2ª semana de Pascua. Domingo B: Jn 20, 19-31
Todos los años en este 2º
domingo de Pascua
Siempre que asistimos a
misa celebramos la muerte y resurrección de Jesús. Lo proclamamos especialmente
al terminar la consagración. Pero el domingo es el día del señor, el día
también del encuentro de la comunidad formando una unidad de amor y de fe, como
nos dice hoy la primera lectura hablando de la primitiva comunidad que “tenían
un solo corazón y una sola alma”. Consecuencia de ese amor era el repartirse
los bienes externos y vivir en verdadera
comunidad. Ese era un testimonio de que Cristo había resucitado. Tenían sus
defectos, pero éste es el ideal.
En todas las épocas ha
habido y hay comunidades de fieles, hombres y mujeres, que tienen esta vida de
paz y de unidad, de modo que son testimonio de que Cristo vive entre nosotros.
Y aunque no tengamos esta unidad tan plena, el hecho de que en medio esté el
amor a Cristo y entre nosotros significa ser testigos del Señor.
Jesús viene en aquella
tarde noche a consolar a sus discípulos. Y como Jesús es bueno y es el Señor,
en su visita les da unos grandes dones. Lo primero la paz, pues la
necesitan. Estaban llenos de miedo, pues los que habían condenado a Jesús,
podían ir ahora a por ellos. Jesús era, según los profetas, el “príncipe de la
paz”. Siempre la paz era un signo de su presencia, desde que nació en Belén.
Y juntamente con la paz les
dio la alegría. Es lo propio de estos días de resurrección. La paz y la
alegría son dos frutos del Espíritu Santo. Por eso a continuación “sopló sobre
ellos”. Es un signo simbólico de dar algo importante, de dar vida. Se parece a
lo que se dice de la creación, dando el soplo de la vida. Así pues, les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Quizá más propio sería
decir: “Recibid Espíritu Santo”. De una manera solemne recibirían el Espíritu
Santo el día de Pentecostés. Ahora lo recibían según la capacidad que tenían,
con las imperfecciones de este momento.
Y como siempre tendremos
imperfecciones y pecados, necesitaremos el perdón de Dios. Para que sea fácil
poder recibir el perdón de Dios, Jesús les da a los apóstoles el poder de
perdonar pecados. Este es un poder maravilloso que sigue teniendo
Pero Tomás no estaba
entonces. Quizá vendría a los pocos días. Quien no se une a su comunidad se
pierde muchas gracias de Dios. Quizá por mezcla de orgullo y por amor mal entendido hacia Jesús, se puso terco
y no quiso creer. Sus palabras: “Si no veo la señal de los clavos, etc..” demuestran que estaba encerrado en la idea de un
Cristo pasado y no en el de Jesús resucitado, que da vida. Hasta que vino
Jesús, el domingo siguiente, y con mucho cariño le mostró la señal de los
clavos en sus manos y la herida del
costado. No hizo falta tocar, porque ante la vista de Jesús se acrecentó su fe
en Jesús, no sólo como hombre resucitado, sino como Dios. Y con mucho amor
pronunció la declaración más hermosa del evangelio: “Señor mío y Dios mío”. Era
un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites.
Jesús se lo agradece, pero
dice algo grandioso para nosotros: “Dichosos los que tienen fe sin haber
visto”. Podemos decir que las dudas de Santo Tomás sirven para confirmar
nuestra fe. Y como dice la 2ª lectura, que es de la 1ª carta de san Juan, si
creemos de verdad en Cristo resucitado, con una fe que debe ir unida al amor de
Dios y de los hermanos, habremos vencido al “mundo”, que es como símbolo del
mal.