COMPARTIENDO
EL EVANGELIO
Reflexiones
de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas
por radios de Capital y Gran Buenos Aires)
Solemnidad
de San Juan Bautista
Evangelio
según San Lucas 1,57-66.80 (ciclo B)
Cuando
llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse
sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado,
se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño,
y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "No, debe
llamarse Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que
lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre
quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es
Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó
el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran
impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la
región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo
en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la
mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su
espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a
Israel.
SAN JUAN
BAUTISTA
La presencia de Juan el Bautista, hijo de
Isabel y Zacarías ancianos ellos, muestra que hay una preparación próxima,
inmediata, para recibir al Mesías porque el pueblo de Israel esperaba al
Mesías. Es así que de la esterilidad se llega a la fecundidad; Isabel -de no
poder tener familia- llega a concebir,
aunque sea en edad avanzada, a su hijo Juan. Y Zacarías, que no podía hablar,
cuando busca y hace la voluntad de Dios, desata ese mutismo y se produce la
recuperación del habla, en una exuberancia profética también. Es importante
darnos cuenta que la figura de Juan, el Bautista, con su padre y su madre, son
una familia que van escuchando, recibiendo, aceptando y poniendo por obra, la
voluntad de Dios.
Juan es el más grande de los Profetas; es el
que prepara las puertas al Mesías: “yo no soy digno de atar o desatar las
correas de su sandalia” va a decir y no solo anuncia el futuro mesiánico, sino
que es el portador de la Palabra de Dios y es testigo de la presencia de la
Palabra que es creadora.
El profeta no sólo anuncia sino también
discierne y vive el presente en la presencia de Dios. Juan el Bautista nos va a
decir que nos tenemos que convertir y las preguntas que debemos hacernos son:
¿de qué manera tenemos que convertirnos?, ¿cómo tenemos que cambiar?, ¿qué
debemos hacer? Luego, de forma personal, ¿qué debo hacer?, ¿qué tengo que hacer
con mi vida?, ¿cuál será mi proyección?, ¿cómo voy a desarrollar este
presente?, ¿qué voy a dejar al futuro?
Será muy importante hacernos estas preguntas,
porque no somos un punto que existimos un solo momento y nada más. Somos
personas que tenemos vínculos, que nos relacionamos con las demás personas, con
el presente, con el pasado, con las familias, con las tradiciones, con la
cultura, con la proyección.
Recordemos que nuestra pertenencia a la
Iglesia no es solo de teóricos, o de profesores, sino fundamentalmente de
confesores; tenemos que confesar que Cristo está vivo, que creemos en Él y que
estamos dispuestos a seguirlo e imitarlo. En la vida cristiana hay martirios
cruentos -por Cristo y la Iglesia- y hay martirios incruentos que son los
sacrificios permanentes y cotidianos para ser perseverantes y fieles al Señor,
a la Iglesia y a nuestros hermanos. Que lo podamos poner en práctica como hizo
San Juan Bautista.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén