COMPARTIENDO EL EVANGELIO

Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia

(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires)

 

Domingo Quinto de Pascua, Ciclo B

Evangelio según San Juan 15,1-8.

 

Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»

 

“CADA UNO TIENE QUE DAR FRUTOS”

 

Cristo es la Verdadera VID y el Padre es el VIÑADOR. Esto significa que Cristo está unido al Padre intensamente y el Padre está unido al Hijo, en el Espíritu Santo. Es así que Cristo hace lo que el Padre quiere y el Padre se complace en lo que su Hijo hace. También nosotros, como discípulos, tenemos una relación con Él, que es conforme a esta unión, a esta comunión, a este encuentro que tenemos con el Señor.

 

¡Qué gran verdad!: si no hay una experiencia del encuentro con el Señor, no hay fecundidad en la misión; si no hay calidad de encuentro con el Señor, hay poca fuerza en el testimonio que ofrecemos a los demás. Cuando uno se separa de Él, pierde el equilibrio y se lo hace perder a los demás.

 

En esta unión mística que uno tiene con Cristo, es evidente que la vida tiene sus tensiones y también tiene sus podas: “Si quieres servir al Señor, prepárate para la prueba”, ¡porque es cierto hay pruebas! Y esas pruebas son personales, son internas, son las de los otros, son las de los sistemas ¡y tantas adversidades con las que uno se puede encontrar! Si las pasó Jesús en aquella época, ¿por qué no las vamos a pasar nosotros?

 

Cuando uno da testimonio o, a veces, cuando una persona pierde el trabajo por ser honesta; o porque son perseguidas porque no tienen el SI fácil; o porque no se someten a lo que otros quieren que hagan; hay calumnias cuando no se soporta que una persona sea íntegra, hay envidia cuando al otro le va bien. Son muchas cosas que están presentes como tensiones pero que hay que considerarlas como parte de la prueba y parte de la poda. Pero el que permanece en Él tiene que dar frutos.

 

Quiero remarcar esto: cada uno tiene que dar frutos, el obispo tiene que dar frutos, el sacerdote tiene que dar frutos, el diácono tiene que dar frutos, el seminarista tiene que dar frutos, el religioso y la religiosa tienen que dar frutos, el fiel laico tiene que dar frutos, cada uno en la condición de vida que tenga, en el rol que desempeña, tiene que dar frutos; pero las cosas hay que hacerlas bien y mejor, nos más o menos y peor.

 

Que la presencia de Cristo resucitado renueve nuestra vida, fortalezca nuestra vitalidad y entusiasmo, que nos comprometa para el anuncio y la misión.

 

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén