CICLO A
TIEMPO
ORDINARIO
XXIII
DOMINGO
Las tres oraciones propias de la misa de hoy
nos ayudan a revivir la profunda y entrañable relación que Dios establece con
nosotros: Dios siempre nos mira con amor de Padre (o de una madre cariñosa, que
diría Juan Pablo II). Somos sus hijos
porque participamos de la vida divina –vida filial- de su Hijo único.
Esta realidad vital es para nosotros fuente de paz (de fe confiada) y de amor
sincero. Pero no somos meros receptores pasivos del amor de nuestro Padre Dios.
Él nos ha creado por amor para que participemos del torrente infinito de su
amor.
Las lecturas de hoy nos señalan tres formas
de hacer llegar el amor a nuestros semejantes: amándolos como a nosotros
mismos, rezando por ellos y dando testimonio de la verdad.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (segunda
lectura). En este mandato, que ya aparece en el libro del Levítico (19,18) se
resumen todos los mandamientos, especialmente en su contenido positivo: haz por
cualquier ser humano lo que quieres que hagan por ti. Como el buen Samaritano:
un corazón que ve.
Al rezar por nuestros hermanos “pidiendo
algo” (Evangelio), estamos amando a aquellos a los que Dios ama. De forma
directa participamos en su infinito amor. “En realidad, orar por los demás es
un gran gesto de caridad” (Benedicto XVI). Con la seguridad de ser escuchados,
porque lo hacemos en el nombre del Señor resucitado, que está intercediendo
permanentemente por nosotros ante el Padre en el templo del cielo.
Poner en guardia, reprender (primera
lectura), dar testimonio de la verdad en el amor (Ef
4,15), la diaconía de la verdad lleva al bien. La verdad que hace libres (Jn 8,32) para comprometerse, no para desentenderse. A la
verdadera libertad nos lleva la fe en Cristo (oración colecta).
Mariano
Esteban Caro