«la FE DE NUESTRO PUEBLO»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para la Solemnidad de Pentecostés
[20 de mayo de 2018]
Al iniciar esta reflexión dominical
quisiera expresar la alegría de algunos acontecimientos que manifiestan claramente
la fe de nuestro pueblo como la procesión a Fátima del fin de semana pasado, y
este domingo la procesión a Santa Rita en nuestra ciudad de Posadas. También
estamos preparándonos para celebrar en unos días la solemnidad del Corpus Christi.
Estas expresiones de fe muestran la piedad sencilla, solidaria y festiva de
nuestro pueblo. En todas estas manifestaciones hemos pedido por el derecho más
básico que es el derecho a vivir que tenemos todos, especialmente el derecho a
la vida de los niños por nacer. En cada celebración también rezamos por la
Patria y por sus necesidades, con la certeza que podremos tener esperanza si
todos comprendemos que el futuro depende no solo de los otros sino del
compromiso con el bien común que cada uno debe tener.
En este domingo estamos celebrando la
gran solemnidad de Pentecostés. El Evangelio (Jn 20, 19-23),
nos muestra a Jesucristo Resucitado enviando a sus Apóstoles: «Como el Padre me
envió a mí, yo también los envío a ustedes». Y les otorga el poder para ejercer
el ministerio de perdonar y retener los pecados, que los sacerdotes ejercen en
el Sacramento de la confesión. «Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se
los perdonan y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».
Es importante recordar que estos
hombres eran como nosotros. Pedro cuando es elegido se reconoce como pecador, y
en el contexto de la Pasión de Jesús niega tres veces a su maestro, aunque
después llora arrepentido por su debilidad y miedo. Esto es fundamental que lo
tengamos presente, porque si bien es cierto que solo Dios es perfecto, nosotros
no podemos hacer alarde de nuestras fragilidades, más bien debemos reconocerlas
y tratar de cambiar, de insertar la Pascua en nuestra vida. Quizá como el
Apóstol Pedro deberemos no relativizar, sino llorar nuestros pecados con
arrepentimiento. Solo desde la humildad nos hacemos amigos de Dios.
En la mañana de Pentecostés los
Apóstoles, junto a otros y a María, estaban orando en el «Cenáculo». En esa
mañana de hace 2000 años nació la Iglesia. El Espíritu Santo prometido va
acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos.
En esta reflexión de Pentecostés
quiero tener especialmente presente a la Iglesia. Los cristianos por el
bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo, el Señor, por un
lado, tiene una dimensión de compromiso personal y por otro necesariamente
tiene una dimensión comunitaria, eclesial.
Aparecida hace una referencia
específica a esta necesidad en el hoy de nuestra América Latina y el Caribe. El
texto señala: «La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la
comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy
presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas
búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos
llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia
universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del
yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión
constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad
concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y
de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa» (DA 156).
En estos dos mil años la Iglesia evangelizó,
con la alegría del Espíritu, pero no le faltaron sufrimientos y martirios. Solo
basta recorrer la historia, en donde desde ya se hace presente la fragilidad
humana y la debilidad, como las negaciones de Pedro o la búsqueda de los
primeros lugares de los Apóstoles Juan y Santiago, cuando todavía no entendían
de qué se trataba el Reino de Dios… Pero la Iglesia que ha recorrido los siglos
ha contado con la garantía del Espíritu Santo, que llevó a que muchos hombres y
mujeres sean «testigos de Dios». También tantos santos, mártires, hombres y
mujeres que desde el silencio de la cotidianidad fueron fieles, y dieron su
vida por Amor a Dios y a sus hermanos. Hoy como ayer también deberemos dar
testimonio en medio de alegrías y sufrimientos.
Nosotros en este Pentecostés queremos
que resuene en nuestro corazón el mandato del Señor que nos dice: «Vayan y
hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19).
¡Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo!
Mons. Juan
Rubén Martínez,
obispo de Posadas