COMPARTIENDO
EL EVANGELIO
Reflexiones
de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas
por radios de Capital y Gran Buenos Aires )
Solemnidad
de Pentecostés, Ciclo B
Evangelio
según San Juan 20, 19-23
Al
atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las
puertas cerradas por temor a los judíos; entonces llegó Jesús y poniéndose en
medio de ellos les dijo: "La paz esté con ustedes". Mientras decía
esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría
cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "La paz esté con ustedes.
Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y les dijo:
"Reciban el Espíritu Santo, los pecados serán perdonados a los que ustedes
se los perdonen; y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”
PENTECOSTES,
LA FUERZA DEL ESPÍRITU
Pentecostés es la plenitud, la fuerza
de Dios, que viene a nosotros enviados por el Padre y el Hijo. Y viene a
enseñarnos, a recordarnos, a avivarnos, a fortalecernos en todo lo que
significa nuestra vida cristiana en este mundo.
Aquí están presentes dos realidades
muy fuertes. Por un lado la Revelación, porque Cristo nos revela al Padre y el
Padre nos revela al Hijo –“este es mi
Hijo muy amado, escúchenlo”. Esta revelación de Dios, esta participación de
Dios, también se expresa en lo que es la acción propia de Cristo: la Redención.
Cristo nos redime en la cruz.
Revelación, Redención, Salvación: es
la fuerza de Dios que rompe todo vínculo
con el pecado, toda esclavitud y todo temor; temor a los demás, temor a las
cosas internas, temor al mundo y a las cosas que nos puedan suceder.
Por eso Cristo nos dice “¡la paz esté
con ustedes!” y nos da su fuerza; sopla con el Espíritu Santo, nos perdona, nos
redime, nos salva y nos reviste de sus mismos sentimientos. Ser revestidos de
Cristo; cada cristiano es otro Cristo. Si tuviéramos conciencia de esta
realidad, no ensuciaríamos nuestro traje, nuestra vestimenta, nuestra conducta,
nuestra vida, nuestra dignidad y nuestra misión.
Que vivamos como resucitados, como
redimidos, recibiendo esa revelación que el Padre nos hace en el Hijo, para que
vivamos esta fuerza de Cristo del que tenemos que dar testimonio ayer, hoy
siempre.
Que no nos quedemos mudos, con la boca
cerrada, ni con las manos atadas, ni con un corazón frio, de piedra.
¡Que vivamos la fuerza del Espíritu!
Les dejo mi bendición: en el Nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén