Domingo tercero de Pascua, Ciclo B
Bien haya lo bien nacido que ni
trabajo da criarlo
Este domingo
tercero de Pascua bien podríamos valernos para nuestra reflexión de la oración
colecta de la Misa que nos invita a la alegría y al regocijo, pero veamos: DIOS
NUESTRO, QUE TU PUEBLO SE REGOCIJE SIEMPRE AL VERSE RENOVADO Y REJUVENECIDO… La
Resurrección de Cristo trajo alegría y paz al corazón de sus apóstoles pero no
siempre fue así, recordemos que en sus corazones había dudas, desconfianza y
miedo, pues tontamente creyeron que Cristo había fracasado en su intento de
salvación, sin embargo, algo había en su interior que les decía que no todo
estaba perdido, pues de hecho se mantuvieron unidos, encerrados, pero unidos
como esperando contra toda esperanza. De hecho, si algo le costó a Cristo en su
resurrección, fue convencer a los suyos de que era él mismo que los había
llamado, el mismo que ahora se les manifestaba radiante y luminoso el mismo día
de su resurrección. Hay un detalle muy
simpático con aquellos discípulos, los que regresaban a Emaús, con cara de
fracasados, a los que Cristo quiso alegrar con su presencia, se les empareja en
el camino, los cuestiona, los instruye, los interesa y después de un
interesante camino, lo invitan a pernoctar con él y es ahí donde se les da a
conocer, precisamente en la fracción del pan, dicho para nosotros en la
Eucaristía y aunque no consta, ellos sintieron como obligación ir corriendo a
donde estaban los apóstoles, para
comunicarles la alegría que les había invadido al encontrarse con el
resucitado. Venciendo el miedo natural a un asalto, de noche, regresan a
Jerusalén, tocan a la puerta de los apóstoles y les cuentan la aparición de
Jesús. Les creyeran o no, ocurrió que el mismísimo Jesús se apareció a los apóstoles, estando ellos
presentes. La situación de éstos era de
miedo, a los judíos, precisamente, pero luego al mismo Jesús al que no
alcanzaban a comprender ya resucitado, pues él se desgañitaba por hacerles
entender que era el mismo. Por eso vuelve a insistir en enseñarles sus manos y
sus pies con las huellas de su pasión, pero llega más allá en el colmo de su
amor: Sin necesitarlo absolutamente, les pide algo de comer y sencillamente se
sentó a disfrutar con ellos lo que Dios les daba, en seguida se puso a
explicarles la situación. PARA QUE AL
ALEGRARSE HOY POR HABER RECOBRADO LA DIGNIDAD DE SU ADOPCIÓN FILIAL… Cristo les
dijo: “lo que ha sucedido es aquello de que les habla yo, cuando aún estaba con
ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de
Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento
para que comprendieran las Escrituras”. Pobre del Señor, que más trabajo le
estaba dando darse a conocer como el resucitado, que cuando los había llamado
por primera vez en Galilea. Esa
aparición de Cristo fue providencial y nos hace hijos de Dios, dándonos la
esperanza cierta de nuestra salvación. Y
QUE AGUARDE SEGURO CON GOZOSA ESPERANZA EL DÍA DE LA RESURRECCIÓN… Jesús concluye su aparición a los suyos, pero
no sólo para consolarles y quitarles sus temores y angustias, sino para
hacerlos portadores de su salvación, de su gracia, y de la gracia del perdón de
los pecados: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y que había de resucitar
de entre los muertos al tercer día y que en su hombre se había de predicar a
todas las naciones, comenzando por Jerusalén, necesidad de volverse a Dios para
el perdón de los pecado. Ustedes son testigos de esto”. A eso estamos llamados, a ser testigos del
que fue muerto y resucitó para nuestra salvación, pero con un testimonio de
alegría y de esperanza que haga más habitable nuestro mundo y sea un anticipo
de la gloria que nos espera.
El padre
Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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