«Los laicos, testigos de la pascua»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el 3° Domingo de Pascua
[15 de abril de 2018]
El texto del Evangelio de este domingo
(Lc 24,35-48), nos relata la aparición de Jesús resucitado
a los Apóstoles. Ellos necesitaban tener este encuentro Pascual para llevar
adelante la misión de anunciar el Reino. Habían convivido con el Señor, sabían
de su muerte y resurrección, pero aún estaban turbados y con temor. Por eso el
texto señala: «Entonces les abrió la
inteligencia, para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así
estaba escrito; el Mesías, debía sufrir y resucitar de entre los muertos al
tercer día, y comenzando en Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas
las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos
de todo esto”». (Lc
24,45-48)
Al reflexionar sobre la necesidad de
centrar nuestra fe en Jesucristo resucitado y sus enseñanzas, llegamos a una
conclusión que, aunque obvia, es bueno recordarla: no podemos llamarnos
cristianos, si no deseamos y buscamos tener un encuentro con Jesucristo, el
Señor, el que murió y resucitó. Para los Apóstoles fue fundamental este
encuentro personal y pascual con el Señor. Esto les cambió la vida y permitió
ser sus “testigos”.
En realidad, esto que vivieron los
Apóstoles no fue una experiencia exclusiva de ellos, todos estamos llamados a
tener esa experiencia pascual, con Jesucristo vivo y resucitado, para ser
testigos. ¿Esto es sólo algo teórico? ¿Una abstracción distanciada de la
realidad? Considero conveniente acentuar que hay muchos hombres y mujeres que
nos dan testimonio y responden con sus vidas ejemplares a estos interrogantes.
En este tiempo, y con la gracia del
acontecimiento y el documento de Aparecida, vamos acentuando la necesidad de
asumir como cristianos un camino discipular para la misión. Es cierto que esto
es difícil en un contexto que a veces es hasta agresivo con las propuestas del
Evangelio, e incluso con los valores y la visión del hombre que la revelación
cristiana nos propone. Hay que señalar que los malos ejemplos que puedan dar
quienes se apartan de la fe cristiana, así como nuestras propias fragilidades,
no invalidan el Don de Dios del encuentro con Jesucristo y su revelación,
ratificado en el testimonio de tantísimos hombres y mujeres que viven con
fidelidad y entrega este regalo maravilloso de ser cristianos.
Por esta misma razón en este tiempo
deberemos acentuar este discipulado y misión, en todos, pero especialmente en
nuestros laicos, que son la mayoría del pueblo de Dios, para humanizar y
evangelizar nuestra cultura habitualmente bombardeada por ideologías
materialistas que consideran a la persona como objeto de consumo, potenciando sólo
sus instintos, y eliminando su espiritualidad que implica inteligencia,
voluntad, libertad y la capacidad de trascendencia.
En relación a la necesidad de
humanizar y evangelizar la cultura, Aparecida señala: «Son los laicos de nuestro continente,
conscientes de su llamado a la santidad en virtud de su vocación bautismal, los
que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad
temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia entre fe y
vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la
conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina Social de la
Iglesia. Para una adecuada formación de la misma, será de mucha utilidad el
compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La V Conferencia se compromete a
llevar a cabo una catequesis social incisiva, porque la vida cristiana no se
expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes
sociales y políticas.
El discípulo y misionero de Cristo que
se desempeña en los ámbitos de la política, de la economía y en los centros de
decisiones sufre el influjo de una cultura frecuentemente dominada por el
materialismo, los intereses egoístas y una concepción del hombre contraria a la
visión cristiana. Por eso, es imprescindible que el discípulo se cimiente en su
seguimiento del Señor, que le dé la fuerza necesaria no solo para no sucumbir
ante las insidias del materialismo y del egoísmo, sino para construir en torno
a él un consenso moral sobre valores fundamentales que hacen posible la
construcción de una sociedad justa»
(505-506).
Convocados por tantos testigos de la
Pascua nuestro tiempo necesita de discípulos y discípulas portadores de esperanza.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo!
Mons. Juan
Rubén Martínez,
obispo de Posadas