CICLO A
TIEMPO ORDINARIO
XXVIII DOMINGO
“Volvió Jesús a hablar en parábolas”, señala
el Evangelio de hoy. Las parábolas son historias narradas por el Señor en
arameo, su lengua materna; en ellas hay dos elementos fundamentales: la
comparación y un aspecto enigmático para mover a la curiosidad y a la búsqueda.
Son expresión de la voluntad de Jesús de una enseñanza progresiva sobre su
persona y sobre el Reino de Dios. A estas últimas pertenece la parábola del
convidado sin vestido de fiesta. No se trata de un traje especial, sino de un
vestido limpio.
Al pronunciar esta parábola resonaban en la
mente de Jesús otras referencias del Antiguo Testamento: los vestidos blancos
de Salomón (Ecl 9,8) y el vestido de la salvación (de
gala y de triunfo) de Isaías (61, 10). Es el vestido de bodas de la salvación,
de lino blanco, de vida y de gloria (Ap 3, 4. 5. 18).
Todos, buenos y malos, -viene a decir Jesús-
son invitados a participar en el banquete de bodas y a revestirse del vestido
limpio de la salvación. Aquí está nuestro Dios de quien esperamos la salvación.
Ha aniquilado la muerte para siempre (Cristo muriendo destruyó nuestra muerte)
y nos invita a celebrar y gozar el festín de su salvación (primera lectura).
Cristo Jesús inaugura el Reino de Dios,
cumpliendo así la voluntad del Padre, que quiere hacer a los hombres partícipes
de su naturaleza divina. El Hijo de Dios se hace hombre para que el ser humano
participe de su divinidad. Este maravilloso intercambio nos salva: al
revestirse el Hijo de Dios de nuestra frágil condición, confiere a la
naturaleza humana dignidad eterna, nos hace a nosotros eternos (prefacio III de
Navidad). Nos lleva a la gloria del cielo (oración sobre las ofrendas). Dios
provee así todas nuestras necesidades conforme a su riqueza en Cristo Jesús
(segunda lectura).
En el banquete de la Eucaristía Dios nos
alimenta con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo y nos hace participar de su
naturaleza divina (oración después de la comunión).
Mariano Esteban Caro