3ª semana de
Pascua. Miércoles: Jn 6, 35-40
San Juan en su evangelio no
narra la institución de
Para el jueves y viernes
queda la parte, primero conflictiva y luego asombrosa (dicha para causar
asombro sano), en que declarará que ese alimento es su propio cuerpo. En la
parte que hoy nos trae el evangelio Jesús prepara a los oyentes para que puedan
tener una fe verdadera en sus palabras. Fundamentalmente será estando unidos
con Dios, de la forma más parecida a Jesús, cumpliendo Su voluntad.
Hoy nos dice Jesús que él
cumple la voluntad de su Padre preocupándose por nosotros mismos para que todos
vayamos hacia Dios. Nosotros también tenemos que preocuparnos para que todos
puedan conocer más a Jesucristo y siguiéndole puedan llegar a la vida eterna.
Nuestro afán no debe ser hacer discípulos nuestros, sino hacer discípulos de
Jesús, ayudándoles a ir hacia el Padre. De muchas maneras podemos ayudar a los
demás. La principal manera es colaborando para que tengan la vida eterna. Para
ello deberán conocer a Jesús de tal manera que puedan “verle” y “creer”. Esto
es entregarse a su amor y a sus designios sobre nosotros.
Nadie está designado para
salvarse en perjuicio de otros. Todos cabemos en la amistad de Dios, porque El
quiere que todos vayamos a El y permanezcamos con El para siempre. El desastre
sucede cuando queremos hacer nuestra voluntad y no la de Dios. A veces nos
quejamos cuando creemos que nos falta algo. Dios sabe lo que necesitamos.
Cuando la gente tenía hambre estaban en las manos de Jesús que les dio de
comer. Cuando ya se sintieron satisfechos, querían hacer su propia voluntad
proclamando por rey a Jesús; pero esa no era la voluntad de Jesús.
Necesitamos aferrarnos a la
voluntad de Dios y a su palabra como lo han hecho tantos perseguidos por la
causa de Dios. Hoy en la primera lectura se habla de una gran persecución que
se suscitó a raíz de la muerte de san Esteban. Porque como la palabra de Dios
no está encadenada, al esparcirse los discípulos por diversos países y
naciones, dio lugar a que se proclamase el Evangelio.
El hambre y la sed son
señales de vida. Pobre del enfermo que ya no tiene hambre ni sed. En la vida
hay muchas clases de hambre, que nunca terminan por saciarse. Hoy nos dice
Jesús que quien viene a El ya no tiene más hambre, pero no por defecto, sino por
completa saciedad. Los santos o los que han encontrado de verdad a Jesús ya no
aspiran a nada terreno, porque sienten el alma saciada. Dios quiere lo mejor
para nosotros; pero para ello quiere que “vayamos hacia El”. Tal es el amor y
la delicadeza de Dios que lo que es pura gracia lo considera al mismo tiempo
mérito nuestro, si hemos actuado con las fuerzas que El mismo nos da.