SOLEMNIDAD
DE TODOS LOS SANTOS
DÍA 1 DE NOVIEMBRE
Celebramos hoy la fiesta de Todos los Santos, los oficialmente
reconocidos por la Iglesia y también los innumerables hombres y mujeres, que
gozan ya de la presencia gloriosa de Dios. En una misma fiesta honramos a estos
santos de todos los tiempos, de toda raza y condición (primera lectura):
sacerdotes, religiosos y religiosas; fieles cristianos jóvenes, niños y
mayores, esposos y honrados padres de familia.
Dios es el único santo y fuente de toda santidad. Nosotros por la fe y
el bautismo somos hijos de Dios en su Hijo único (segunda lectura) y
participamos de su naturaleza divina. Por tanto, el cristiano ya es santo, pero
al mismo tiempo debe llegar a serlo. Todos los bautizados sin excepción estamos
llamados a ser santos como nuestro Padre celestial es santo (Mt 5, 48). Ser y
vivir como hijos de Dios, imitando y siguiendo a Cristo (Jn
12, 26), nuestro hermano, autor y guía de nuestra salvación: viviendo como Él
vivió, teniendo los sentimientos propios de Cristo Jesús, configurando nuestra
vida según su imagen. Y también
escuchando su Palabra, participando en los sacramentos, especialmente la
Eucaristía, orando también en familia, responsabilizándonos ante el bien común.
Con el programa de las bienaventuranzas Cristo Jesús, coronado de gloria por su
pasión y muerte, nos ofrece una propuesta de vida para participar con Él de la
felicidad eterna (Evangelio) cuando se manifieste en plenitud todo lo que
seremos: “semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (segunda lectura).
La perfección de la santidad es la perfección de la caridad: somos
santos si dejamos que el amor de Dios, derramado en nuestros corazones con el
Espíritu Santo que se nos ha dado, nos impulse a amar a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como Cristo nos ha amado. Seremos santos si cumplimos
fielmente la voluntad de Dios. Todo fiel cristiano debe considerar su vida diaria como una ocasión para unirnos
a Dios y servir a los demás. “En los pucheros también anda Dios”, decía Santa
Teresa de Ávila.
Las bienaventuranzas nos señalan
el único y verdadero camino hacia la felicidad, que no está en el
placer, el poder o las riquezas. Jesús proclama que la verdadera felicidad se
encuentra viviendo otros valores. Y vivir esos otros valores es vivir la
santidad. Cristo nos enseña cómo la felicidad no depende de lo que el hombre
tiene, sino de lo que es.
La fiesta de hoy nos anima a contemplar e imitar el
ejemplo de todos los santos, nuestros hermanos; debe suscitar en nosotros el
deseo de ser felices como ellos, porque viven ya definitivamente cerca de Dios, gozando de su
amor, que es infinito en el tiempo y en
la intensidad. Los Santos, los oficiales y los anónimo, familiares nuestros
quizás, nos dicen que todos podemos recorrer el
camino que ellos recorrieron.
MARIANO ESTEBAN CARO