XI
Domingo del Tiempo Ordinario
El
crecimiento del Reino de Dios sin que nadie sepa cómo
Este
domingo reaparece en la lectura continua del Evangelio de Marcos el tema del
Reino de Dios, que constituye la quintaesencia de la predicación de Jesús.
Acerca del Reino Jesús no nos da nunca una definición, sino que nos lo presenta
como un misterio, real, grandioso y cercano, pero se trata de una realidad que
no tiene nada de espectacular, ni de sensacional, sino que se presenta de forma
oculta, imperceptible, discreta, secreta y tan sorprendente como paradójica. El
Reino de Dios es la mejor metáfora del Amor de Dios Padre, que por medio de
Jesús y de su Espíritu Santo, y muy paulatinamente, “sin que nadie sepa cómo”,
se va haciendo presente en la vida y en la historia de la humanidad para
transformar a cada persona y al mundo entero en ámbitos de su reinado, en
espacios de su amor, en relaciones de justicia y de reconciliación, de perdón y
de fraternidad. Este tema del Reino también estará presente con gran énfasis en
el próximo V Congreso Americano Misionero, a celebrar en Santa Cruz de la
Sierra (Bolivia) del 10 al 15 de Julio. Por eso el Reino ha constituido
un objeto específico de estudio en la preparación del mismo, tal como se
refleja en el libro del Instrumentum Laboris (IL 75-84), verdadero instrumento de trabajo en
la fase previa del Congreso.
Al
comienzo del Evangelio de Marcos, éste presenta claves fundamentales para la
lectura de su obra: “Jesús fue predicando el Evangelio de Dios y
diciendo: Se ha cumplido el plazo y se ha acercado el Reino de Dios;
conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,14-15). El mensaje inicial
de Jesús tiene un doble contenido. Un anuncio y un mandato. Primeramente su
predicación consiste en el anuncio de una realidad inminente y gratuita, la
cercanía del Reino de Dios, cuya llegada próxima es un hecho irreversible y
definitivo. En segundo lugar, su predicación insta a todos sus seguidores,
tanto a los oyentes contemporáneos suyos como a los lectores del evangelio a lo
largo de la historia, a la auténtica conversión, especificando que ésta
consiste en un cambio de mentalidad para orientar la vida y la conducta según
el Evangelio.
El
anuncio del Reino, como don imparable de parte de Dios, es una realidad viva y
dinámica, que nada ni nadie puede detener. Su definitiva proximidad es una
propuesta abierta y universal para que la humanidad participe en la salvación
que Dios le ofrece. Pero el evangelio no dice qué es el Reino, ni dónde
está, ni en qué consiste. En todo caso es algo que viene dado por Dios, pues se
trata de una realidad que tiene en él su origen. Del contexto inmediato
posterior se puede deducir que el Reino está vinculado a la actividad
liberadora de Jesús, desarrollada sobre todo en Cafarnaún,
en favor de los oprimidos y excluidos, de los enfermos y marginados y en
abierta oposición a las instituciones religiosas de su tiempo. La autoridad de
Jesús puesta al servicio del hombre anula el poder de los dirigentes de la
sinagoga y antepone la atención al ser humano necesitado respecto al respeto
del día del sábado. Ese dinamismo liberador del hombre respecto a cualquier
estructura opresora fue iniciado con la actuación de Jesús y es la fuerza
imparable del Reino de Dios, que, como una semilla diminuta, va creciendo y
desarrollándose en la historia “sin que nadie sepa cómo”.
A
esto se dedican las dos parábolas del evangelio de hoy. Son las parábolas de
las semillas (Mc 4,26-34; Mt 13,24-32; Lc 13,18-19)
las cuales revelan que el dinamismo imparable del Reino de Dios en esta tierra
es un misterio paradójico. Cuando Jesús habla del Reino no dice en qué consiste
sino a qué se parece. Se trata de algo muy pequeño, sencillo, apenas
perceptible..., pero es una realidad preñada de vida, con potencia para crecer,
cuyos frutos se perciben en el momento oportuno, pero no de manera inmediata.
El Reino de Dios es un misterio de vida y de crecimiento, como una semilla que
crece, sin que nadie sepa exactamente cómo, hasta hacerse como una espiga o
como un árbol frondoso en cuyas ramas anidan los pájaros. El contraste entre el
comienzo débil y el magnífico resultado final es lo que subrayan la parábola
sinóptica del grano de mostaza y la marcana de la
espiga.
La
acción del Espíritu en el ser humano es también así. Es real, pero
imperceptible, potente, pero sin triunfalismos, con futuro, pero no siempre
inmediato. Nuestra vida es frágil, corta, diminuta, pero está llena de una vida
densa con proyección de futuro y con destino fructífero. La vida del Espíritu a
través de la Palabra en nosotros es la semilla del Reino. La vida histórica de
una persona forma parte de ese comienzo del Reino en nosotros, pero no es
todavía su final, pues éste trasciende esta vida terrena y llega hasta la vida
eterna. La parábola suscita así la confianza plena en Dios, la esperanza en la
transformación del corazón humano y en el cambio del mundo y la apertura del
Reino a todas las gentes, representadas en los pájaros que vienen a anidar.
La
lectura de la segunda carta a los Corintios (2 Cor
5,6-10) subraya la dimensión de la confianza en Dios que nace de la fe y que
interpela sobre la responsabilidad personal en la vida cristiana. El reinado de
Dios en la vida humana crece día a día, tal vez a un ritmo más lento del que
podemos imaginar, pero lo cierto desde la palabra de Dios es que el Reino, el
Evangelio y el Espíritu de Cristo en nosotros darán su fruto. Así mismo el
texto de Ezequiel (Ez 17,22-24) subraya la idea de la paradoja evangélica con
una imagen semejante, la de que los árboles humildes serán ensalzados y los
secos florecerán.
El
mismo Jesús se presenta como el mensajero que proclama que el Reino de Dios ya
está llegando en la humildad de su persona y a través de su misión que culmina
en la entrega de la vida en la cruz. Jesús es el evangelizador, él
mismo y su actividad son elEvangelio (8,35;
10,29) y creer en el evangelio es lo mismo que creer en Jesús (1,15) y creer
que él es el Mesías que en la debilidad de la muerte revela
al Hijo de Dios (Mc 15,39). Creer que la cruz es el camino
para seguir las huellas de Jesús y que en el amor que ella manifiesta se da la
manifestación irreversible del Reino de Dios es confiar en Dios y dejar que su
Reinado se haga realidad en nuestras vidas.
Con
todo ello el mensaje de la palabra de Dios comunica la fuerza imparable del
Reinado de Dios, que a partir de lo diminuto e insignificante se convertirá en
un árbol frondoso o en una espiga madura para la siega, pues lo que Dios dice
lo hace. De este modo la palabra infunde ánimo y esperanza, confianza y
seguridad a toda la comunidad cristiana.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de
Sagrada Escritura