SOLEMNIDAD
DE LOS SANTOS PEDRO Y SAN PABLO
(29 de Junio)
MISA
DEL DÍA
Lecturas
bíblicas:
a.-
Hch. 12,1-11: Prisión de Pedro y su milagrosa
liberación.
El texto nos habla de la persecución
y prisión como partes de la vida cristiana y de la condición del ministerio
apostólico (cfr. Hch.5,18; 8,1.312,1-4; 12,1-4; 14,22; 15,23-24; 20,23). Herodes
Agripa, deseoso de agradar a sus súbditos judíos, atacó la nueva secta que se
había separado del judaísmo: los seguidores de Jesús. Dicha persecución termina
con Pedro prisionero, experimenta en su carne lo que padeció Jesús, y puede
animar a los fieles perseguidos, como fruto de su ministerio de Pastor y Roca
de la Iglesia de Cristo (1Pe.4,13-14.19; 5,10, Mt.16,18). La liberación del
apóstol Pedro, de las manos de Herodes, un milagro era lo único que podía
salvarle la vida, es una gracia magnífica que presenta el poder de Dios en los
momentos de aflicción; Pedro es liberado de la muerte por el ángel del Señor,
no había llegado su hora todavía, debía seguir dando testimonio del evangelio
(vv.1-4). En un segundo momento, Lucas quiere resaltar la magnitud de este
milagro, fruto de la oración de la Iglesia que oraba insistentemente por él. Los
hermanos oraron por él, y el Señor escuchó esta plegaria incesante y el
prodigio se realizó. Sólo la intervención de Dios pudo librar a Pedro de una
muerte segura, acentúa la gravedad del momento que vive la Iglesia. La
liberación de Pedro es testimonio del poder de Dios, pero además del favor que
prestaba a los cristianos. Esta liberación es obra es completamente de Dios, no
es obra suya: “Ahora me doy cuenta realmente de que el Señor ha enviado su
ángel y me ha arrancado de las manos de Herodes y de todo lo que esperaba el
pueblo de los judíos.” (v.11). La historia de la salvación y de la Iglesia
hasta hoy se conjugan de persecución y salvación. Toda nuestra experiencia de
vida cristiana, liberados del pecado y de la muerte, sin embargo, la salvación
continua a desplegarse, mientras la persecución sigue presente, haciendo de la
Eucaristía, experiencia de liberación en la comunidad eclesial. La oración de
la Iglesia es por el Papa (Hch. 2, 47), todo un
reconocimiento de la acción de Dios por su pueblo y pastor.
b.-
2Tim. 4, 6-8.17-18: Pablo espera la corona de justicia.
El apóstol señala cómo ha sido
su vida, modelo para todo discípulo de Cristo. La situación de Pablo, al final
de su vida, no es muy diferente a la de Pedro. Está en la cárcel, a punto de
ser ofrecido en libación, es decir, derramada en el sacrificio, dispuesto a
sufrir el martirio. Pablo se presenta como un hombre, cercano a la muerte, pero
contento con su vida, esperando un veredicto favorable de parte de Dios. Ha
conservado la fe, ha llegado a la meta y ahora espera la corona de justicia que
tiene bien merecida por todos los trabajos que ha sufrido por el Evangelio
(v.8). Todo ello ha de ser motivo más para cumplir con fidelidad el ministerio recibido,
tanto más, cuanto el premio, la corona de justicia, no es sólo para Pablo, sino
para todos quienes cumplen bien su labor (cfr. Flp.3,12-14). De trasfondo,
tenemos la imagen del camino que se convierte en carrera, lucha por alcanzar la
meta, la corona de vencedor. Como apóstol ha triunfado, espera el premio de
manos de su Señor Jesús. Toda su vida ha experimentado la ayuda del Señor; lo
ha librado del peligro (v.18). Como ciudadano romano, es decapitado en Roma,
bajo el reinado del emperador Nerón, dando sublime testimonio de la fe con la
entrega de su vida por Cristo y su amada Iglesia.
c.-
Mt. 16, 13-19: Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los cielos.
