VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

FIESTA

31 DE MAYO

 

1-Esta fiesta de la Visitación se vino celebrando el día 2 de julio: a los ocho días del nacimiento del Bautista (24 de junio), fecha de su circuncisión. Se pensaba que María terminó entonces su estancia de tres meses en casa de Isabel, a la que llegó a los pocos días de la Anunciación (25 de marzo). Con el nuevo ordenamiento litúrgico del  Calendario por mandato del Papa Pablo VI en 1969, quedó fijada su celebración el día 31 de mayo. Así la festividad de la Visitación de María se sitúa entre las solemnidades de la Anunciación del Señor (25 de marzo) y la Natividad de san Juan Bautista (24 de junio), siguiendo de esta forma la narración evangélica.

Las palabras del ángel en la Anunciación son el motivo de esta visita: “Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible” (Lc 1, 36-37). En esta fiesta de la Visitación  la liturgia recuerda el gesto de amor de la Santísima Virgen, que llevando en su seno al Hijo de Dios, va a la casa de Isabel para ayudarla y proclamar las maravillas de la misericordia de Dios: la cercanía del Salvador provoca el júbilo y la alegría incluso en Juan todavía en el vientre de Isabel.

María se puso en camino, nos dice el Evangelio, desde Nazaret en la Galilea hacia un pueblo de Judá, en la montaña, que según los estudiosos, bien podía ser la actual Ain-Karim, cercano a Jerusalén.

2-“¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Estas palabras de Isabel, dirigidas a su prima María, bien pueden ser el mensaje central de las lecturas de hoy. En la Anunciación María inicia su peregrinación de la fe.

 

Jesucristo Nuestro Señor “fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen”. Ya el profeta Isaías había hecho este anuncio: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel” (7, 14). Esta promesa tendría cumplimiento en la Encarnación del Hijo de Dios en las entrañas virginales de María. Ante el anuncio de que iba a ser madre, María preguntó: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Ella, sin dudar de la posibilidad de su cumplimiento, quiere solamente conocer la forma de su realización. "Buscó el modo; no dudó de la omnipotencia de Dios" (San Agustín).

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. María la  Virgen concibió en su seno por obra del Espíritu Santo, es decir, por obra del mismo Dios. El ser humano, que comienza a vivir junto a su corazón, toma la carne de María, pero su existencia es obra de Dios, Él mismo es el Hijo de Dios. Es plenamente hombre pero viene del cielo. El hecho de que María concibiera permaneciendo virgen  atestigua que fue Dios quien tomó la iniciativa y revela la divinidad de Jesús. El Papa San Juan Pablo II decía: “El "sí" de María y de José es pleno y compromete toda su persona: espíritu, alma y cuerpo”.

San Agustín, comentando el evangelio de la Anunciación, afirma: "El ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe". Y añade: "Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la fecundidad maternal". Y el Concilio Vaticano II dice: "Con razón, pues, creen los santos Padres que Dios no utilizó a María como un instrumento puramente pasivo, sino que ella colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres”.

María, Madre verdadera, unida a su Hijo Jesús, culmina en el Calvario su peregrinación de la fe, que había iniciado en la Anunciación de su Hijo. “María avanzó a lo largo de su vida en la peregrinación de la fe, y se mantuvo unida con su Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado” (Concilio Vaticano II, LG 58). Fue desconcertante para los discípulos el drama del Calvario, mientras que la fe de María permaneció intacta.

3-La cercanía del Mesías Salvador (“en medio de ti”) produce gozo y alegría: “grita de júbilo, Israel” (primera lectura del Profeta Sofonías). Hasta Juan Bautista “saltó de alegría”   en el vientre de Isabel. “Juan fue el primero en experimentar la gracia, se alegró a causa del misterio, sintió la presencia del Hijo” (San Ambrosio).  Después como Precursor anunció la buena noticia de la cercanía del Salvador. Decía Benedicto XVI: “La alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad”. La "cercanía" de Dios no es una cuestión de espacio  o de tiempo, sino de amor, porque el amor acerca y une.

“En el mismo Dios, todo es alegría porque todo es un don” (Pablo VI). El Dios-amor es alegría infinita y  eterna. Dios no se encierra en sí mismo. Comparte el gozo de su amor eterno. Él es el motivo, la fuente y la causa de nuestra alegría. Siempre responde a nuestras aspiraciones. Goza con nosotros, en nosotros y por nosotros. Nos hace partícipes de su alegría eterna. Nos ha creado para una felicidad plena y total. “La alegría cristiana, al igual que la esperanza, tiene su fundamento en la fidelidad de Dios, en la certeza de que Él mantiene siempre sus promesas” (Papa Francisco).

