Solemnidad. La Ascensión del Señor

Estamos llegando al final del Pascua y hoy nos detenemos en lo que podemos llamar el culmen de la vida y la actuación de Cristo, su Ascensión  a los cielos y el hecho de sentarse a la diestra de Dios. En épocas pasadas,  esto daría mucho que pensar a los hombres, pero hoy cuando los personajes infantiles tienen naves espaciales que surcan los espacios en un instante e incluso pueden desplazarse de una a otra época de la historia, y es más, los personajes ya no necesitan siquiera de naves espaciales, pues con mecanismos propios, pueden desplazarse de la manera más asombrosa. Ellos, los niños nos preguntarían si Cristo tiene algo parecido o si tenía una hoja ruta, o si conocía la localización exacta del Reino de los cielos.  Tenemos que ser entonces muy precisos, y darnos cuenta que cuando hablamos de la Ascensión de Cristo a los cielos no se trata precisamente de un desplazamiento y una desaparición de la vista y no podemos imaginar tampoco el hecho de sentarse a la diestra de Dios como una ceremonia solemne como acostumbramos los humanos para definir la llegada de un personaje al poder.

¿De qué se trata entonces? ¿Es despedida o llegada? ¿Debería suscitar alegría o tristeza en el corazón de los creyentes? ¿Qué nos queda hacer a nosotros luego que él se ha ido?

Entendámonos. Es verdad que Cristo ha subido a los cielos. Era necesario que su presencia ya no fuera tanto físicamente para que su presencia pudiera multiplicarse en el mundo. Ya no lo veremos físicamente entre nosotros, que buena falta nos haría, pero ahora cada vez que un cristiano puede interesarse vivamente por la paz, la comodidad y la salud de los que sufren, ahí se vuelve a hacer presente Cristo Jesús.

Por otra parte, era necesario que si él había sufrido y sufrido como nunca, él que no tenía ninguna falta personal sino que se había entregado por todos los hombres, tuviera una recompensa, como representante de todos los mortales y el hemos de verlo cerca del Buen Padre Dios, nos da la esperanza cierta de que nosotros los que nos hemos asociado a Cristo, también algún día podremos gozar de la presencia del Padre que Cristo nos había anunciado.

Es despedida ciertamente, pero también llegada, para que los cristianos tomemos las riendas de este mundo, no para mangonearlo ni para dirigirlo y menos para degradarlo como hemos hecho hasta la actualidad, sino para convertirse en los grandes servidores de este mundo por el que Cristo dio su propia vida. ¡Tenemos tantas cosas que hacer! Tenemos tantos demonios que arrojar de él, la maldad, la miseria y la pobreza que parece que crecen y se enseñorean de este mundo, pero no podemos olvidar que Cristo prometió su asistencia a los suyos y la presencia de su Espíritu, de manera que no estamos solos, y si bien es verdad que como las olas llegan a la playa, así aparecen nuevos brotes de violencia en el mundo, también cada día tenemos que suscitar nuevos mensajeros de la paz, del amor y del bien que hagan presente a Cristo en el mundo.

¿Alegría o tristeza en el corazón de los creyentes?  Cuando fui por primera vez a la escuela, mi madre me dejó en la puerta, y yo tenía que ir por un largo pasillo ascendente hasta encontrar la puerta de la escuela, y tuve las ganas de volver la mirada y devolverme, pero sabía que tenía que sobreponerme, porque estaba entrando a otra etapa de mi vida.  Parecería entonces que Cristo se queda atrás,  y dan ganas de gritarle, “ayúdanos” porque no podemos, pero el nos diría a la vez, “No desmayen” hagan como yo, una entrega total y constante, hasta dar la vida por los que ama el Padre. Así tiene que ser su vida  y él seguirá con su pueblo, estará siempre con nosotros,  pues él instruyó hasta el cansancio a todos los suyos, para que supieran exactamente qué hacer en la conducción de los hombres: “háganles creer, bautícenlos y enséñenles a vivir como yo les he enseñado”.  Si la Iglesia aprendió la lección, tiene que esforzarse hoy por hacer que cada uno de sus hijos y hermanos puedan ser verdaderos santos, santos en su mundo, en su ambiente, que sepan dejar alegría, paz y consuelo a todos los hombres.

Los hogares de hoy tienen características propias, ya no está tan clara y tan marcada la asistencia y la presencia de los padres en el hogar y tienen que educar de tal manera a los hijos, que éstos puedan bastarse a sí mismos durante el tiempo de ausencia de los papás, de la misma manera los cristianos tienen que trabajar como cuerpo de Cristo en el mundo, y  puedan  ser la alegría, el anticipo de salvación,  o sea, una probadita de lo que esperamos vivir en la presencia del Buen Padre Dios.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx