12ª semana del tiempo
ordinario. Viernes: Mt 8, 1-4
El evangelio de san Mateo,
aunque parece que va siguiendo una crónica, de hecho va hablando por temas.
Después que ha expuesto en el sermón de la montaña una especie de resumen de lo
principal de las enseñanzas morales de Jesús, ahora, en el capítulo 8 comienza
a exponer una serie de milagros. Da la impresión de querer decirnos que lo que
ha dicho en teoría, especialmente sobre la caridad, quiere mostrarlo en la
práctica, por medio de actos misericordiosos de Jesús.
Comienza este capítulo 8
diciendo que le seguía a Jesús una gran muchedumbre. Era la época en que se
presentan los éxitos apostólicos de Jesús. Todos, en nuestra vida particular,
social y apostólica tenemos épocas más clamorosas. Así es en
La lepra era una enfermedad terrible. No era
muy definida, pues se unía a diversas enfermedades de la piel; pero se creía
muy contagiosa, aunque no es tanto, y por eso a los leprosos se les excluía de
la sociedad: debían vivir aparte y así su vida era muy penosa. Lo peor es que
se les consideraba “impuros” o malditos, porque creían que era consecuencia de
pecados y por lo tanto maldecidos por Dios. Esto era lo que más desagradaba a
Jesús, que en varias ocasiones testificó que la enfermedad no tiene porqué
estar de una manera necesaria unida al pecado, aunque puede ser consecuencia de
un pecado.
Hoy se nos muestra la
confianza de aquel leproso en la oración que dirige a Jesús y el amor
misericordioso que Jesús muestra al curarle. Aquel leproso habría escuchado
hablar de Jesús y mucho tuvo que sentir en su alma las palabras y las actitudes
del maestro para acercarse y hacerle una petición. La ley mandaba que desde
lejos gritase: “impuro, impuro” para que nadie se acercase; pero es tanta su
necesidad y su confianza que se acerca para pedir. Encuentra a Jesús lleno de
misericordia y sin ningún prejuicio. Para Jesús el amor está por encima de toda
exigencia de normas y leyes externas. Se enternece ante una petición tan
confiada y no sólo le sana, sino que antes le toca, como mostrando su gran misericordia.
Mucha tuvo que ser la
alegría del que dejaba de ser leproso y grande y ostentoso el entusiasmo que
debía manifestar, cuando Jesús le tuvo que decir que no lo dijese a nadie. Esta
es una amonestación que encontramos con frecuencia en el evangelio, ya que la
gente esperaba a un mesías triunfante, conquistando el mundo con las armas o al
menos con el predominio de las leyes de Israel. El mesianismo de Jesús era por
medio del amor y la entrega abnegada para el bien de todos.
Jesús no sólo le cura en el
sentido corporal, sino en el sentido social. Por eso le mandó que cumpliese con
la norma de ir a registrarse ante el sacerdote, para así poder ingresar en la
sociedad y que su alegría fuese completa.
El pecado suele decirse que es como una lepra
del alma: Nos hace mal a nosotros y también a la comunidad. Hoy se nos invita a
acudir a Jesús como aquel leproso con mucha humildad y valentía. Y desde el
fondo del corazón le pidamos a Jesús que nos limpie del egoísmo, la avaricia,
la soberbia... Todos debemos ser conscientes de que no estamos limpios ante
Dios; pero también debemos ser conscientes de su infinita misericordia.
Esta bondad de Jesús es
también el ejemplo a seguir por nosotros. No es fácil, pues a veces es
exponerse a que nos tengan a nosotros mismos como marginados. Jesús no buscaba
ostentación ni aplausos. Busquemos nosotros hacer el bien, a pesar de las
dificultades y encontraremos más fácilmente al Corazón de Cristo dispuesto a
sanar nuestras propias debilidades.