«la castidad HUMANIZA»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para el 4° Domingo de Pascua
[22 de abril de 2018]
En este cuarto domingo de Pascua, la
Iglesia celebra la Jornada mundial por las Vocaciones; en especial por las
vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Por eso este domingo es
llamado el domingo del Buen Pastor. El Evangelio que leemos (Jn 10,11-18), nos dice: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor
da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no
pertenecen las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo
hace presa en ellas y las dispersa… Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas
y las mías me conocen a mí». Antes, como ahora, estas palabras eran bien
recibidas por unos que se convertían a Jesús, y a otros escandalizaba y
generaba polémicas…, el texto termina diciendo: «Se produjo otra vez una división entre
los judíos por estas palabras…»
(
Jn 10,19).
En varias oportunidades en este tiempo
pascual hice referencia a la necesidad de tener una experiencia de encuentro
con Cristo resucitado para poder captar que nuestra vida está cargada de
sentido. Quizá esta expresión nos sirva para entender que solo desde la fe
podemos tener una comprensión profunda de temas como la vida, la familia y el
matrimonio, la Iglesia y su misión, el sacerdocio y el celibato. Desde una
visión materialista que sólo comprende al hombre desde lo fisiológico e
instintivo, difícilmente se puedan entender estos valores como un don de Dios,
como un regalo e instrumento de servicio a la humanidad y al bien común. Desde
una antropología materialista, el matrimonio monogámico y el celibato serán
considerados como algo antinatural.
Reducir el celibato a una mera
imposición de la Iglesia es, de hecho, una falta de respeto a la inteligencia y
al mismo Cristo que es el «sumo y eterno Sacerdote», célibe, que dio su vida
por todos nosotros. En los textos bíblicos se descubre una profunda valoración
por el celibato y la castidad por el Reino de los cielos, así como en los
Padres de la Iglesia, doctores y pastores, desde el inicio apostólico y hasta
el presente.
El unir el celibato y el sacerdocio
ministerial es una opción por una mayor radicalidad evangélica hecha por la
Iglesia desde su potestad y respaldada por la Palabra de Dios y el testimonio
de los santos y tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia desde
este don, y aún desde sus fragilidades, trataron y tratan de donarlo todo en
exclusividad a Dios y a su pueblo. Los malos ejemplos y aún nuestras propias
limitaciones no invalidan el aporte de tantos que antes y actualmente dan su
vida por los demás.
El Papa Emérito Benedicto señalaba en
una ocasión a seminaristas: «Una vez más, Jesús es el
modelo ejemplar de adhesión total y confiada a la voluntad del Padre, al que
toda persona consagrada ha de mirar. Atraído por Él, desde los primeros siglos
del cristianismo, muchos hombres y mujeres han abandonado familia, posesiones,
riquezas materiales y todo lo que es humanamente deseable, para seguir generosamente
a Cristo y vivir sin ataduras su Evangelio, que se ha convertido para ellos en
escuela de santidad radical».
Si a la sexualidad la humanizamos y
consideramos la capacidad de espiritualidad en el hombre y mujer, así como la
inteligencia, la voluntad, la libertad, y su capacidad de trascendencia, se
podrá captar que la sexualidad y la genitalidad son maravillosas y mucho más
plenas, porque están ligadas al amor humano, y no sólo a una sexualidad
liberada a los instintos que siempre deja a la persona sumergida en una
profunda insatisfacción. Desde una comprensión correcta de la persona humana,
también se puede entender que la sexualidad es un vehículo que no sólo hace a
la generosidad, sino que puede instrumentar la donación de la propia vida en el
amor a los demás. En definitiva, porque la persona está hecha para el Amor y
donándose es en donde se plenifica.
Este fin de semana rezamos en la
Iglesia por las vocaciones sacerdotales y religiosas, con la confianza en la
iniciativa de Dios y la respuesta humana. El mismo Señor nos dijo que
imploremos porque la mies o el trabajo es mucho y los operarios son pocos.
Desde ya damos gracias a Dios porque Él sigue obrando el llamado y la respuesta
de muchos jóvenes a consagrase a Dios y a sus hermanos. Responden al llamado
porque creen en el Amor.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo!
Mons. Juan
Rubén Martínez,
obispo de Posadas