CICLO B
TIEMPO ORDINARIO
XXXII DOMINGO
En nuestra relación
con Dios lo que cuenta es la calidad, no la cantidad. Éste es el mensaje de las
lecturas de hoy.
La viuda de Sarepta, que recogía leña a la puerta de la ciudad y que da
a Elías, el siervo del Señor, agua y pan,
lo único que le quedaba para ella y su hijo (primera lectura).
No valen los largos
rezos de los letrados; la viuda pobre, con sólo dos reales, echó en el cepillo
más que nadie, “porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que
pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir” (Evangelio): es el
conocido como "óbolo de la viuda",
expresión de la generosidad de quien da sin reservas lo poco que posee.
En la antigüedad la condición de viuda, por sí misma, significaba una
situación de grave necesidad. Pero nadie es tan pobre que no pueda dar algo.
Las dos viudas demuestran su fe, realizando sendos gestos de caridad.
Cristo no se ha
ofrecido muchas veces, sino una sola vez, para quitar los pecados de todos y
“salvar definitivamente a los que lo esperan” (segunda lectura). En esa única
oblación está contenido todo el amor del Hijo de Dios hecho hombre.
Ante Dios lo que
cuenta es un corazón generoso, desprendido y confiado. Lo que tiene valor es el
verdadero amor a Dios y al hermano, que sale de lo más profundo de nosotros. Un
amor grande puede también expresarse en una obra pequeña, en un gesto sencillo.
“En la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino
el peso de los corazones” (San León Magno). Y refiriéndose a la oración, decía
San Agustín que en la oración no se trata de hablar mucho, sino de “llamar con
un corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos
escucha”, porque la finalidad de la oración se consigue “más con lágrimas y
llanto que con palabras”.
De valor infinito es
la entrega de Cristo al Padre con el sacrificio de su vida hasta la muerte en
cruz. “Bien sabéis lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo: siendo
rico, por vosotros se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis
ricos” (2 Co 8, 9). Cristo se entregó una sola vez y para siempre: su cuerpo
entregado y su sangre derramada siguen salvando a los hombres y mujeres de
todos los tiempos. Cristo se entregó una sola vez para siempre: nos sigue salvando ahora.
Dios nos ha llamado a
vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, a vivir y morir con Cristo y como
Cristo. Por la fe entramos en comunión con Jesús, el Crucificado-Resucitado,
coronado de gloria y honor por su pasión y muerte; somos hechos partícipes de
su entrega hasta la muerte y de su resurrección. Como Cristo debemos poner en
las manos de Dios todo lo que somos. En nuestra relación (religión) con Dios,
vale más darnos totalmente que dar
muchas cosas.
MARIANO ESTEBAN CARO