CICLO A
TIEMPO ORDINARIO
XXX DOMINGO
Amar al prójimo
como a uno mismo (Lev 19,18) y amar a Dios con todo el corazón, con toda el
alma y con todas las fuerzas (Dt 6,4) eran vividos en
el Antiguo Testamento como dos mandamientos distintos. En el amor a Dios se
resumían toda la ley y los profetas. Con Cristo se produce un cambio radical.
De estos dos mandamientos Jesús hace un único precepto. Une el amor a Dios con
el amor al prójimo en una real interacción (Evangelio). Son inseparables porque
ambos amores proceden del amor que Dios nos tiene.
El amor al prójimo
es camino para encontrar y amar a Dios, pues quien no ama a su hermano, al que
ve, no puede amar a Dios a quien no ve (I Jn 31,
4-6). Cristo considera como hecho a él mismo lo que hagamos a sus hermanos los
hambrientos, los sedientos, los forasteros, los sin techo, los enfermos, los
ancianos, los faltos de libertad, también fuera de la cárcel (Mt 25, 31-46).
En su despedida,
sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre,
habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13,1). Y en este contexto nos dio su mandamiento: amaos unos a otros
“como yo os he amado” (Jn 15,12). En este mandamiento
consiste la ley entera y los profetas (Mt 7,12). Toda la ley se concentra en
esta frase: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gál
5, 14).
Este amor al
prójimo es la señal distintiva del cristiano: “La señal por la que conocerán
todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Jn 13, 35). Si nuestra fe es activa en la práctica del amor
(Gál 5,6), el evangelio correrá de boca en boca
(segunda lectura). “Ved cómo se aman” se decía de los primeros cristianos, tal
como refieren Tertuliano y Luciano.
La caridad
cristiana es ante todo y simplemente, la respuesta a una necesidad en una
determinada situación (Benedicto XVI). Y el prójimo es cualquiera que tenga una
necesidad y yo le pueda ayudar: el forastero, la viuda, el huérfano, el pobre
(primera lectura).
Mariano Esteban Caro