Lunes
santo: Jn 12, 1-11
En la 1ª lectura el profeta
Isaías nos presenta la figura del Mesías no precisamente como rey o prepotente,
sino pobre, humilde y perseguido. Así era Jesús, a quien vemos en esta semana
santa como nuestro Salvador, humilde y manso, hasta dejarse llevar a la muerte
de cruz. El profeta le presenta también como servidor, hacedor del bien, para
que nosotros aprendamos a ser servidores de nuestros “hermanos”.
El evangelio de este día
nos habla de una cena, en la que Jesús es homenajeado en la casa de su amigo
Lázaro. Seguramente sería el sábado por la tarde, día de fiesta para los
judíos, pero que desde la caída del sol ya se podía trabajar en los últimos
preparativos de la cena y festejar. El evangelista sitúa la entrada triunfal de
Jesús en Jerusalén entre palmas y ramos al día siguiente, domingo.
Hacía muy poco tiempo que Jesús había
realizado el gran milagro de la resurrección de Lázaro, y las hermanas de éste,
Marta y María, quisieron dedicarle esta cena. Marta, la mayor, como otras
veces, era la encargada de preparar y servir la cena. María, también como otras
veces, quería estar a los pies de Jesús. Pero, como en esta ocasión Jesús se
merecía un homenaje mayor, cogió el vaso de perfume, que tenía reservado para
alguna gran ocasión, y lo derramó a los pies de Jesús.
Jesús ahora era más
“Cristo”, ungido también por el amor de los humanos. Nosotros, especialmente en
esta semana santa, también podemos derramar sobre Jesús nuestro perfume del
amor, del agradecimiento, de nuestra entrega a la causa del Reino de Dios.
No todos apreciarán nuestra
entrega, como tampoco todos apreciaron la acción de María de Betania. Hay, por
desgracia, mucha envidia y mucho egoísmo, como lo que tenía Judas Iscariote.
Dicen que “el ladrón piensa que todos son de su condición”. Esto suele pasar en
aquellos, que sólo piensan de manera materialista, al juzgar las cosas de
Jesucristo, las palabras y obras del papa y de
¡Qué difícil es pensar con
el corazón para aquellos que no tienen corazón! Menos mal que el evangelista
conocía bien a Judas y sus intenciones cuando pronuncia aquella frase que
parecía favorecer a los pobres, pero que en realidad mostraba su ambición y su
envidia.
Es difícil conocer el amor
para quien no lo vive. Es posible que Judas pensaba que a Jesús se le debía
respeto y quizá hasta obediencia a sus palabras; pero no amor y menos amor
total. Por eso para aquellos que están metidos sólo en lo material les es muy
difícil comprender el amor de los mártires y de tantas personas que, encerradas
en un convento o en sus propias casas, se entregan al Amor.
Contestó Jesús a Judas que
ese bálsamo “lo tenía guardado para el día de mi sepultura”. Sería cierto, pero
en esta ocasión: “el amor se ha derramado en abundancia”. El perfume era para
el muerto, pero es signo de vida. Era “el óleo de la alegría”. Este es el
bálsamo que Jesús quiere para los pobres y necesitados.
Dice Jesús que esa acción
se predicará continuamente en los pobres que estarán siempre entre nosotros. Y
esto se realiza en toda la historia de
En esta semana santa sepamos
lavar los pies de Jesús con un amor más íntimo y expresado por alguna obra de
caridad. Y que no quede sólo en estos días, sino que sea como un paso para que
nuestra vida tenga un gran sentido de por qué estamos aquí, en la esperanza de
la eternidad.