NUESTRA SEÑORA, LA VIRGEN DE LOS DOLORES

 

MEMORIA

 

15 de septiembre

 

1-La participación de la Virgen María en la pasión y muerte de su Hijo (su com-pasión) es quizás el acontecimiento evangélico que más eco ha tenido en la religiosidad popular cristiana de oriente y occidente. Es “la memoria de la Virgen Dolorosa (15 setiembre), ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto con el Hijo "exaltado en la Cruz (día 14 de septiembre) a la Madre que comparte su dolor" (Pablo VI). En la oración colecta de hoy rezamos: “Señor tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz”.

María, Madre verdadera, unida a su Hijo Jesús, culmina en el Calvario su peregrinación de la fe, que había iniciado en la Anunciación de su Hijo, cuyo “reino no tendrá fin”. María contestó: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 33-38). 

Estas palabras de María ponen de manifiesto su abandono y sumisión a la voluntad de Dios así como  su compromiso de servicio. El Mesías sería el “siervo sufriente”, “hombre de dolores”, había profetizado Isaías. La respuesta de María expresa su compromiso de servir al plan de Dios. Las palabras "hágase en mí según tu palabra" manifiestan aceptación, obediencia y acogida total del plan de Dios. No pasividad. El consentimiento de María es plenamente libre. “Con razón, pues, piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres” (Concilio Vaticano II, LG 56). María es la nueva Eva. “Obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano” (San Ireneo).

María, como Abrahán, es peregrina de la fe por los duros y oscuros derroteros de la vida. Esta realidad ilumina el ser más íntimo de la Virgen María. La Anunciación es el punto de partida de este camino de la fe de María, siendo  los hitos más señalados las palabras de Simeón (“y a ti una espada te traspasará el alama”) que presagian ya el drama del Calvario; el exilio en Egipto y la respuesta de un Jesús de doce años, que María "no entiende".

Pero la cima de esta peregrinación en la fe es la cruz del Gólgota. Testigo de la pasión de su Hijo y participando de ella por su com-pasión, María vive, valiente junto a la cruz, el misterio pascual de su Hijo, “coronado de gloria y dignidad por su pasión y muerte” (Hb 2, 9). Ella también muere como madre, en la espera de la resurrección. “María avanzó a lo largo de su vida en la peregrinación de la fe, y se mantuvo unida con su Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado” (Concilio Vaticano II, LG 58). Fue desconcertante para los discípulos el drama del Calvario, mientras que la fe de María permaneció intacta.

El hecho de que el Señor Jesús pusiera de manifiesto la relación entre la fe y la salvación (Mt 5, 34; 10, 52) “nos ayuda a comprender también el papel fundamental que la fe de María ha desempeñado y sigue desempeñando en la salvación del género humano” (San Juan Pablo II). Hoy, por tanto, hacemos memoria -recordamos para celebrar- el camino de fe, que actúa por el amor, de María de Nazaret, “experta ama de casa”, que dijera Juan Pablo II. “Su dolor forma un todo con el de su Hijo. Es un dolor lleno de fe y de amor. La Virgen en el Calvario participa en la fuerza salvífica del dolor de Cristo” (Benedicto XVI). La com-pasión maternal de María hacia el Hijo, sufriendo, agonizante y sediento en la cruz, se convierte también ahora, en com-pasión maternal hacia cada uno de nosotros en nuestros sufrimientos diarios. Recordar para celebrar.

 

2-Hoy recordamos la com-pasión de María, la Mujer de Dolores, con su Hijo Jesucristo, el Varón de Dolores. Recordar para celebrar que aquella comunión en el sufrimiento y el dolor traspasó los límites geográfico-temporales del Gólgota. Sigue viva en la actualidad aquella comunión en el amor. El dolor de María forma un todo con el de su Hijo. María en la gloria del cielo no puede padecer, pero sí puede com-padecer con su Hijo, resucitado, cuyas  “llagas santas y gloriosas” (cirio pascual), signo de su amor infinito, nos han curado y nos siguen curando, pues nuestras heridas son sus heridas: el Señor Resucitado com-padece con nosotros, en nosotros y por nosotros.

“La Cruz es donde se manifiesta de manera perfecta la compasión de Dios con nuestro mundo” (Benedicto XVI). Decía San Bernardo que la Madre de Cristo entró en la Pasión de su Hijo por su compasión. Hoy, al celebrar la memoria de Nuestra Señora de los Dolores, contemplamos a María que comparte la compasión de su Hijo. Igual que Jesús lloró (Jn 11,35), también María ciertamente lloró ante el cuerpo golpeado y malherido de su Hijo.

Hoy hacemos memoria de aquella participación de María junto a la cruz de su Hijo, que fue comunión en el amor, y com-pasión activa. No fue una presencia  instrumental, pasiva o decorativa. Es la libre adhesión de la Madre a la pasión de su Hijo, que se realiza  por la participación en su dolor. Al pie de la cruz María “sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima” (Concilio Vaticano II, LG 58). En su corazón repercuten los sufrimientos de Cristo, que, como un  hombre cualquiera (Flp 2, 7), a gritos y con lágrimas (primera lectura), agonizaba puesto en las manos de Dios: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46),

San Juan, testigo presencial, nos dice que “junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena» (Jn 19, 25). El verbo “estar” en su etimología significa “estar de pie”, “estar erguido”. Parece que el evangelista quería presentar la  valentía, la dignidad y la fortaleza que María y las demás mujeres en medio de los padecimientos. Es la inquebrantable firmeza de María, que también se une a su Hijo en el perdón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).

