si era lícito pagar el tributo al César. Si Jesús la
condena va contra la autoridad romana, pues el procurador romano era el único
que podía condenar a muerte; pero si la perdona, va contra la ley de los
judíos. Dicen algunos que la pregunta trataba sobre el modo de matarla, ya que
había diversos pareceres, si apedreamiento o estrangulación, ya que ellos daban
por supuesto que merecía la muerte. De todas las maneras el pecado de aquellos
era muy grande, porque no sólo querían matar por una ley externa, sin mirar las
intenciones y otras leyes positivas, sino que querían hacer caer a Jesús. No
buscaban un parecer, pues ya sabían lo que debían hacer. Hoy también se dan
leyes a veces que van contra la dignidad humana, sabiendo que por encima está
la ley del amor y la caridad. Hoy se siguen condenando a mujeres a ser
apedreadas por adúlteras, sin examinar los motivos y mucho menos sin ser justos
cuando salvan a quienes han sido peores.
Tampoco se puede matar en
nombre de Dios, que es sobre todo bondad y misericordia. Y sin embargo es un
pecado muy actual: Muchos que se “inmolan” matando a muchas personas, cuantas
más mejor para su causa. Matar en nombre de Dios es una contradicción. Nosotros
a veces nos parecemos a aquellos fariseos cuando buscamos y nos alegramos en
sorprender a los demás en acciones malas, cuando
enjuiciamos vanamente a los demás o aireamos en la conversación estas acciones,
sin examinar los problemas de la persona que ha hecho el mal. Y quizá somos
peores. ¿Quién puede tirar la primera piedra?
Jesús va a darles a
aquellos fariseos una gran lección, sin humillarlos. Por eso quizá, como dando
largas al asunto, se pone a escribir en la tierra. ¿Escribiría los pecados de
aquellos, o quizá la ley del amor, o simplemente serían signos sin sentido para
quitar tensión a la escena? Aquellos se impacientan, siguen buscando la
respuesta, hasta que Jesús les dice: “Quien esté sin pecado que tire la primera
piedra”. Ellos no se habían dado cuenta que eran tan perversos como aquella
mujer. Se encuentran frente a la misma Misericordia, que actúa con plena
libertad y plena paz. El evangelista parece que tiene un detalle de ironía
cuando dice que fueron marchándose “comenzando por los más viejos”. Podemos
considerar que Jesús les ha librado de haber hecho una obra tan malvada.
Y queda la pecadora frente
a Jesús. El es el único que podría condenarla, ya que no tiene pecado. Quizá
aquella mujer estaba acostumbrada a ver en los hombres miradas de malos deseos
o de codicia o de condena. Ahora se encuentra con una mirada llena de
misericordia. Jesús no aprueba el pecado, pero perdona a quien ha pecado.
Perdona sin humillar. Perdona con respeto, pues aunque una persona sea
pecadora, se merece un respeto como hechura de Dios. Jesús comprende los
atenuantes del pecado, ya que nosotros no podemos conocer el grado de maldad de
cada persona. No sólo la perdona, sino que la dignifica con la gracia. Eso sí:
la recomienda que no vuelva a pecar. Prevalece la gracia contra la justicia.
Se parece esta escena a la
parábola del hijo pródigo. Esta mujer es como el hijo pequeño; pero el problema
allí son los fariseos, que son como el hijo mayor, que no sabe perdonar. En
estos días cercanos ya a