CICLO  A

TIEMPO ORDINARIO

XI  DOMINGO

 

El monte Sinaí, Moisés, la alianza, el pueblo de Dios, nación santa (primera lectura) anuncian  proféticamente al que ha de venir, a Cristo, que en el monte de las bienaventuranzas, da unas nuevas normas de vida (Mt 5-7); al bajar del monte cura a muchos enfermos (Mt 8-9) y llama por su nombre a doce apóstoles -evocando a las doce tribus de Israel- sobre los que fundaría su Iglesia, enviándolos a anunciar que el Reino de los cielos está cerca (Evangelio de hoy, Mt 10). San Mateo ve en el sermón del monte el punto de arranque del nuevo pueblo de Dios: Los doce apóstoles (las doce tribus) representan a todo el pueblo.

Jesucristo comienza su misión anunciando que “el Reino de Dios está cerca” (Mc 1, 15), que ya está presente en el mundo, “está entre vosotros” (Lc 17, 21). El inicio de la misión de Cristo consiste esencialmente en el anuncio del Reino de Dios y en la curación de los enfermos, para demostrar que este reino ya está cerca, más aún, ya ha venido a nosotros. “Toda la misión de Jesús y el contenido de su mensaje consiste en anunciar el Reino de Dios y realizarlo en medio de los hombres con signos y prodigios” (Benedicto XVI). Dice el Concilio Vaticano II que Dios “decretó elevar a los hombres a participar de la vida divina” y Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, “inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención. La Iglesia o reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo” (LG 2-3).

El Reino de Dios se manifiesta ante todo en la persona de Cristo. Este Reino ha sido confiado a la Iglesia, que es su «germen» y «principio» y tiene la misión de anunciarlo y difundirlo entre todos los pueblos. El Reino de Dios es el reinado de Dios en nosotros. La novedad del mensaje de Cristo es que en Él Dios se ha hecho cercano.

Inmediatamente después de proclamar la  necesidad de "trabajadores", Jesús llamó a los doce. El mismo número doce es símbolo de un llamamiento universal: evoca las doce tribus, un nuevo pueblo, que incluye a toda la humanidad. Y además tiene un alto valor simbólico: doce es igual a 3 (número perfecto) multiplicado por 4, que simboliza los cuatro puntos cardinales y, por consiguiente, al mundo entero.

Mateo nos da la lista de los doce apóstoles en el momento en que los envía, destacando así su misión. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar. La andadura de los Apóstoles comienza como un encuentro personal, con un conocimiento directo del Maestro. Darán testimonio de Cristo, porque vivieron con Él, escucharon sus palabras y, sobre todo, fueron testigos de su muerte y resurrección. La experiencia de este contacto personal con Cristo es única e irrepetible. A través de los Apóstoles, nos remontamos a Jesús mismo.

Los Apóstoles fueron elegidos y enviados por Jesús, para continuar su obra. "Con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó" (Concilio Vaticano II).

La carta a los Efesios nos presenta a la Iglesia como un edificio construido "sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo" (Ef 2, 20). En el Credo decimos «Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica». Dice el papa Francisco: “Profesar que la Iglesia es apostólica significa subrayar el vínculo constitutivo que ella tiene con los Apóstoles, con aquel pequeño grupo de doce hombres que Jesús un día llamó a sí, les llamó por su nombre, para que permanecieran con Él y para enviarles a predicar”.

La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre el cimiento de los apóstoles, porque guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu, la enseñanza, las palabras, la tradición recibida de los apóstoles. Y porque es enviada, como los apóstoles, a llevar el Evangelio a todo el mundo. El concilio Vaticano II comenta:  “lo que enseñaron los apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree” (DV 8).

Mateo culmina su evangelio con el envío de los apóstoles a anunciar el Evangelio a todos los pueblos (Mt 28, 19-21). La Iglesia es misionera por su misma naturaleza. "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8).

Mariano Esteban Caro