Dios habita en quien le ama a Él y al prójimo. Y donde está Dios hay alegría. El cristiano es feliz porque nunca está solo. Sabe que Dios está siempre a su lado. Como amigo fiel, en la alegría y en el dolor. “El Señor está más cerca de nosotros que nosotros mismos” (San Agustín). La alegría es elemento central del ser cristiano.

Dios quiere que el ser humano sea dichoso. La aspiración a la alegría está grabada en lo más íntimo de nuestro ser. Estamos hechos para la alegría verdadera, que es mucho más que las satisfacciones pasajeras. Y no consiste en el tener o en el poder.

La alegría está unida al amor: Amar da alegría, y la alegría produce amor. La alegría del amor nos impulsa a compartirla. No podemos ser felices, si los demás no lo son.   “Todo creyente tiene la misión de testimoniar la alegría” (San Juan Pablo II) Hemos de ser misioneros de la alegría. Una alegría se debe comunicar. La alegría, por su propia naturaleza, debe irradiarse.

Hoy en la oración poscomunión le pedimos Dios que sepamos glorificarle por todas las maravillas que ha hecho con nosotros como Juan Bautista que “exultó de alegría al presentir a Cristo en el seno de la Virgen”.

4-Aquel encuentro fue un acontecimiento salvífico. Isabel sintió la alegría mesiánica. La exclamación de Isabel "a voz en grito" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que resuena, a lo largo de los siglos, en los labios de los creyentes. "¡Feliz tú que has creído”. La grandeza y la alegría de María nacen de su corazón creyente.

Pero muy especialmente fue un encuentro  de gozo profundo para María, la Virgen Madre, humilde esclava del Señor. Proclamó, con gran alegría, la  obra que el Poderoso había hecho en favor de sus fieles: sin intervención de varón, ella había concebido en su seno, a Jesús, el Salvador. El Magnificat es un cántico de esperanza, nacido de una fe agradecida. Dios hizo y sigue haciendo obras grandes.

 

Este cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el júbilo de su espíritu en Dios, su salvador.

"Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios”, decía San Ambrosio, que en su comentario a San Lucas escribe: «Esté en cada uno de nosotros el alma de María para glorificar a Dios»; y nos recuerda que el agradecimiento es la primera expresión de la fe. El Magnificat es como la fotografía del corazón y del alma de la Virgen María.

5-En la oración  colecta se pone de relieve que cuanto hizo María fue consecuencia de secundar la inspiración divina. Ella fue siempre dócil “al soplo del Espíritu”: en la Anunciación y en su decisión de ir a en ayuda de su prima Isabel. La Visitación de María hay que entenderla a la luz del acontecimiento de la Encarnación, que en el relato evangélico está inmediatamente antes: “por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen”, proclamamos en el credo. Es el mismo Espíritu que la impulsó a ponerse en camino “y fue a prisa a la montaña”.

La fuerza del Espíritu impulsa a María y también a Isabel, que se llenó “del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Evangelio). Estas palabras, inspiradas por el Espíritu en el corazón de Isabel, el pueblo cristiano las uniría al saludo del ángel en la oración del Ave María, que es  la plegaria a la Madre de Dios y Madre nuestra más repetida a lo largo de los siglos.

“El encuentro entre la Virgen y su prima Isabel es una especie de "pequeño Pentecostés”. Donde está María, allí está Cristo; y donde está Cristo, allí está su Espíritu Santo, que procede del Padre y de él en el misterio sacrosanto de la vida trinitaria” (San Juan Pablo II).

6-María, impulsada por el misterio de amor que acaba de acoger en ella misma, se pone en camino y va "aprisa" para ayudar a Isabel. San Ambrosio comenta este pasaje: “La gracia del Espíritu Santo no comporta lentitud”. La oración sobre las ofrendas pone ante nosotros esta acción de la Virgen como un gesto de amor. Ella va a servir. La fe, también en María, es respuesta al amor de Dios, fruto de la experiencia del amor de Dios. Es gracia y don de Dios. Y la caridad es la vida en la fe, pues la fe, que “actúa por el amor” (Ga 5,6), sin obras está muerta.

Conmemorando la Visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel decía el Papa Francisco: “Quisiera meditar con vosotros este misterio que muestra cómo María afronta el camino de su vida, con gran realismo, humanidad, de forma concreta. Tres palabras sintetizan la actitud de María: escucha, decisión, acción; escucha, decisión, acción. Palabras que indican un camino también para nosotros ante lo que nos pide el Señor en la vida. Escucha, decisión, acción”.

 La segunda lectura de la Carta a los Romanos nos recuerda que nuestra caridad no puede ser una farsa. “Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros”, contribuyendo en las necesidades y practicando la hospitalidad y la acogida, poniéndonos “al nivel de la gente humilde”.

MARIANO ESTEBAN CARO