DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO - CICLO B
PROMESAS Y SEMILLAS.
¡Quién no
conoce a quien dedica tiempo a otros para que aprendan, o gente dedicada al
bien de la sociedad cuidando el medio ambiente o luchando por la paz! Y los que
se detienen en la calle para escuchar al pobre, darle tiempo, y sobre algo de
sí mismos; tampoco son pocos los hogares que avanzan en medio de la
cordialidad, el diálogo y el amor mutuo. ¡Y cuántos son los grupos dedicados
directamente a la evangelización!
No se puede
pasar desapercibido el esfuerzo humano, político y económico de unas elecciones
para presentar propuestas que hagan posible un cambio, una nueva imagen de país
o unos correctivos necesarios para la mejor marcha de la convivencia ciudadana,
o un renacer de esperanzas ante tantas ilusiones retardadas. No importa que las
promesas sean hechas en términos de poder y exageración de las mismas. Alguien
decía que un político era el que decía que va a pasar mañana para mañana decir
porque no pasó así o que lo explique el que sigue. Nosotros quisiéramos que la
política hiciera cosas espectaculares y mesiánicas porque nos desanima la
grandeza de lo prometido y la pequeñez lo obtenido; de ahí que los ciudadanos
tengan que exigir más y más a sus líderes; pero sin dejar de lado algo más
profundo y decisivo en la sociedad: Hemos abandonado la fuerza interior de las
personas; dejamos de lado la vida interior de cada hombre o mujer como materia
prima de su vida y desarrollo para el bien común. El mejor ejemplo es el de la
tecnología que quiere dejar de lado el humanismo llenándonos de gente inteligente
por su ciencia, que también se necesita para la cualificación de la humanidad;
pero no relativizando a los sabios, quienes son inteligentes; pero no todo
inteligente es sabio. Esta falta de
sabiduría sí que tiene que ver con la política y las promesas de campaña. Puede
ser que algunas cosas que nos dijeron en la campaña electoral, como promesas
queden en nuestro corazón como buena semilla; es el tema del evangelio de hoy.
La historia de la semilla es totalmente diferente a las promesas de la política:
La semilla no defrauda, no tiene efectos espectaculares, por eso no podemos
tener la tentación del efecto a corto plazo, La semilla no crece estirándola.
Las promesas no necesitan de Dios, las semillas sí por tratarse de Dios mismo
en nuestro interior. Con la semilla ocurre que pasan noches y días sin que el
sembrador sepa cómo la semilla germina y crece y la tierra por si sola va
produciendo el fruto hasta que el hombre echa mano de la hoz pues ha llegado el
tiempo de la cosecha. La semilla en contacto con la tierra se desarrolla como
pequeña raíz que va descendiendo hacia lo profundo de la tierra, pero también
hacia arriba va brotando un pequeño tallo que va hacia la luz del sol. La
belleza y fortaleza de la planta dependen del equilibrio de estas dos dimensiones,
hacia abajo y subiendo. Este proceso bien conocido por la razón, pero
desconocido como experiencia lo llamamos “vida interior”. Las promesas son
todas externas por eso no tocan o cambian el interior de las personas. La
política es de exteriores y la semilla es de interiores que, aunque no se
contrapongan, tienen una jerarquía, por el acento ante la desproporción de los
inicios pequeños, pero al final todo es grande. No hay que desesperarnos porque
no vamos hacia la muerte sino hacia la alegría de la cosecha.
La parábola
de la semilla en el interior puede servir para discernir el contenido de las
promesas políticas, máxime cuando la parábola tiene un proceso de discerniente
como lo presenta el evangelio con la semilla de mostaza: “es la más pequeña de
todas las semillas, pero una vez sembrada, crece y se convierte en un árbol
mayor que las hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden
anidar en sus sombras” (evangelio). Este crecimiento llamado “Reino de Dios”,
por no partir del hombre sino de Dios como don, no tiene ningún fin distinto al
servir desde el interior hacia el exterior que es la sociedad donde se ejecutan
o mueren las promesas políticas.
EL CUIDADO CON EL INTERIOR.
A diario
debemos poner un máximo cuidado al interior porque ahí nace y crece la semilla
como proyecto que lo incluye todo.
Esta parábola
es una ayuda para todos los descorazonados o desesperanzados por el
incumplimiento de las promesas políticas; pero al mismo tiempo a no dejar nunca
el interior sin semillas para que crezca el Reino de Dios como servicio al
crecimiento de la sociedad. En la vida de toda criatura humana está la fuerza
de Dios, acéptela o no la persona; no es un problema de aceptación sino una
propuesta, no excluyente, de ser humano. Esa fuerza interior es a la que hay
que liberar del egoísmo para tener la libertad de servir a los demás siendo
menos inhumanos.
UNA PROPUESTA DE ESPERANZA.
La primera
lectura nos llena de optimismo por la actitud de Ezequiel con el Israel de
entonces y ahora en todos nuestros exilios. Advertida las consecuencias de la
catástrofe fue uno de los artesanos de la renovación de Israel, quien decía en
términos de esperanza los cuidados que Dios tenía con el viejo árbol (Israel)
para replantarlo sobre la montaña de Israel Jerusalén, anunciando así el
retorno y la restauración del reino de Israel. Todos vendrán a hacer nido, el
poder de Dios, la palabra, está en contraste con los ídolos. El poder de Dios
es la eficacia de la palabra. El poema de la creación que corresponde a la
misma época de este escrito repite el mismo refrán “Dios dijo y fue hecho”
“Sabrán
entonces los árboles del campo que el Señor, humilla los arboles altos y eleva
a los pequeños; seca a los lozanos y hace florecer los secos” (primera lectura)
Pablo
concluye. Hermanos siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, si vivimos en
el cuerpo, estamos desterrados del Señor. Lejos del Señor caminamos, sin ver
todavía” (segunda lectura)
En medio de
tantas dificultades, no pocas angustias, y un cúmulo tan grande de carencias;
las lecturas de hoy, unidas a la celebración de la Eucaristía, memoria de la
resurrección de Jesús, y en el contexto de este día de elecciones
presidenciales son un regalo de Dios para darnos la esperanza que nos permita
reposar y actuar porque nuestro futuro está en manos de Dios como lo estuvo en
época de Jeremías. Y si Dios tiene confianza en lo que Él hace, ¿por qué no
vamos a tenerla nosotros?