«EL AVAL DE LA COHERENCIA»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de
Posadas,
para la Solemnidad del Nacimiento de San Juan Bautista
[24 de junio de 2018]
Este domingo celebramos el nacimiento
de San Juan Bautista, el Precursor del Señor. San Juan como profeta del Antiguo
Testamento era testigo de la Ley con su propia vida. El profeta es el que da
testimonio. El canto de Zacarías que leemos en el Evangelio de este domingo (Lc 1,57-66.80), enmarca el ambiente profético que prepara
el nacimiento de Jesús.
En este mensaje dominical, quiero que
reflexionemos sobre la figura ejemplar de San Juan Bautista para ahondar en la
dimensión testimonial de la vocación profética. En realidad, todos estamos
llamados a ser profetas desde el bautismo. En la unción post-bautismal se dice:
«[Dios
Todopoderoso] los
unge ahora con el crisma de la salvación, para que incorporados a su pueblo y
permaneciendo unidos a Cristo, sacerdote, profeta y rey, vivan eternamente». Sabemos que no es fácil
para los cristianos ejercitar esta dimensión profética en el mundo en que nos
toca vivir. Sin embargo, será clave que profundicemos nuestra vocación bautismal,
y como discípulos busquemos caminos para poner en práctica la Palabra de Dios,
y construir nuestra vida familiar y social sobre la verdad.
Tomando como ejemplo la figura de San
Juan Bautista, quiero reflexionar sobre nuestra Iglesia diocesana en este
camino de pastoral que vamos transitando. Sin conversión a la persona de
Jesucristo, será imposible cualquier proyección pastoral que sea fecunda para
el Reino de Dios. Nuestro tiempo necesita de varones y mujeres ejemplares que
traten de vivir la santidad. En esto se asienta la dimensión profética de la
Iglesia. La comunión con Dios y con los hermanos siempre es fruto de la
conversión. Desde esta fidelidad debemos plantearnos la necesidad de buscar
caminos de evangelización y humanización.
Es importante recordar que, en el
mismo nacimiento de la Iglesia la apertura al mundo pagano generó un conflicto
con los cristianos venidos del judaísmo. (Hech 15,5). Es importante la lectura
de los Hechos de los Apóstoles (cap.15) donde se refiere al primer Concilio de
la Iglesia, «el Concilio de Jerusalén». En él se explica cómo el
Espíritu Santo iba obrando en la apertura al mundo pagano que era un desafío
para la Iglesia, cuya misión era salir a evangelizar para cumplir con el
mandato del Señor.
No dudo que es importante que miremos
la historia y saquemos algunas conclusiones de ella, porque este inicio de
siglo nos presenta nuevos desafíos a los cuales tenemos que responder desde la evangelización.
Cuando hablamos de una Iglesia
abierta, que quiere comunicar los tesoros de la revelación, no debemos
confundirnos con algunos males de la época, que creen que ser abiertos es ser
relativistas. Ser abierto es amar, dialogar, escuchar, cambiar, aportar,
aprender y recuperar, sin perder la propia identidad. Ser abiertos no es
mezclar todo como una especie de sincretismo religioso, o bien confusión y
mezcla del bien y el mal, de valores y antivalores. ¿Cuáles son los tesoros de
la Iglesia? Los tesoros son los que la Iglesia debe cuidar a través de la
historia, lo revelado por el Señor, lo que Él nos comunicó y el Magisterio (o
bien las enseñanzas de la Iglesia), que van acompañando con el Espíritu Santo
la historia, para que ésta sea una historia de salvación.
San Juan Bautista nos llama a la
conversión a la Persona de Jesús, por ser el Precursor. En todo caso todo lo
que vivimos en el día a día de la evangelización, requerirá que todas las
acciones que realicemos estén respaldadas por la credibilidad, y buscando la
conversión para que nuestros hermanos crean.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo
domingo!
Mons. Juan
Rubén Martínez,
obispo de Posadas