CICLO  A

TIEMPO ORDINARIO

XXV DOMINGO

 

En el evangelio de hoy Jesús nos presenta la parábola del patrono generoso. En ella se refleja la dura situación del paro y de la falta de trabajo (“nadie nos ha contratado”). Aunque no todos trabajaron las mismas horas en la vendimia, todos recibieron el mismo salario: un denario, que era el jornal diario de un trabajador del campo. Antes las protestas de los que habían trabajado desde el amanecer, el amo de la viña no fue injusto ni arbitrario, dice la parábola. Todos reciben el mínimo vital para ir pasando.

 

El mensaje de la parábola se resume en las palabras finales: “porque yo soy bueno”. Porque así es Dios –da a entender Jesús- tan bueno, tan generoso, tan lleno de compasión. Da parte en su salvación también a los publicanos y pecadores, sin mérito de su parte. A veces también nosotros nos preguntamos (¿criticamos?) cómo puede Dios hacer ciertas cosas, cómo puede pagar igual.

 

El mensaje de este domingo quizás tenga que llevarnos a revisar la idea que tenemos de Dios. El Señor es clemente y misericordioso, es bueno y cariñoso con todos, justo y bondadoso (salmo responsorial). Es rico en perdón con todo el que regresa a él. Así es nuestro Dios: tan grande que nuestra pobre mente humana no le puede abarcar. No podemos hacernos un Dios a la medida de nuestras miserias humanas (de la envidia habla el evangelio). “Mis planes no son vuestros planes, mis caminos son más altos que los vuestros” (primera lectura).

 

En la parábola del patrono generoso, Jesús viene a decirnos que así es Dios: tan bueno, infinitamente bueno. Dios es amor (I Jn 4,16) fiel hasta la muerte. La prueba suprema es Cristo en la cruz. Unidos a Cristo, nosotros participamos del amor infinito de Dios. “La caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación” (Benedicto XVI). Necesitamos un corazón que sepa ver dónde se necesita amor más allá de la justicia. Que el Señor abra nuestro corazón para que comprendamos las palabras de su Hijo (Aleluya), porque el corazón ve más que la razón.

 

Mariano Esteban Caro