Es San Juan también el que pone en boca de Jesús, en la respuesta a Pilato, estas palabras: “Yo para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad” (Jn 18, 37). En el texto griego del Evangelio la palabra “testigo” es “mártir”. Dice San Bernardo: “No os admiréis, hermanos, de que María sea llamada mártir en el alma”. Y San Basilio afirma: “La Virgen María excedió en sufrimiento a todos los mártires cuanto excede el sol a los demás astros”. El Papa Pío XII en la encíclica Mystici Corporis: “Ella misma (María), sufriendo sus inmensos dolores con ánimo fuerte y confiado, más que todos los cristianos verdadera reina de los mártires, puso lo que falta a la pasión de Cristo”. La historia de la liturgia ha recogido la fiesta de los Dolores de la Santísima Virgen como la “Transfixión” de María.

Mártir valiente, en pie junto a la cruz, María da testimonio de su amor a Cristo su Hijo y de su fe inquebrantable en Él, al que la fe trajo a su corazón virginal antes que a sus purísimas entrañas. "El ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe" (San Agustín).

3-En esta conmemoración de la com-pasión de María, también recordamos y celebramos que Dios nos la entregó  “como madre amorosa cuando estaba junto a la cruz de su Hijo, Jesucristo nuestro Señor” (oración sobre las ofrendas). El Evangelio de hoy nos  recuerda este hecho: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26). Estas palabras son como un testamento de Jesús. Decía San Juan Pablo II: “La Madre de Cristo, encontrándose en el campo directo de este misterio que abarca al hombre -a cada uno y a todos-, es entregada al hombre -a cada uno y a todos- como madre. Este hombre junto a la cruz es Juan, el discípulo que él amaba. Pero no está él solo. Siguiendo la tradición, el Concilio no duda en llamar a María Madre de Cristo, madre de los hombres” (Redemptoris Mater, 23).

La participación de María en la obra de la redención la ha convertido en madre y modelo. Desde ahora, como consecuencia de esta maternidad de María, ya nadie será “huérfano” en la tierra. Su maternidad tiene una dimensión universal. María  es Madre de todos y Madre para siempre. Los cristianos, hermanos de su Hijo (hijos en el Hijo) tenemos la seguridad de que el amor de María, también ahora desde la gloria del cielo, no nos abandona jamás. Recibiéndola en nuestra casa, contamos con la eficaz  presencia de su amor materno. Hemos de acogerla como el supremo don del corazón de Cristo crucificado.

“La mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno” (Pablo VI). Participa de forma subordinada de la mediación de Cristo, que es el único mediador entre Dios y los hombres  (1 Tm 2, 5-6). “La misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder” (Concilio Vaticano II, LG 60). La mediación de María  es mediación en Cristo. Mediación intercesora, que, después de su Asunción, sigue viva en la gloria celestial.

La maternidad divina de María alcanza así su culmen, participando directamente en la obra de la redención.

María, por medio de la fe y el amor, se mantuvo fielmente unida a su Hijo hasta la cruz, participando en aquel desconcertante misterio de Cristo, que “se despojó de su rango y se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,6-8). Ella no huyó como los discípulos. María pudo estar de pie junto a la cruz, porque su fe se conservó firme. En aquella prueba siguió creyendo que Jesús era el Hijo de Dios y que, con su sacrificio, salvaba al mundo. María que “estaba unida al Hijo de Dios por vínculos de sangre y de amor materno, allí, al pie de la cruz, vivía esa unión en el sufrimiento. Ella sola, a pesar del dolor del corazón de madre, sabía que ese sufrimiento tenía un sentido. Tenía confianza -confianza a pesar de todo- en que se estaba cumpliendo la antigua promesa” (San Juan Pablo II). 

Bien expresa estas realidades y vivencias de la Virgen María la composición poética en latínStabat Mater” (Estaba la Madre).  Es una secuencia del siglo XIII atribuida al papa Inocencio III y al franciscano Jacopone da Todi. Esta plegaria, que comienza con las palabras Stabat Mater dolorosa (estaba la Madre dolorosa), medita sobre el sufrimiento de María, la Madre de Jesús, durante la crucifixión de su Hijo. Composición que ha estado muy presente en el arte cristiano, especialmente en la música de grandes compositores. Fue traducida por Lope de Vega en sus Rimas Sacras en 1614. El beato Federico Ozanam escribió de este poema: "La liturgia católica nada tiene tan patético como estos lamentos tristes, cuyas estrofas caen como lágrimas, tan dulces, que en ellos se descubre un dolor divino consolado por los ángeles; tan sencillos en su latín popular, que las mujeres y los niños comprenden la mitad por las palabras y la otra mitad por el canto y el corazón".

MARIANO ESTEBAN CARO