El evangelio nos presenta las dos
preguntas de Jesús a los apóstoles (vv.13-14), la confesión de Pedro (v.16), y
la revelación de Jesús a Pedro (vv.17-19). ¿Quién es el Hijo del hombre? Hijo
del hombre, significa, el hombre Jesús. Era importante para el nuevo Israel
tener ideas claras sobre la persona y misión de Jesús. A la primera pregunta
descubrimos que para el pueblo, Jesús está relacionado con personajes
importantes como Juan el Bautista, y los profetas Elías y Jeremías. El carácter
mesiánico de Jesús, todavía no lo han descubierto (v.14). La respuesta a la
segunda interrogante, la da Pedro, que lo reconoce como Mesías e Hijo de Dios
vivo, confesión que nace de la experiencia de estar con ÉL (v. 16; cfr. Mt.14, 33).
Jesús, confirma lo dicho por Pedro y lo declara bienaventurado, por reconocerlo
Hijo de Dios, es el Padre quien se lo ha revelado, no la carne ni la sangre
(v.17). Le anuncia el rol que tendrá en su Iglesia. Lo primero le cambia el
nombre, lo que encierra una nueva misión, desde ahora se llamará Kefá, es decir, Piedra (cfr. Mt. 4,18; Gál.1, 18; 2, 9). La
imagen de Dios como piedra, roca, es conocida en el AT, se le atribuye, como
firmeza y causa de salvación de su pueblo (cfr. 1S 2,2; 2S 22, 2.3. 32;
Sal.18,3; 19,15; Is.17,10), en el NT, se aplica a Jesucristo (cfr. Hch.4,11;
Rm.9,33; 15,20; 1Cor.3,10; 1Pe.2,4-7). Sobre esta piedra, Jesucristo edificará
su Iglesia, es decir, los convocados en nombre de Dios (cfr. Mt. 21,33-44). Con
este fin llamó a los Doce, y ahora Pedro, tendrá la función de confirmar, ser
piedra, dar firmeza a todos los convocados, fortaleza que viene de ÉL y del
Padre. Debido a esta firmeza el poder de la muerte o Hades, no podrán contra
ella (v.18). A Pedro se le confían las llaves del Reino de Dios, con el
servicio que prestará a esta Iglesia, permitirá el ingreso y la salida por sus
puertas, atar y desatar, válidamente ante Dios, es decir, admitir y excomulgar,
permitir y prohibir. Jesús manda a los apóstoles que no digan que ÉL, es el
Mesías. El título encierra una misión que cumplir, y establecer cómo la
realizará es fundamental: por el camino del Siervo de Yahvé que lo conduce a la
Cruz y a la Resurrección. Finalmente, ahí nos da cita Pedro a toda la Iglesia,
luego de haber comprendido el anuncio de la Pasión, que era necesario hacer la
voluntad de Dios, y que el Hijo de Dios había aceptado para la salvación del
género humano con muerte y resurrección.
Pedro, confirmó su fe en Cristo muriendo mártir en la colina del
Vaticano y, Pablo a las afueras de Roma, por su condición de ciudadano romano
es decapitado cerca del puerto de Ostia. La semilla del Reino de los Cielos, regada
por la sangre de estos insignes Apóstoles y Mártires, Pedro y Pablo, sigue
dando frutos de santidad. La Iglesia quiere, como pueblo de Dios, servir a la
sociedad hasta dar su vida en el campo de la misión evangelizadora con la fuerza
del Espíritu Santo. Como Pedro y Pablo, necesitamos ser transformados por la
gracia y el amor de Jesucristo, para ser testigos convencidos de su fe y audaces para proclamarla hasta los confines
de la Iglesia y así poder recibir la corona de justicia e gloria inmarcesible
de manos de Aquel, que nos amó hasta entregar su vida por nosotros. Canta
Iglesia santa, la victoria de tus mejores hijos, y que tu alabanza, sea también
nuestro himno nuevo de bienaventurados en la eternidad (Ap.5,9), de la que ya
participamos por la fe y el amor.
Santa Teresa de Jesús, siempre
se tuvo muy devota de los Apóstoles Pedro y Pablo, los considera modelos de
entrega de la propia vida por Cristo y la Iglesia a todos sus hijos e hijas.
“Siempre hemos visto que los que más cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor
fueron los de mayores trabajos: miremos los que pasó su gloriosa Madre y los
gloriosos apóstoles. ¿Cómo pensáis que pudiera sufrir San Pablo tan grandísimos
trabajos? Gusto yo mucho de San Pedro cuando iba huyendo de la cárcel y le
apareció nuestro Señor y le dijo que iba a Roma a ser crucificado otra vez…
¿Cómo quedó San Pedro de esta merced del Señor, o qué hizo? Irse luego a la
muerte; y no es poca misericordia del Señor hallar quien se la dé.” (7Moradas 4,5).
P. Julio González C.